miércoles, 18 de abril de 2012

Estatizar sin estado - Por Luis Alberto Romero

La expropiación de YPF

Estatizar sin Estado

Por Luis Alberto Romero  | Para LA NACION

Expropiar YPF: otro golpe de efecto de un gobierno acostumbrado a gobernar a los golpes. Contiene la palabra mágica, "estatizar", y referida además a lo que fue el símbolo de los "odiados años 90": YPF. Una interpelación envenenada, dirigida al nacionalismo y al estatismo, fuertemente instalados en el imaginario, que probablemente cautive o atrape a la oposición. Ya lo hicieron otras veces.
Sin embargo, habría razones para desconfiar. Al fin, quienes instrumentaron la política de privatizaciones de los años 90 y la ratificaron en este siglo son los mismos que hoy aparecen como campeones de la estatización. Pero éste no es el centro del asunto. El verdadero problema es que el Estado, el sujeto de esta acción, está maltrecho, desarmado y sometido al Gobierno. YPF no está siendo estatizada: está siendo puesta en manos del Gobierno. El problema reside en el Estado actual, que está en situación miserable.
En otros tiempos, la Argentina supo tener un Estado potente, capaz de mantener orientaciones básicas, más allá de las oscilaciones de los sucesivos gobiernos. Mitre y Sarmiento echaron las bases institucionales, que perfeccionó Roca. Con Yrigoyen comenzó el interés social, que desarrolló Perón. En las tormentosas épocas posteriores, Frondizi, Illia y el segundo Perón tuvieron una idea del Estado como promotor de políticas sostenidas, orientadas al interés general.
YPF fue el emblema de ese Estado potente. La creó Yrigoyen, la construyó Mosconi, con Alvear, y la potenció Justo. Perón le abrió nuevas posibilidades y Frondizi se propuso llegar al autoabastecimiento, con la ayuda del capital extranjero. Pocas cosas fueron más emblemáticas de la nación integradora que YPF. Asociada con el Automóvil Club Argentino, aseguró el uso de la red caminera, pobló las rutas de servicios y de emblemas, y contribuyó a que todos construyéramos una imagen del país. Basta recordar los grandes premios de Turismo Carretera, transmitidos por radio. YPF fue una auténtica expresión del interés nacional.
El Estado potente tuvo, sin embargo, otra cara. Para impulsar objetivos generales, promovió y concedió franquicias, como los regímenes de promoción, que gradualmente devinieron en privilegios y prebendas. Para asegurar sus beneficios, los interesados colonizaron las oficinas del Estado, repartidas entre las corporaciones: la Sociedad Rural en Agricultura, los sindicatos en la CGT, los médicos en Salud Pública. En YPF, la corporación sindical expandió enormemente la planta de empleados y alimentó el déficit de la empresa y del Estado.
A mediados de los años 60, en medio de un descomunal conflicto distributivo, el Estado potente era a la vez el campo de batalla y el botín, permanentemente repartido: una resolución o un decreto significaban una ganancia o una pérdida importante.
El Estado y el país cambiaron mucho desde 1976; la Argentina próspera, vital y conflictiva se convirtió en un país decadente y empobrecido. La clave de la gran transformación estuvo en el Estado y su reforma. La dictadura militar recorrió los primeros tramos. Alfonsín hizo poco en este aspecto, pero el "segundo peronismo", que gobierna desde 1989, completó la tarea. Con discursos variados, pero con acciones parecidas o iguales.
La dictadura lanzó la consigna: "Achicar el Estado es agrandar la nación", que refleja el nuevo consenso en torno de las ideas neoliberales. Eliminaron a una parte de los prebendados -un sector industrial y la corporación sindical-, pero fortalecieron a la "patria financiera", a la "patria contratista" y a la "patria militar", que se sumó al festín. Contratistas y militares coincidieron en YPF, expoliada con la llamada "privatización periférica". La dictadura hizo mucho más: desmontó agencias, eliminó funcionarios competentes, limitó a las oficinas de control y corroyó la normatividad y la ética del funcionariado, contaminado por el Estado clandestino. Después de esta experiencia traumática, nada volvió a funcionar como antes.
En 1983, la democracia, con buenas intenciones, poco pudo hacer con un Estado debilitado y corroído. Alfonsín vio naufragar su módica política social de alimentación, salud y enseñanza. Tampoco colocó la reforma del Estado entre sus prioridades, por entendibles razones; no modificó los mecanismos prebendarios heredados, acordó con los "capitanes de industria", y cuando asumió el problema, ya era tarde para enfrentarlos y también para confrontar con el discurso nacional estatista, paradójicamente esgrimido por el peronismo que se aprestaba a retornar al poder.
Comenzó entonces el "segundo peronismo", que gobierna hasta hoy, salvo interrupciones menores. La crisis hiperinflacionaria le permitió a Menem realizar una importante concentración del poder institucional, con leyes de emergencia, renovadas hasta hoy, y decretos de necesidad y urgencia. Por otra parte, controló o desactivó las agencias estatales de control, avanzó sobre los jueces y conformó una Corte Suprema con mayoría asegurada. Así colocó al Estado en manos del gobierno.
Ese poder se usó para privatizar las empresas del Estado. El gobierno pudo echar mano de masas de ahorro social acumulado, cerrar el déficit fiscal y crear las condiciones para la convertibilidad y la renegociación de la deuda. Obtuvo buenos resultados en lo inmediato, aunque con consecuencias catastróficas para el futuro. Son excelentes ejemplos del estilo de gobierno del segundo peronismo.
Reducido y amputado, pero con capacidad para otorgar beneficios, el Estado fue presa fácil de los prebendados depredadores, congregados alrededor de la "carpa chica" de Menem. Con cada privatización se repartió una porción de despojos del Estado, y hubo una cantidad adicional para acallar las protestas. YPF se vendió por etapas; las áreas exploradas de explotación se repartieron entre petroleros amigos y las provincias petroleras recibieron las regalías. Un beneficio demasiado grande para que lo rechazara un gobernador consciente, como era Kirchner, entusiasta defensor de esta privatización.
El ciclo de los años 90 llevó a la formidable crisis de 2001 y a la aparición de nuevas demandas sociales, para las que Kirchner elaboró un discurso acorde: un Estado fuerte, que se planta frente a los monopolios. La sorpresiva transformación de las condiciones internacionales lo benefició con sólidos superávits del comercio exterior y fiscal. ¿Cuánto cambió la situación del Estado en esas nuevas condiciones?
Muy poco. Los Kirchner aprovecharon los recursos fiscales para profundizar la concentración del poder en el Gobierno. Avanzaron también en el ataque a las instituciones estatales de control. El emblemático caso del Indec indica que al Gobierno no le interesaba formular políticas de largo plazo. Los ejemplos son conocidos y llegan hasta el día de hoy. También mantuvo el rumbo en las prebendas. Los subsidios, sustentados en el superávit fiscal, benefician a los empresarios y a los funcionarios que los administran. En general, la tajada de los políticos creció, sin que nadie pueda controlarlos.
Todo esto confluyó en la etapa final de YPF. Mantener bajos los precios de los combustibles provocó un desajuste en la empresa. El Gobierno metió a un socio local, "experto en mercados regulados". Sólo cuando la caída de los superávits gemelos hizo trastabillar todo el armado, surgió la urgencia del día: además de alimentar tantos bolsillos privados, YPF debe producir petróleo. Lo único que se les ocurrió fue estatizarla. Como Aerolíneas.
Parecidos en tantas cosas, los gobiernos de Menem y de los Kirchner tuvieron una diferencia importante: en un caso el discurso público fue neoliberal y privatizador y en otro caso fue estatista y populista. Pero hicieron lo mismo con distintos argumentos. Peor aún, encontraron la forma de avanzar en la concentración del poder y en el prebendarismo privatizando primero y estatizando después. Siempre en beneficio de los gobernantes y a costa del Estado.
El país tiene hoy su Estado astillado y fragmentado, gobernado por un grupo de personas que se dedica sistemáticamente a seguir arruinándolo. Cuando tiene necesidad de legitimidad o conformidad, recurre a la ficción del viejo Estado potente: el de la administración confiable, los procedimientos, los controles y hasta las políticas de largo plazo. Muchos se dejan engañar por las palabras y creen que la estatización de YPF remite a ese Estado y no a los Kirchner y De Vido. No es así. No sé qué cosa mejor se puede hacer hoy con YPF. Pero estoy convencido de que quienes quieren pensar una alternativa para el país, deben encarar, en primer lugar, la cuestión de la reconstrucción del Estado.

Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1465871-estatizar-sin-estado

martes, 17 de abril de 2012

Debajo de la gesta patriótica asoman varias falacias - Por Carlos Pagni

Sin desperdicio.

Cristina Kirchner se envolvió ayer en la bandera de la soberanía para anunciar que YPF volverá a estar bajo el control del Estado. El auditorio se electrizó. Es lógico: pocas consignas movilizan más la emotividad nacionalista de la opinión pública que la de "recuperar el petróleo para los argentinos". En el caso de esta empresa, el motivo de exaltación es doble, ya que no sólo lo privado se vuelve público; también lo extranjero se convierte en nacional.
La confiscación de los fondos de las AFJP fue una mueca intrascendente al lado de esta reconquista. La apropiación de YPF refuerza un prejuicio tan arraigado como discutible: la idea de que el progreso social está determinado por la posesión de recursos naturales. Esta es la razón por la cual la saga de ayer sólo sería comparable, para quienes la bendicen, a la reconquista de las Malvinas. Tiene bastante sentido que la Presidenta haya dado este paso cuando el ciclo económico, con sus señales de agotamiento, la obliga a recrear el consenso en torno de su figura.
Convendría, sin embargo, no dejarse atrapar por esta primera trampa retórica. La propiedad estatal de los hidrocarburos no es un dogma de fe ni siquiera para quienes la sacralizan. Cristina Kirchner avaló la privatización de YPF en los años 90. Y su secretario general, Oscar Parrilli, la defendió en la Cámara de Diputados el 23 de septiembre de 1992, cuando dijo: "La transformación de YPF [en empresa privada] va a oxigenar a nuestro gobierno y va a representar una bocanada de aire puro que fortalecerá al presidente Menem".
No debe sorprender que estos dirigentes se contradigan al cabo de dos décadas. El discurso que Cristina Kirchner pronunció ayer no resiste el archivo de hace seis meses. Presentó la gestión energética que ella y su esposo lideraron durante nueve años como una herencia maldita que debe ser abandonada. Sólo en un país que carece de competencia política un mandatario puede autoincriminarse sin costo alguno, como lo hizo ayer la Presidenta, al explicar la caída vertical en la producción de petróleo y gas que se registra durante su administración. En la Casa Rosada se exhibió ese power point de la decadencia energética. Y el auditorio volvió a electrizarse.
Es una segunda falacia en la que no habría que caer: la que reduce las causas de la escasez de hidrocarburos a la falta de inversiones de YPF. El desabastecimiento energético se debe a que la gestión del Gobierno desalentó la producción. El insuficiente compromiso de la principal petrolera fue un capítulo de esa gestión, presentado como la "argentinización de YPF".
La política hiperconsumista del kirchnerismo tuvo una viga maestra en el congelamiento de las tarifas energéticas. Por ejemplo: mientras al productor local de gas se le reconocen US$ 2 por millón de BTU, al de Bolivia se lo remunera con US$ 10, y al de Qatar, con US$ 15. Es un estímulo a llevar las inversiones al exterior. Por esta razón se dispararon las importaciones de combustibles hasta sumas que el Estado no puede afrontar. Es uno de los factores principales de la falta de dólares que obliga a Guillermo Moreno a cerrar la economía. Los Kirchner lo hicieron.
La política oficial hacia YPF agudizó este problema. La Presidenta y su esposo forzaron el ingreso de la familia Eskenazi en una argentinización que ahora forma parte del legado envenenado que el kirchnerismo recibió de sí mismo. Los Eskenazi, "expertos en mercados regulados" a los que nadie conocía en el mundo del petróleo, pagarían el 25% de YPF con dividendos de YPF. El método implicaba la desviación de recursos productivos al pago de la deuda. Fue una ingeniería ideada por Kirchner, quien, además, colocó a sus amigos al frente de la gestión de la empresa.
El proyecto que ingresó ayer al Senado establece la estatización del 51% de las acciones de Repsol. Es decir: los Eskenazi seguirán siendo accionistas. Salvo que no puedan saldar sus compromisos, en cuyo caso su parte pasaría al poder de los bancos y de Repsol, que los financiaron. En mayo tienen un vencimiento por US$ 500 millones. ¿Les permitirán Julio De Vido y Axel Kicillof afrontarlo con dividendos? En los bancos acreedores hay preocupación.
Repsol aprovechó las ventajas otorgadas a los Eskenazi para girar dividendos a España. ¿Por qué lo hizo? ¿Sus ejecutivos no comprenden el propio interés y deciden no ganar dinero? ¿O fue la respuesta al desaliento a la inversión? A pesar de esto, la empresa destinó más recursos a YPF por los descubrimientos de shale gas de los últimos dos años.
La producción
Será interesante comprobar cómo, con la misma política de precios, De Vido y Kicillof consiguen producir más petróleo y gas que los privados. Salvo que su intención sea otra: utilizar recursos de YPF para pagar las importaciones de combustibles, que este año representan US$ 14.000 millones. Es lo que el 27 de diciembre Cristina Kirchner pidió a su ex amigo Sebastián Eskenazi. De ser así, el objetivo de la patriótica estatización de ayer sería cubrir un agujero fiscal. Nada que deba extrañar: cuando estos mismos actores privatizaron la empresa lo hicieron para equilibrar las cuentas del Estado.
Es posible que la Presidenta no sea tan cortoplacista y que esté observando los formidables recursos no convencionales ( shale gas y tight oil ) descubiertos en los últimos cinco años. El yacimiento Vaca Muerta, de YPF, podría valer US$ 250.000 millones en menos de una década. No sólo el Gobierno: también empresarios locales miran ese activo con codicia.
Para convertir esa riqueza potencial en reservas harían falta inversiones de alrededor de US$ 25.000 millones. El fisco no las puede afrontar. ¿Habrá inversores privados dispuestos a hacerlas? La estatización conspira contra ese objetivo. No porque el sector público haya avanzado sobre el privado, sino porque lo hizo al margen de la ley. La Presidenta, que hizo ayer una profesión de fe en el derecho societario, dispuso la adquisición del 51% de YPF sin realizar la oferta por el 100% que prevé el estatuto. Por esto a los inversores internacionales el jolgorio de ayer les evocó otra fiesta: la del Congreso vivando a Adolfo Rodríguez Saá por el anuncio del default.
Es la última trampa en la que no habría que caer: la de optar entre público y privado. Una gestión estatal podría superar en mucho la performance de Eskenazi en YPF. Pero los antecedentes del kirchnerismo no inspiran esperanza. Durante los años en que manejó las finanzas de Aerolíneas, Kicillof no pudo presentar un solo balance. Y fue necesario que el Estado lo auxiliara con un 50% más que lo que él mismo le pedía en cada presupuesto.
Entre los funcionarios con los que De Vido desembarcó ayer en YPF estaba Exequiel Espinosa. Es el presidente de Enarsa, la compañía estatal que creó Néstor Kirchner. Desde hace nueve años Enarsa tiene la exclusividad de las exploraciones off shore. No se le conoce un solo trabajo. Se dedicó a importar combustibles. Es evidente: el kirchnerismo ya tenía una empresa del Estado. Lo que todavía no había descubierto es la soberanía nacional.
Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1465659-debajo-de-la-gesta-patriotica-asoman-varias-falacias