miércoles, 23 de mayo de 2012

El filósofo del contrarrelato

Muy buena entrevista al filósofo Tomás Abraham.

Hace filosofía desde la incomodidad y la “disonancia”, sin temor a la polémica. Ha enseñado a Foucault y a Deleuze con la misma libertad con la que escribe sobre fútbol, televisión o política. En su nuevo libro, “La lechuza y el caracol”, se opone al pensamiento único del kirchnerismo al que define aquí como “una estafa ideológica que usa recursos de la culpa.”

POR Luis Diego Fernandez


El estudio de Tomás Abraham en gran medida representa su espíritu y su obra: abierto, una gran mesa central repleta de libros desparramados, fotos, esculturas, objetos, películas y más objetos. Esa marca de la disonancia y lo contaminado como forma de hacer filosofía –la única posible– se torna evidente al llegar. Hay en el discurso de Abraham una vehemencia y visceralidad, en términos de pulsión, que reclama ese espacio como propio, con independencia. Abraham piensa la filosofía como la siente, es corporal y epidérmica: no hay opción ni elección. Ya Friedrich Nietzsche en su prólogo a la Gaya ciencia hablaba de la filosofía como “malentendido del cuerpo”. Es decir, como un problema de los pensadores anteriores a él mismo, que no supieron dar cuenta de su deseo. Nueva imagen la nietzscheana: el cuerpo del filósofo en primer lugar. En La lechuza y el caracol. Contrarrelato político , su nuevo libro y disparador de este encuentro, Tomás Abraham hace notoria esta idea. Artillería de la disonancia, marcada por las figuras de Sócrates y Diógenes ya presentes desde el prólogo: el búho que ve en la noche y el caracol que carga consigo mismo su casa sin tener nada más. El pensamiento de Abraham siempre ha tenido esa pervivencia de lo nuevo a ser escuchado, como un ejercicio de la libertad y de lo bajo: una cuña, un tábano socrático, una reivindicación de la matriz de este oficio. Esa práctica de la polémica al modo de la interpelación es palpable en esta entrevista y en su visión de la crisis política –“El que se vayan todos comenzó en la década del setenta, no en 2001”–, o bien en el supuesto retorno de los jóvenes a la militancia –“El juvenilismo es una estupidez, los jóvenes inteligentes más bien se sienten viejos”–, así como en su mirada del relato político en términos de victimización: “El kirchnerismo es una estafa ideológica que usa recursos de la culpa”.
Así es como la conversación con Tomás Abraham nos llevará de la política a la Academia y de los territorios para ejercer la filosofía al fútbol, a los maestros y los discípulos. Pero también, veinticinco años atrás, los que se cumplen de la publicación de Pensadores bajos , su primer libro, y a aquel comienzo, para verificar qué sigue igual o qué se ha modificado en primera persona. Pareciera que ciertas líneas de aquel primer libro abrían constantes en el modo de hacer filosofía de Abraham, y que remitían a los pensadores a los que adscribía con una vigencia inclaudicable. Serán los Sartre, Foucault, Deleuze y Gombrowicz, pero no comentados al modo de una exégesis de lo alto , sino, tal como señala el propio autor en el prólogo a la edición del año 2000, un bajar la democracia a la tierra. Testimonio de sus trabajos filosóficos de 1978 a 1985, Pensadores bajos puede leerse como una declaración de principios y como una apertura insólita en la filosofía argentina, que desconocía por completo esas nuevas voces que Abraham introdujo. Y sobre todo, un modo de hacer filosofía desde lo excéntrico e incómodo.
En el prólogo de “La lechuza y el caracol” menciona, a partir de Sócrates y Diógenes, al filósofo como figura de la disonancia. ¿Cómo lo piensa hoy en la Argentina?
Yo creo que el que se dedica a esto que yo llamo filosofía, que no es una ciencia, no es una religión ni un mito ni es literatura, a esta experiencia del pensamiento como trabajo, encuentra un comienzo histórico y una proyección que es la disonancia. Los filósofos que conocemos si no hubieran sido disonantes no hubieran sido conocidos. Si no producís una disonancia no hay marca. No hay ninguno que sea funcional. Si Descartes no hubiese sido disonante del espíritu escolástico no hubiera ido al exilio. Es un exilio de pensamiento también. La tarea del pensamiento se impone como algo disonante. Si no, es creencia. Si no, no existe como tal. No hay ninguna tarea de pensamiento si no es una necesidad. Nietzsche lo pensó bien: entre pensar y comer no hay gran diferencia. El pensamiento se impone porque hay un obstáculo, una resistencia, algo que no funciona. Cuando no se puede seguir adelante, cuando hay un tropiezo, hay una imposición de pensar. Pensamiento y disonancia es lo mismo. No tiene que ver con ser un “contrera” o un rebelde. No tiene nada que ver con si es sísmico o edificante. La tradición de la lechuza y el caracol son imágenes o ejemplos de cuando la filosofía se constituye como tal: el hombre en la polis , en la comunidad. Que no es un solitario ni un profeta ni un vidente, que no es un delegado de ningún poder, sino que es parte de la comunidad y que interpela en ese mundo común en donde su palabra es disonante como lo fue la de Sócrates, por eso lo llevaron a un juicio, o como Diógenes, que no fue funcional a Alejandro Magno.

En ese sentido es interesante su idea de “contrarrelato”. ¿Cómo ve hoy esa tensión entre relato y contrarrelato?
Relato es una palabra que impuso la corporación cultural K. Al no hablar más de ideología, no supieron qué hacer con la ideología y utilizaron un término que piensa el análisis del discurso como narrativas. Y hasta la Presidenta apuntó el término. Este relato tiene una serie de temas por los que transitó todos estos años. Temas que tienen que ver con las ideologías, los intelectuales, la batalla cultural, la juventud, el enemigo interno, el sistema político del uno y la una y su antecedente, que es el socialismo nacional de los setenta. El contrarrelato no pretende ser un “relato contra”, lo que sí pretende es responder a cada una de las posiciones de esta temática, responder a estas temáticas del pensamiento único. No es un libro anti K, es un libro anti relato, donde también figura el discurso de la oposición que es reactivo, y que es la otra cara de la misma moneda. Yo siempre en mis libros traté de no referirme a un poder, sino a la sociedad, al poder distribuido, no al poder concentrado en el Estado, porque eso es lo más fácil de todo y además no es interesante. Esta sociedad, la nuestra, no está a favor ni en contra de un poder, lo ejerce.

¿Y qué sucede con los intelectuales que no son disonantes en función de determinado relato?
Yo creo que es vano, impúdico y hasta ridículo disputar quién es más disonante. Quiero decir, la sinfonía tiene de todo. Hay todos los tonos. Yo no pretendo saber quién es disonante ni darle un valor positivo a la disonancia. Cada uno dice lo que piensa. Lo que pasa es que en estos últimos años ha habido un discurso que justifica un poder, que lo legitima sobre la base de una visión de la historia argentina y yo discuto con eso. Yo creo que ese discurso es destructivo, que es una estafa ideológica porque usa recursos de la culpa, la figura de la víctima, del dolor y la muerte para justificar un poder que no es liberador, sino que marca la continuidad de un ejercicio de la política en la Argentina, que es apropiarse del Estado con fines privados. Y la figura de la víctima, basándose en lo que pasó en décadas anteriores con la dictadura militar, le ha dado una legitimidad moral. Este sistema de culpas es lo que yo quiero pensar sin culpa. Los derechos humanos han funcionado como una deuda de la sociedad en boca de algunos que han sido más deudores que los que se pretende acusar. Es un sistema que se basa en la juventud maravillosa de los setenta y ha encontrado un gran consenso en ciertos hombres de la cultura, intelectuales, periodistas, académicos, que pertenecen a una época en que el discurso de la violencia había sido prioritario, y el “que se vayan todos”, que no nace en 2001 sino en el setenta, ha despreciado y degradado un modo de hacer política que llevó a un baño de sangre y que hoy se trata con mucha frivolidad. Contra ese sistema de los setenta he tratado de pensar a través de este libro.

Exaltar cierto resurgimiento de la militancia en los jóvenes es central para el relato actual y casi una bandera del kirchnerismo. ¿Qué opinión le merece ese juvenilismo?
A los jóvenes los quieren todos. Los quiere el Pro, el socialismo. El kirchnerismo tiene más. Ahora, ser joven no es un valor, es una fase transitoria de la vida, y la valoración de la juventud la hacen los viejos. Los jóvenes, si son inteligentes, no se sienten jóvenes, más bien se sienten viejos. Porque ser joven es todo un problema. Eso está muy bien en Paul Nizan. El juvenilismo es una estupidez y más si sus portavoces son jóvenes. El joven es símbolo de porvenir o futuro. Hoy la juventud está adscripta a gente que tiene cuarenta años. Joven o viejo, lo que está en el centro es el tema de la responsabilidad. Y el ser joven, en todo caso, puede dar una sensación de energía desbordante pero no de irresponsabilidad. Me interesa en todo caso el tema de la educación y de la formación, de la responsabilidad del joven en la sociedad. ¿Tienen conciencia de lo que es estudiar? ¿Qué hacen con ese trabajo que es estudiar? ¿Tienen conciencia de que el estudio es una labor? ¿O es demagogia populista por la cual reparten netbooks y ahí se termina el asunto?


En el libro se plantea la diferencia de la juventud de su generación y la actual, dónde pareciera no haber una autoridad contra la cual chocar o a la cual criticar.

En mi época estábamos bajo custodia. En casa nos custodiaban, porque nos imponían cosas. Y esa custodia iba después por la religión y los pastores. Desde la higiene y la alimentación hasta la sexualidad, es decir, la represión. Era un régimen de obediencia: los menores respetaban a los mayores. Nosotros vivimos la censura y había un consenso acerca de la necesidad de la censura a través de la tutela de los militares y la policía. Había un sistema de castigos, por lo tanto, nosotros lo que queríamos era rajar, eso nos asfixiaba. Por eso hubo una contracultura, un mayo del 68, el rock; por eso existió un poeta Allen Ginsberg, hasta el Club del Clan; y la gente decía: “Ay, pobre tango”, pero lo que queríamos era zafar de todo eso. Nosotros queríamos rajar, por lo tanto nos tuvimos que golpear contra la pared. Hoy lo que yo veo es que no hay pared. La pared la impone la vida, por supuesto, pero el tema es que no existe el sistema de autoridad. Y este sistema de autoridad es siempre dinámico. Es decir, si no hay resistencia no hay libertad. Hoy día ante la decadencia de los sistemas de autoridades, lo que respetamos es el poder, que no es lo mismo. La autoridad se legitima con una veracidad que tiene que ser creíble, el poder basta con que dé miedo o fuerza o goce. Entonces, hay una intemperie, en donde los que pueden la pasan mejor que los que no pueden. Y hoy los jóvenes no tienen contra qué golpearse la cabeza, no hay transgresión. Los de mi generación y los que hoy tienen cincuenta y cuarenta años, tienen responsabilidad por eso. Hoy la gente no cree en nada y es territorio fértil para buscar ídolos y mitos. Cuando se buscan ídolos de todo tipo, llámese Messi o Néstor, es porque nadie cree en nada.

Incluso cuándo se habla en términos de ‘El’, es como una itologización al exceso.
Cuando hay pensamiento no hay adoración. Nosotros necesitamos pensar, no creer. Pensar en todo, con total libertad. Es muy difícil hacerlo donde se crea un clima de guerra, donde todo se lee como lealtad o traición. Es típico de los regímenes fascistas. Te preguntan qué sos, no te preguntan qué hacés o qué pensás. Para que el debate se abra hay que combatir esta idea donde todo se lee en términos de trincheras.

Este año se cumplen veinticinco de la edición de “Pensadores bajos”, su primer libro, ¿Cuál es su mirada sobre ese texto hoy?
Lo bajo es un modo de la disonancia. Para mí la filosofía nunca podía ser elevada, hay una gran falla ahí. Yo por eso trabajé casi veinte años en una empresa textil. No sólo para asegurarme mi independencia económica, sino porque sabía que hay que estar abajo, pero abajo no es ni pobre ni malo ni vil: es la tierra de Nietzsche. Para pensar hay que estar ahí. Yo en un momento dado en mi vida, fisuré y me fui a la mística que es lo más alto que hay. Me fui a la India y Japón. Pero me encontré con eso, no lo fui a buscar. Esa mística salvacionista yo sabía que tenía pies de barro. Tenía que empezar otra vez de abajo. Y es muy duro el abajo. Imaginate: del Himalaya a una fábrica textil en Palermo. Ahí era el lugar del pensamiento. Y tuve mis maestros: Gombrowicz, que bien sabía de lo que es el abajo, lo que es ser un irreverente y disonante, ver la pose cultural, que en la Argentina es un espectáculo: la solemnidad, la literatura, la creatividad. Pero también, Sartre, el más joven, y Foucault; Marx, Nietzsche y Freud, como clásicos, Antonin Artaud, con lo desgarrador por buscar algo no sublime. En La lechuza y el caracol están los pensadores bajos. Lo bajo es eso donde se juntan deseo, emoción y escritura. Todo fue un proceso de búsqueda y extravío. Precisamente, eso de lo bajo es lo que me hace escribir sobre cualquier tema. No hay temas elevados y temas bajos. En el fútbol, un programa de televisión o un libro de Heidegger hay un mismo desafío para el pensamiento. No hay varias cabezas, es una sola.

Estamos hablando de una forma de hacer filosofía no restringida a lo académico. ¿Ese fue un proyecto suyo de modo consciente o no?
Yo entro en la universidad a los 37 años, en 1984. Nunca antes. Y había cargado una mochila muchos años. Cuando llegué y la descargué se armó el quilombo. Llegué con mi Foucault, había catorce ejemplares de La verdad y las formas jurídicas y yo tenía dos mil alumnos. Cuando empiezo a buscar gente para formar la cátedra nadie conocía el nombre de Foucault. Había gente formada tradicionalmente y los marxistas. A los dos les parecía raro. Para los marxistas era un francotirador anarco y para los otros, algo que no entendían. Empezamos a estudiar Foucault varios años. Ahí empezó el tema de la pederastía en Grecia, de la sexualidad. Con los libros que Foucault había publicado ese año. Jorge Telerman traducía El uso de los placeres que yo daba en la facultad de psicología y el ciclo básico. Cuando empieza el lío con mi cátedra me doy cuenta de que dentro de la universidad con la filosofía analítica y con la burocracia que venía de la dictadura iba a tener corta vida, porque ellos hacían los concursos y nombraban los jurados. Y yo quería hacer filosofía: enseñar y constituir un grupo de trabajo colectivo. Tenía mucha necesidad de tener un público: estuve doce años solo en mi casa estudiando. Me puse a dar clases como un loco ante muchos alumnos. Siempre quería masividad, la necesidad de exponerme y decir lo que pienso con total libertad. Y al mismo tiempo con el Colegio Argentino de Filosofía y con la cátedra, que luego fue el Seminario de los jueves, trabajar con vocación. En el ciclo básico encontré un lugar donde me dejaron trabajar, doy lo que quiero. Sigo siendo profesor ahí pero no busqué ni me dieron otro espacio. Fundamentalmente, lo que me interesa a mí es el grupo de investigación, no me interesa sentarme y hablar horas y horas. Un grupo de gente donde estudiamos en un ambiente muy relajado y riguroso al mismo tiempo. Pero son todos cotos para académicos. Con la Academia es un asunto de libertad y productividad. En el Seminario de los Jueves nos ponemos a trabajar. Tiene que ser productivo, no es ni para vivir mejor ni para ser feliz. Es un laburo, un oficio. Y uno siempre piensa su vida, su presente y su sociedad. Eso no lo vi posible en la universidad donde hay una forma de hacer filosofía de modo enciclopédico y donde se reproducen círculos políticos.

Quiero volver a algo que dijo hace un momento. ¿Pensar el fútbol o la televisión requiere de verdad para usted el mismo esfuerzo que pensar a Heidegger?
La década del 90 fue muy buena en TV, con el nacimiento del cable. Había humor político y era bueno. Había telenovelas también muy buenas. Era un descubrimiento para mí la televisión. El fútbol sí me interesa. Cuando algo me interesa es la misma energía. Para escribir sobre fútbol tenés que saber sobre fútbol; yo sé. Yo puedo decirte que no soy erudito en filosofía, no sé griego ni alemán, dos idiomas clásicos de la disciplina que no manejo. Para escribir de fútbol no tengo que saber griego. Pensar algo distinto que no fue pensado es muy difícil, hay algo que te tiene que llamar la atención, algo que por el interés que ponés en eso, pensás. Es decir, escribir sobre un entrenador como Marcelo Bielsa no requiere meses de estudio como hacerlo sobre Shakespeare, pero sí es la misma exigencia de pensamiento. Tengo que encontrar algo que siento que me ofrece una resistencia o un obstáculo y que es un desafío. Si me aparece Heráclito mezclado con Bielsa, es así. No es que la filosofía sea un lenguaje que aplico. La escritura produce pensamientos. Todo se juega en el envión. Y el envión te lo da la práctica de la libertad. Si yo estoy viendo qué digo, qué no digo, cómo queda, no hay envión. El impulso es el acto de libertad que vos te diste para empezar. Pero eso es paralelo a una práctica constante, comprometida de estar ahí día tras día. El envión no es espontaneidad sino que nace con el trabajo.

Es recurrente la pregunta de si existe o no una filosofía argentina. ¿Qué piensa usted?
Yo no lo veo en el tema de las naciones. Quizá es más propio en la literatura que hay más un color. En términos de filosofía no le veo color local. La filosofía es un invento universal: nació en Grecia, siguió en Alemania, Francia e Inglaterra. El que no toma de eso, ¿de qué, de dónde toma? Hubo centros imperiales de filosofía que han creado la tradición. Además, hay filósofos. ¿Wittgenstein qué es, austríaco? Qué va ser austríaco, es Wittgenstein. Nietzsche es alemán, ¿pero qué tipo de alemán? Uno que vive en Sorrento y que le gusta Bizet. Esa localía es propia de comunidades que se sienten humilladas, yo no me siento para nada humillado. Creo que vivir en la periferia no te quita la posibilidad de hacer, sino al revés. Además, la filosofía es interesante porque tiene un tinte personal, una característica personal. La filosofía tiene más que ver con el arte que con la ciencia. Hay un cuerpo de un autor. ¿A mí en qué me ayuda pensar que Foucault es francés? Qué se yo. Si la filosofía es interesante es porque existe un Deleuze, un Foucault, un Sartre, un Heidegger, son todos nombres propios. La filosofía se juega en lo personal, y lo personal siempre dice lo universal, no se agota en el yo privado, es hablar desde sí.

Ahora está interesado en el pensamiento del estadounidense Richard Rorty. ¿Qué otros filósofos está estudiando?
En general, yo escribo libros para no hablar ni estudiarlos más. Rorty ya es parte de mi cultura, de mi pensamiento, ese libro es la conversación que tuve con él. Creo que es un gran filósofo, pero hay cosas que no forman parte de su cultura, y se nota cuando habla de Foucault o Nietzsche cierto puritanismo muy anglo. Los ve casi como figuras contraculturales. Hay otros que siempre vuelven: Foucault y Deleuze. Siempre me falta algo y les encuentro algo que no me dijeron. Pero no me pasa con muchos. Ya con Nietzsche no me pasa. No lo leo. Ahora estoy a fondo con Giorgio Colli. Vos podés elegir un filósofo para no pensar o para construir tu propio pensamiento. Mirá lo que han hecho con la biopolítica de Foucault, ¿cuánta gente vive de eso? No hay lecturas verdaderas: hacer algo con un filósofo no es ser un comentarista, es incorporarlo. No hay discípulos. Nadie tiene discípulos, hay maestros. El discípulo es el que se considera a sí mismo como discípulo de un maestro. No hay dueños de la sucursal. Uno se juega, trabaja. Para mí Foucault es una máquina de producción de ideas: me abrió enormes perspectivas.

¿Cree que hay invariantes en toda su obra, obsesiones o cuestiones que se repiten?
He escrito cosas muy distintas. Hay una necesidad de libertad y de decir lo que quiero, como quiero. Porque para mí el cómo y el qué es lo mismo. La página en blanco es mía: eso lo veo como una constante. Eso lo dice muy bien Deleuze: “Hay que arrasar antes de sembrar”. La nada. Por eso Deleuze es alguien cuya música está en mí. Disonancia, disidencia o “lo bajo” demuestran que hay un lugar que no tiene nombre, que no es un territorio. Es un modo de moverse. Todo eso es sinónimo de pensamiento. Y que no es lo mismo que orar ni comulgar ni creer, ni tampoco es el conocimiento científico. Eso está en la raíz de la forma de hacer filosofía.



Acá el link: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/filosofia/Entrevista-Tomas-Abraham_0_694730528.html

lunes, 21 de mayo de 2012

La política, el gran obstáculo de Galuccio

Una nota con mucha claridad y lucidez.

Por Carlos Pagni | LA NACION

El martes pasado, Repsol acusó a la Argentina en los tribunales de Nueva York de haber expropiado YPF violando la ley y los estatutos de la empresa. La petrolera española fue acompañada en su demanda por otro accionista, Texas Yale Capital Corporation, una firma de asesoramiento financiero con sede en Spicewood, Texas.
La causa cayó en el juzgado de un argentinólogo: Thomas Griesa, el juez ante el que reclaman los tenedores de bonos en default.
"Además de buenos ingenieros, los petroleros debemos tener buenos abogados; a menudo nos toca reemplazar a unos por otros", suele decir Alejandro Bulgheroni. Repsol eligió el patrocinio de Davis Polk & Wardwell, uno de los estudios más importantes de Manhattan, que, además, está de moda: el flamante presidente de la Bar Association neoyorquina salió de su staff.
El argumento central de la petrolera es que Cristina Kirchner capturó el 51% de las acciones de YPF sin formular una oferta por el 100%, como se exigía a quien quisiera adquirir más del 15% del paquete. Ese requisito fue establecido por el propio Estado cuando privatizó la compañía y también figuraba en los estatutos societarios.
Repsol señala que esa cláusula prometía proteger a los inversores de YPF de lo que sucedió: una reestatización. Esa garantía, recuerda, fue reiterada cada vez que la empresa se financió en el mercado de capitales. Agrega que el representante del Gobierno en el directorio de YPF convalidó siempre ese criterio.
El segundo argumento de la demanda es que hasta fin de 2011 la Presidenta y sus colaboradores se cansaron de elogiar la conducta de YPF. El texto cita reuniones con bancos de inversión de noviembre pasado, en las que Julio De Vido habría sido un entusiasta defensor de la empresa.
La tercera acusación es que a partir del último enero el oficialismo se propuso destruir la acción de YPF. La presentación ante Griesa subraya declaraciones del gobernador de Chubut, Martín Buzzi, celebrando ese derrumbe. También acusa al Gobierno de haber filtrado datos negativos al diario Página 12, caracterizado como "portavoz de la administración".
Al final, Repsol y Texas Capital afirman que el Estado argentino actuó con "mala fe", una acusación recurrente en las sentencias de Griesa sobre la deuda impaga. El escrito remite a palabras de Axel Kicillof ante el Senado. Allí el viceministro sostuvo que el Estado sería tonto si respetara el estatuto de YPF ofreciendo una suma muy costosa por el 100% de las acciones.
Kicillof apeló entonces al "interés nacional", la excusa por la cual el Gobierno pasó por encima de los estatutos de la empresa. Sin embargo, los españoles aducen que es difícil demostrar que el interés de una nación está cifrado ya no en una actividad, ni siquiera en una empresa, sino en el patrimonio de un determinado accionista.
Desde el punto de vista político, los razonamientos de Repsol son menos costosos para el kirchnerismo que para la oposición que acompañó la captura de YPF dejando pasar las transgresiones legales.
La presentación ante Griesa forma parte de una profunda ruptura entre España y la Argentina. Nunca hubo entre los dos países una distancia tan inmensa como la de ahora. Un indicio: el rey Juan Carlos realizará una gira por América latina para preparar la Cumbre Iberoamericana que se celebrará en Cádiz en noviembre (y también para ver si recompone un poco su castigada imagen). En junio estará en Brasil. Pero no tiene pensado visitar Buenos Aires.
En Madrid los diplomáticos se preguntan si la Presidenta ha abierto un conflicto con Repsol o con España. La incógnita se activó con la multa aplicada a Telefónica por un apagón de Movistar que la Justicia había atribuido a un sabotaje. En la Moncloa preferirían que la señora de Kirchner no asistiera a la cumbre de Cádiz, para no forzar gestos amigables que caerían mal en la opinión pública peninsular.
A la Presidenta tal vez le importe poco. La peripecia que desembocó en la estatización de YPF demostró que su único límite es Brasil. Lógico: del banco de desarrollo de ese país proviene el principal financiamiento a sus proyectos energéticos. Tampoco sobre esta orientación monovalente de la política exterior la oposición abre la boca.
Los españoles no consiguen reponerse de un golpe que ni los Eskenazi, expertos en mercados regulados, previeron. En efecto, el 27 de diciembre pasado, la Presidenta despidió de su despacho a Sebastián Eskenazi con un "a vos no te recibo nunca más". Días después, reunidos en Punta del Este, los Eskenazi concluyeron que el Gobierno podría romper con ellos, pero jamás con Repsol. Hoy pagan ese error. No sólo entrarán en cesación de pagos. En el Banco Central hay directores que ofrecen en el mercado los bancos provinciales de Eskenazi.
Además del nuevo pleito en lo de Griesa, es muy probable que Cristina Kirchner deba resignarse a que YPF deje de cotizar en la Bolsa de Nueva York. De Vido, cuyo mandato como interventor de la empresa fue prorrogado por otros treinta días, lo advirtió en un strip tease ante la SEC, sobre el que informó este diario el viernes pasado.
La autocrítica de De Vido revela hasta qué punto los funcionarios menosprecian a la opinión pública local -se podría decir, "al pueblo"- con ocultamientos y medias razones que son insostenibles a la hora de estampar la propia firma en declaraciones juradas ante organismos extranjeros. De Vido está inquieto con la operación YPF. Sobre todo desde que el catalán Antonio Brufau, como si le leyera la mano, vaticinó: "Un día no estarás más en el cargo, pero deberás responder en los tribunales por lo que estás haciendo". Una versión de fuente inmejorable indica que De Vido, hace no más de 60 días, pidió a la Presidenta autorización para abandonar el Gobierno. La respuesta habría sido: "De acá te vas preso o muerto".
Más allá de las habladurías, las autoincriminaciones de De Vido ante la SEC no sólo benefician a Repsol en lo de Griesa. También perjudican a Miguel Galuccio, el CEO de YPF. Sustraída del control de la SEC, YPF estará más expuesta a ser politizada.
Esa politización no se refiere a la anécdota de cuántos militantes de La Cámpora ingresaron en la empresa. En ese campo Galuccio tiene bastante autonomía. Consiguió reemplazar a Exequiel Espinosa por Juan Martín Gandolfo, otro ex Schlumberger, en Exploración y Producción; en Planificación ubicó a Fernando Giliberti, un ex Pride, y retuvo a Carlos Colo a cargo de Contratos. Hasta ahora De Vido sólo le vetó dos candidatos.
Las verdaderas restricciones del kirchnerismo a Galuccio son más inflexibles: se las impone la política económica, como a cualquier otro empresario. En busca de socios tecnológicos, el CEO de YPF lanzó licitaciones de servicios por tres o cuatro años. Pero en las empresas predomina el miedo a terminar como el propio Galuccio: la semana pasada tuvo que mendigar ante Débora Giorgi y Guillermo Moreno por unos carreteles de acero retenidos en el puerto.
Para la operación financiera, hasta ahora a cargo de Kicillof, Galuccio intentó seducir, sin éxito, al ex gerente general de una telefónica. Los bancos han restringido el crédito de corto plazo. Y, si YPF deja de cotizar en Nueva York, será más complicado financiarse o emitir deuda.
Las grandes petroleras también están retraídas para entrar en los negocios que les ofrece el nuevo CEO. Temen no poder repatriar dividendos o que, por el mismo interés nacional que puso a Galuccio al frente de la empresa, les cambien las condiciones del contrato de la noche a la mañana. Un detalle: muchos ejecutivos del sector se sienten perjudicados porque ellos mismos habían comprado acciones de YPF, atraídos por los altos dividendos que pagaba ese papel.
La dinámica económica tampoco ayuda. El aumento de los costos en dólares amenaza con devorar la rentabilidad del sector en sólo dos años. Es la razón por la que Galuccio no habla de salarios, sino de productividad.
El nuevo CEO pretende rejuvenecer los pozos maduros de YPF y explotar los recursos no convencionales de Vaca Muerta, la gran formación de roca madre de Neuquén. El jueves pasado visitó esa provincia, a la que volverá esta semana para asistir a una presentación del gobernador Jorge Sapag y del presidente de la empresa provincial de petróleo y gas, Rubén Etcheverry. Sapag y Etcheverry lanzarán un plan para convertir a Neuquén en un cluster energético, sobre el modelo de lo que ha sido Silicon Valley para la electrónica.
Si el petróleo y el gas no convencionales de aquella geología se desarrollaran -dicen los expertos-, la Argentina volvería a autoabastecerse de hidrocarburos en menos de una década. Pero ese objetivo demandaría perforar mil pozos por año, no unos pocos como ahora. Harían falta, para esa meta, inversiones anuales de US$ 10.000 millones. Es decir, haría falta otra política energética. Son coordenadas muy distintas de las que en estos días encierran a Galuccio..

Así escriben en La Nación

Se debe ser profesional. No hay excusas.

lunes, 14 de mayo de 2012

"El peronismo pasa hoy por el kirchnerismo"

Una muy buena entrevista de Magdalena Ruíz Guiñazú al senador Anibal Fernandez.



Por Magdalena Ruiz Guiñazú

Cree que nadie interpretó a Juan Perón como Néstor y Cristina Kirchner. Dice que no tiene sentido comparar a los jóvenes de los 70 con los de La Cámpora, reivindica su amistad con Hugo Moyano y Esteban Righi, y comparte su amor por la literatura y el cine. Asegura que no le tiene miedo a la muerte.

Dentro del orden monacal que reina en el despacho de Aníbal Fernández aparecen (como desde el tiempo y el espacio) diferentes pantallas de televisión que cubren todos los canales al mismo tiempo, objetos religiosos que atesora en una mesita, algunas fotos familiares y otra de Néstor K con una alegre sonrisa. Sobre su mesa escritorio (que lo ha acompañado al Palacio del Congreso) sólo una computadora en la que caen mensajes en forma constante. Y muy discretamente algún ejemplar de Zonceras argentinas y otras yerbas, su primer libro con el que niega emular a Jauretche.
—¿Cuándo escribe usted?
El senador Fernández ama la literatura, pero es la pregunta lógica que surge frente a una actividad desbordante.
—Bueno, nosotros somos un equipo pero yo siempre menciono a Carlitos Caramello. Porque es el que lleva el 5 en este equipo de fútbol imaginario. Cuando se trata de relatos míos, grabo.
—¿En serio?
—Claro. Es mucho más fácil contarlo grabándolo y, después, tenemos un equipito que investiga, trae la cosa en bruto. Hay cosas que se desechan. Otras que nos gustan y marcamos más o menos el formato. Carlitos se sienta, escribe y, finalmente, pasa a mi máquina y me pongo yo a hacer la corrección completa, cosa que me lleva varios días, hasta que ya no ardan las velas, pero estoy contentísimo. No soy un escritor. Yo soy un político que vio la oportunidad de decir cosas a través de un libro y que hay gente a la que le gusta tener ese libro para charlar.
—Además, usted lee mucho, ¿no?
—Me gusta leer.  Desde muy chiquito ya era así. Mi papá tenía primer grado y mi mamá, segundo. En casa no había una formación cultural. Realmente no sé quién me lo inculcó. Quizás primero con las revistas mexicanas que se publicaban en aquel momento: Batman, Superman, Flash Gordon, el Tony local. Es toda una época. Así comencé y luego alguien me conectó con alguna biblioteca, ya ni recuerdo de dónde, pero lo cierto es que yo tenía doce o trece años cuando leí Cien años de Soledad. Desde  chiquito me gustó leer mucho. Mire, mi abuelo, que tampoco tenía formación intelectual era muy lector de diarios.
—Pero usted, seguramente, también leía libros de aventuras tipo Salgari o Julio Verne, ¿no?
—Claro. Por supuesto. También Tom Sawyer. Luego, más grande, uno va creciendo con otro tipo de novelas. Papillon, por ejemplo. Yo leí la nota que usted le hizo en este diario a Carlos Fuentes y aunque Fuentes es un hombre que no tiene el mismo pensamiento político que yo… ni parecido… es delicioso. Me encanta. Yo he leído Artemio Cruz; El aura; La silla del águila, muchas de sus obras. Y también me pasó algo muy lindo cuando, estando en Israel en febrero 2005, me recibe Shimon Peres y comienza a preguntarme acerca de la Argentina de 2002. Le expliqué que yo sentí, en aquel momento, que había que inmiscuirse. Que no había forma de rajarse. Que si la política le importaba, uno tenía que comprometerse. Y la gente se enojaba con los políticos. Eso era así. Y había que buscarle la vuelta. “Los que ganan no son los que huyen”–me dijo Shimon Peres– “Los desertores nunca ganan…” Sentí entonces que estábamos en el mismo orden y le repetí un comentario de Carlos Fuentes en La silla del águila, cuando habla de la cara de los gobernantes. Fuentes dice que el rostro de los que gobiernan se parece al comienzo de la montaña rusa. Y ese será el rostro que tendrán durante los seis años que dura el mandato en México. Y, a raíz de esto, Shimon Peres empezó a hablar maravillas de Fuentes porque justamente en ese momento, se estaba llevando a cabo la Feria del Libro en Jerusalén. También me habló muy bien de la Feria del Libro de Argentina a la que no conocía pero cuyo éxito había llegado hasta Israel. Justamente, lo conté el otro día cuando presenté mi libro en la Feria. Luego, tuve la suerte de mantener un segundo encuentro con Shimon, un político con una excelente formación intelectual y con el que charlamos largamente, mano a mano, en el hotel Alvear.
—¿Y usted? ¿Siempre fue un hombre tan político? Cuénteme…
—Mi padre era un peronista visceral. Mi mamá venía de un hogar peronista y no recuerdo haber tenido un tío o un primo que no lo fuera. En la infancia no conocí las discusiones políticas. En mi casa pensábamos todos más o menos lo mismo. Yo nací en enero de 1957, a seis meses de la contrarrevolución y papá quería llamarme Juan Domingo, mientras que mi vieja prefería Aníbal Alberto, los nombres de sus dos hermanos varones. El juicio salomónico terminó en Aníbal Domingo. Pero lo de Domingo es por el general Perón, claro. Sin embargo, no es por eso que amaba la política. Yo la sentía. Me gustaba. Y, desde muy chico, en la secundaria, me prendí con lo que pude y trabajé de la mejor manera posible en grupos de chicos de mi edad con poca actividad. Pero luego comencé un proceso con las organizaciones de otras características. Así se adquieren valores. Yo nunca participé de organizaciones como Montoneros ni nada por el estilo, pero tenía muchos amigos en todos lados. Así seguí hasta que, a mediados de 1975, cuando se quemaban los libros porque habían intervenido la Facultad… Y, luego, bueno… Comenzó el Proceso. He tenido experiencias desagradables. No por mí sino porque me tocó pasar por lugares en los que sí habían ocurrido. Finalmente en 1981 empieza a darse un Movimiento y “metete, metete, metete…”, me dije. Fue una búsqueda. Luego volvió la democracia. Un tío, casado con una hermana de mi padre, tenía muchas relaciones, y empecé a trabajar con él. Ya en noviembre de 1983, un mes antes de que asumiera el doctor Alfonsín, estaba trabajando para el bloque con Rubén Mezzadra en la provincia de Buenos Aires. Y no me fui nunca más de la política. Desde ese momento sigo trabajando en política.
—Escuchándolo, senador, la suya es la historia de un peronista. ¿Pero usted es peronista o kirchnerista?
—Hoy es lo mismo.
—No. No es lo mismo.
—Sí, sí. Lo único que falta es que me diga usted qué es el peronismo.
—No es lo mismo. Y ahora le explico por qué.
—Si escuchamos su explicación… ¡Estamos fritos! No hay nadie, en este país, que pueda interpretar a Juan Perón  como lo han hecho y lo hacen Néstor y Cristina Kirchner. Nadie.
—Pero fíjese, mi estimado senador, que lo que le digo es cierto: en el discurso de tres horas cuando asumió el mando, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no nombró a Perón ni una sola vez. Por eso se lo pregunto.
—¿Sabe como me tienen podrido los que mencionan a Perón treinta o cuarenta veces y después hacen lo que se les ocurre, cosa que nada tiene que ver con lo que decía o pretendía hacer Juan Perón? Que su nombre no lo pronuncien nunca con tal de que cumplan con lo que decía Juan Perón. Le reitero: ningún gobierno interpretó a Juan Perón como Cristina o como Néstor. Ninguno, ninguno. Y es verdad lo que dice usted: ellos no eran de mencionarlo a Perón. Y me halaga que no lo mencionen. Le repito que me tienen podrido los que mencionan a Juan Perón y aprecio fuertemente a los que comprendieron la política que reclamaba el General. Con mucho criterio, Cristina dijo: “No somos neutrales en esta posición política”.
—¡Mire que es hábil usted, senador! Da gusto escucharlo, pero además tiene mala suerte: justamente hoy (lunes 7 de mayo) es el cumpleaños de Evita. Hubiera cumplido 93 años, y –fuera de una reunión para inaugurar un salón en la Casa Rosada– no se la recuerda en el Gobierno. Solamente algunas agrupaciones sindicales… Ni tampoco la Presidenta usó (y esto es raro) la cadena oficial.
—Yo no creo en esas cosas. No voy al cementerio a ponerle flores a mi padre. No creo en esas cosas, le repito.
—Y si hay un homenaje a Néstor, ¿usted no va?
—Si me busca un poquito, hablando de mi padre, me pongo a llorar en dos minutos. Sin embargo no voy a ponerle flores al cementerio. Mi padre no era un cajón. Con lo cual no voy. No le pongo flores a nadie. Fui el 27 de octubre de 2011 acompañando a Cristina que me distinguió permitiendo que la acompañara y sentí entonces la necesidad de ir por lo menos una vez allí donde estaba Néstor. Estuve un rato y no vuelvo más. Ni voy a volver. Y no he ido a ningún homenaje de Néstor Kirchner. A ningún homenaje. Le repito que no creo en esas cosas.
—Bueno, está bien. Pero para los que no somos peronistas todo esto suena un poco como un misterio. Por eso me interesa la explicación.
—Forma parte de la liturgia del peronismo. Mire, siendo yo intendente, a uno le decían: “Uy, se cumple un aniversario de la muerte de Perón. Hay una misa…” Se hacía entonces una misa e iban todos, cantidad de gente. La verdad es que todos estaban en cualquier lugar menos en la misa. Físicamente estaban allí pero su pensamiento volaba hacia cualquier lugar. Son esas cosas en las que nadie cree. Por eso, cuando murió mi padre, mi madre me pregunta el mismo día, cuando todavía no lo habían enterrado: “¿Te parece que en treinta días hagamos una misa?” “No, mamá –le contesté–, no quiero nada”. Pero, como yo era intendente, estaba lleno de coronas. La calle colmada de coronas. Por todos lados. Y ninguno de los que habían enviado coronas lo conocía a mi padre. Eso de las coronas es una vergüenza. Es un gasto en plata. Yo me siento muy lejos de que me distingan, al contrario, me siento agraviado. Entonces si vos querés decir una misa por tu papá, te vas a cualquier iglesia, le pedís al cura que anote su nombre y Dios te escucha desde donde estés. Aunque sea desde la cancha de Quilmes. Ese es un tema de la intimidad de cada uno. Por eso no creo en esas cosas. Cuando estoy a tiempo de evitarlas, las evito.
—Cuénteme,  ¿usted cree en Dios?
—Sí, sí. Mire… (y  señala la mesita donde están dispuestos distintos objetos religiosos) no escondo las cosas que me regalan. No las escondo (reitera). Soy un hombre de fe aunque a veces no crea en algunas voces de la Iglesia a la que pertenezco, pero son reglas de juego. Yo, en definitiva, creo en Cristo. Un día, buscando cosas en YouTube, escuché una charla maravillosa de José María Escrivá de Balaguer, que es el fundador del Opus Dei.
—Nada menos.
—Una charla sumamente agradable.
—A ver… ¿Qué decía?
—Estaba en un pueblo de España y algunos le preguntaron si creía en Dios. El que preguntaba incluso se adelantaba: “Sabe, Padre, creo en Dios pero no creo en los curas”. Y Escrivá contestó: “Yo tampoco. Ni en los obispos. Ni en los cardenales. Ni en el Papa, con todo el cariño que les puedo tener. Yo creo en Cristo”. Y yo también creo en Cristo.
—Sí, pero de paso, cañazo, Escrivá (absolutamente anti Tercer Mundo) casi produce un cisma dentro de la Iglesia.
—Yo no lo estoy defendiendo –explica–. Le estoy contando que además de lo que generó dentro de la propia Iglesia, también ha producido hechos tan importantes como que lo beatificaron en tiempo récord.
—Justamente. Cosa muy discutida.
—Bueno, pero la Iglesia tiene sus reglas y no hay que discutirlas.
—Muchos las discutimos.
—Lo que digo es que, en su boca, me encontré con ciertos dichos míos. Soy un católico practicante sui generis. Creo que en veinte años comulgué sólo una vez, pero rezo todos los días.
Mientras conversamos caen, incesantes, los mensajes en la computadora que preside el escritorio. Y al pensar en otras entrevistas, no puedo dejar de recordar algo.
—¿Su computadora sigue tocando la “Marcha peronista” cada vez que cae un mensaje?
Aníbal Fernández se ríe francamente.
—No, no. Ya la saqué. Ya pasaron esos años. Uno tiene que aggiornarse también en esas cosas.
—Por eso vuelvo (usted dirá “qué pesada”) sobre la pregunta inicial: ¿es kirchnerista o peronista? Porque cuando yo lo conocí, usted era profundamente peronista y hoy observo que el kirchnerismo está marcando una cosa distinta.
—Yo soy profundamente peronista, pero ¿qué es lo que rescato? Y rescato que Néstor (que era profundamente peronista) y Cristina (que es profundamente peronista) nunca fueron ávidos de “dar” el discurso de Perón pero sí de volcar la política que Perón concebía como la política popular o la política del trabajador. Y a mí me enorgullece formar parte de un gobierno (durante nueve años, once meses y ocho días) que interpreta a los trabajadores de semejante manera, porque yo entré a la política por esa razón. Pura y exclusivamente por esa razón. A mí me halaga esa posición. Lo otro me tiene sin cuidado. Y sigo siendo profundamente peronista, pero sigo entendiendo que el peronismo pasa hoy por la política que Néstor y Cristina llevaron a la práctica, porque ellos no se olvidaron ninguna de las materias que enseñaba Juan Perón. Ejercen el magisterio conceptual completo y yo me siento más que convencido de estar participando en ello.
—¿Usted cree, por ejemplo, que La Cámpora tiene algún punto de contacto con lo que podían ser los jóvenes de los años 70?
—En algunas cosas, no. No necesariamente con los jóvenes de los 70. Porque los jóvenes de los 70 no se parecen a los del 80 ni a los de los 90. Nada. Esa comparación no es buena. Se parecen a la juventud del peronismo. ¿Por qué? pues porque el joven, de por sí, tiene la obligación de bregar por conseguir un espacio de poder. Yo suelo contar que, cuando se habla de la capacitación de cualquiera, en términos pedagógicos, se supone que va a “aprehender”, tomar conocimientos. Ese es el objetivo. Y está bárbaro que tenga buenos profesores porque cuanto más aptos sean los que le provean el conocimiento, su formación profesional será mucho mejor. Pero con eso no alcanza. Después, tendrá la suerte de abrir una puerta inmensa que hará que se convierta en un self-made man (un hombre de trayectoria interior propia), preparando su profesión a imagen y semejanza de lo que quiere ser. Bueno, éste es el camino que yo imaginé para la preparación de nuestra juventud. Además de eso, la preparación política es necesaria. Y esa necesidad está emparentada con el poder. ¿Qué es el poder político? ¿Por qué se debe conquistarlo y cómo se debe ejercer? En definitiva estas son las cosas que transforman. Malraux, cuando asume como ministro de Asuntos Culturales de la 5ª República, dice: “Cuando los escritores nos equivocamos, corregimos con otro escrito y la cosa se resuelve. Pero cuando se toman decisiones de políticas públicas y uno se equivoca, ya le ha hecho daño a una multitud de franceses”. Ser político no se aprende sólo en la universidad sino también en la calle, con la piel, todos los días. Hay pibes que son muy bien formados. Los destaco y los reconozco como tales y a otros quizás les falta esto pero tienen ganas de trabajar y eso me pone muy contento.
—¿Y cómo interpreta una CGT que está por dividirse?
—La CGT no se va a dividir. El 12 de julio es la fecha que se han puesto. No es un tema en el que yo tenga que participar. Van a darse una discusión para definir si sigue la actual conducción o cambian de conducción. Es un tema de los gremios. Tiene que darse cada tanto y yo soy respetuoso de eso. No me metería para perjudicar al Negro Moyano (de quien soy amigo) ni reivindico tal cosa. En algunos temas, tiene decisiones políticas que no se parecen a lo que yo pienso y por eso las confronto, pero siempre reivindiqué mi amistad y ahora no voy a negarla porque no coincida políticamente con lo que Moyano está haciendo. Si es él, será él. Si es otro, será otro. Soy amigo de la mayoría de los titulares de los gremios.
—Le creo, le creo, ¿pero por qué no le contestan a Moyano? No, usted no (ante un gesto negativo de Fernández); pero él se queja mucho de que en Presidencia no le contestan.
—No sé si eso es así. Yo no me animaría a preguntarle a la Presidenta, me parecería una impertinencia y jamás nadie me ha dicho que él haya llamado y no le hayan contestado. La verdad es que me cuesta creerlo.
—Mire lo que es la vida. A mí me encantaría preguntárselo a la Presidenta… pero lo que pasa es que no hay ocasión.
El senador sonríe amablemente:
—Siempre hay una ocasión.
—Ojalá. Volviendo a la CGT, es un tema que a todos nos preocupa bastante.
 —A ver… sin pegoteo, porque en definitiva puede ser que circunstancialmente haya alguna razón que no justifique la relación y uno pueda estar viéndose todos los días o las condiciones no den como para eso. Lo que yo tengo muy en claro, como le dije recién, es la enorme satisfacción que siento por haber participado en un gobierno y acompañarlo ahora desde otro lugar, donde me puso la Presidenta y me pidió que desempeñara una función específica que creo estar cumpliendo con creces. Y es saber también que lo estoy haciendo en honor a esa defensa del derecho de los trabajadores. Fuertemente y en todos los ámbitos. Pero si yo estoy yendo a esa postura es porque la Presidenta va a esa postura y gestamos políticas públicas para que esas cosas se produzcan. Mire, se han generado más de 5 millones de puestos de trabajo, más de dos millones y medio de nuevos jubilados. Si estamos andando por ese camino y si ellos siguen sosteniendo las mismas banderas que eligieron desde siempre, nos vamos a encontrar inexorablemente en la ruta porque estamos yendo hacia el mismo lugar. Con lo cual ¿qué importa si circunstancialmente no hay una relación, como dice usted, de teléfono? Eso es mucho más para Radiolandia que para otra cosa.
—Es algo más que teléfono lo que falta ahí. Y usted es demasiado vivo como para no saberlo. Pero entiendo, también, que no quiera contestarme.
—No, no le doy más valor que el que tiene. Yo no le asigno valor a eso porque lo complicado sería que uno no coincidiera con la CGT porque uno tiene intereses de otras características o porque los grupos de interés que cada sindicato representa colisionan con el pensamiento del Gobierno. Entonces, ahí estamos en una situación complicada. O yo me pongo cada vez más duro con el Gobierno o a lo mejor, si tengo una posición que no tiene que ver con eso, será el momento de no estar en el Gobierno. Sin embargo, yo me siento cada vez más convencido de estar porque las políticas públicas se profundizan siempre en beneficio de los vulnerables. Entonces, sin dejar de lado lo otro, para todos tiene que haber políticas públicas. Lo que digo es que los que sufren tienen que sufrir un poquito menos. Y eso es lo que sostiene como premisa esta gestión de gobierno. Creo que, por ese camino, nos vamos a encontrar en la ruta con la CGT. Entonces, no me preocupa si la Radiolandia dice que llamaron o no contestaron.
—Senador, no sea antiguo. Hace más de veinte años que esa revista no sale.
Nos reímos de buena gana.
—Bueno, uno se acuerda de esas revistas porque eran las que compraban en mi casa.
—Bueno, pero volviendo al tema de idas y venidas, no entiendo bien esto del alejamiento de algunos históricos como Taiana, como Righi.
—Circunstancialmente, no están en el Gobierno. Son cosas distintas. Con ese criterio yo también estoy alejado. Fui ministro del Interior, ministro de Justicia, después jefe de Gabinete y hoy soy senador de la Nación. ¿Usted me vio defeccionar en las políticas que he llevado a cabo?
—Pero usted es un soldado, senador.
—Y ellos también lo son. Taiana, un hombre que ha sufrido el exilio y el Bebe Righi, por quien tengo un enorme cariño, ha trabajado conmigo enormemente bien y lo reconozco en esta oportunidad. Lo he dicho cada vez que he podido pero él sabrá las razones de su renuncia. Habrá tenido necesidad de sentirlo en esos términos y yo no tengo por qué negar lo que sucede ni mi relación personal en la que, repito, le tengo un enorme afecto, también por el trabajo que ha efectuado con nosotros. Cada vez que uno ha necesitado de la Procuración de la Nación, Righi, mientras estuvo conmigo, cumplió de la mejor manera. Yo lo he visto siempre activo y convencido de bregar por una posición muy clara en beneficio de los intereses del Estado. Y eso habla muy bien de su persona.
—Volviendo a usted, senador, ¿le gusta el cine?
—Me encanta. Sería el hombre más feliz del mundo si pudiera encerrarme en un cine. Como cuando era chico y me regalaban entradas para ver tres películas por tarde. ¿Sabe cuál fue la primera que vi? Sammy, la foca loca. Lo recuerdo como si fuera un sueño.
—¿Y qué es el amor para usted?
El senador Fernández se sonríe. Rejuvenece. Piensa su respuesta buscando las palabras.
—El amor es algo muy lindo
—Eso ya se sabe, senador.
—Bueno, pero no es fácil de definir para un tipo tan rústico como yo. No sé expresarlo. Usted me quiere sacar algo que no va a salir de mí. Tengo que recurrir a frases comunes, de telenovela, cosa que no sé hacer. Quizás en las novelas de Corín Tellado. Como yo he sido un lector compulsivo, tengo que recurrir a frases de otros. El amor es algo que a uno le cambia la vida en forma tal que nos pone en una situación de privilegio. Martín Fierro dice que “es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo domina”. Y esto es aplicable absolutamente a todos.
—¿Y frente a la muerte, senador?
—Yo no le temo a la muerte. Forma parte de las cosas que están dentro del reglamento que a mí me dieron cuando comencé a vivir. Una de las cosas que a uno le pasan es morirse. Entonces, lo que puedo decir es que no voy a colaborar con ese párrafo del reglamento Por eso me cuido como me cuido. No fumo, no tomo, no me drogo, qué sé yo, un montón de cosas que creo que son indispensables y además trabajo como un perro todo el día. Bueno, a cualquiera puede pasarle cualquier cosa. ¿Preocuparme por la muerte? No, absolutamente no. Sueño con no jubilarme nunca y trabajar hasta el último segundo de mi vida, cosa que ojalá ocurra dentro de muchos años. Mientras tanto, en mi alforja no hay lugar para la muerte.
 Acá el link: http://www.perfil.com.ar/ediciones/2012/5/edicion_676/contenidos/noticia_0010.html

El problema que no detecta la Presidenta

Un nota que brilla.



Por Carlos Pagni | LA NACION


Cristina Kirchner pronunció el jueves pasado un discurso que tal vez pase a la historia del oficialismo como uno de sus grandes documentos. No sólo porque expuso con gran transparencia las razones a las que atribuye sus dificultades económicas. También, y sobre todo, porque a la luz de ese texto es fácil advertir los problemas que ella no consigue detectar, las preguntas que no puede formularse.
La Presidenta terminó de definir un fenómeno cada vez más evidente: el enojo con Hugo Moyano es la anécdota de un conflicto más amplio con el sindicalismo en su conjunto. Ese jueves, el metalúrgico Antonio Caló encabezó un paro general para conseguir un aumento de salarios del 31%. Caló fue a la huelga a pesar de que la señora de Kirchner le había ordenado, a través del teléfono manos libres de Carlos Tomada, un arreglo del 21%. Caló era el candidato del Gobierno a conducir la CGT en reemplazo de Moyano.
¿Por qué los dirigentes sindicales se han convertido en una dificultad? Para la señora de Kirchner, la razón hay que buscarla afuera. Según ella, "durante unos cuantos meses, desde los medios de comunicación monopólica intentaron ocultar lo que pasaba con el mundo, pero ya es inocultable". Es decir, la crisis internacional exige mayor responsabilidad de los actores sociales porque "nosotros no nos caímos del mundo, sino que el mundo se cayó sobre nosotros".
Esta visión dispara varios interrogantes: ¿por qué "el mundo" no se cayó también sobre Brasil, Colombia o Perú, que crecerán este año más del 4%? ¿Por qué no aplastó a Rusia, Turquía o Polonia, que se expandirán al mismo ritmo? ¿Por qué el derrumbe nos afecta este año y no el anterior, si el crecimiento internacional será el mismo? Y el acertijo principal: ¿por qué los demás gobiernos de la región no están afectados en el frente sindical? Al contrario: el brasileño más famoso es un sindicalista.
Estas incógnitas se despejan cuando se incorpora una variable que la Presidenta no consigue mencionar: la inflación. Es la inflación, y no "el mundo", la que explica que la Argentina sea el único país de América latina en el que los gremialistas son noticia.
Empeñados, como buenos populistas, en maximizar el presente con una excitante fiesta de consumo, los Kirchner menospreciaron la inflación. Corrían con ventaja: encontraron un país que venía de una recesión de cuatro años; la capacidad ociosa de la economía era superior al 50%, y la pobreza había alcanzado al 55% de la población. Desde un punto de partida tan bajo, cualquier estrategia expansiva tardaría en encontrar un límite.
Pero ese límite llegó. La inflación fue quitándole competitividad al aparato productivo y exigiendo subsidios cada vez más insostenibles para las cuentas públicas. Los costos en dólares se volvieron una mochila insoportable para las empresas. El superávit comercial se redujo más y más, con la consecuente escasez de divisas.
Para abordar este problema, el Gobierno no recurrió al mercado de deuda ni incrementó la tasa de devaluación. Prefirió una tercera vía: bloquear las importaciones, impedir la repatriación de dividendos e intervenir el mercado de cambios. Es decir, montó un corralito más sofisticado que el de Domingo Cavallo. Aquél bloqueaba el acceso a los pesos para impedir la demanda de dólares. En el actual, los pesos están disponibles porque se suprimió la oferta de dólares.
El conflicto con los sindicalistas se alimenta de esta política. La clausura de la economía induce a una mayor inflación. Y la ortopedia cambiaria dispara el dólar paralelo y, con él, los precios de reposición de las mercaderías. Son factores que se agregan a los que el Gobierno ya había desplegado: incremento sideral del gasto público, que en abril fue del 34% interanual; expansión de la base monetaria, que crecerá otro 40% este año, y remuneración de los ahorros con una tasa que, al ser la mitad de la inflación, obliga al gasto. Amado Boudou tuvo claro este proceso, al que sus amigos se asociaron imprimiendo billetes con Ciccone.
La inversión, mientras tanto, se retrae. El jueves la Presidenta les pidió a los empresarios que inviertan , recordándoles los subsidios y exenciones fiscales que ella ofrece. No se le ocurrió preguntarse por qué, con esas ventajas, ellos se resisten a invertir. Tampoco indaga por qué las empresas quieren remitir sus utilidades al exterior cuando "el mundo" se derrumba y la Argentina es un edén.
El ciclo económico que permitió al kirchnerismo alcanzar sus grandes marcas ingresa en el otoño por su propia dinámica. Ese agotamiento convierte a la inflación en un problema inocultable.
Las empresas ya no podrán acompañar la carrera de los precios con mejoras en los sueldos, porque la economía comienza a desganarse. También la pública: entre marzo y abril, los fondos de coparticipación que recibieron las provincias tuvieron una caída del 6%. Moderar la escalada salarial y mantener la vitalidad del mercado interno serán en adelante objetivos incompatibles.
Si se pretende mantener el salario real, es decir, conceder aumentos nominales por encima de la inflación, habrá que destruir puestos de trabajo. Si se pretende mantener los puestos de trabajo, habrá que reducir el salario real. El Gobierno ya no podrá aspirar a mejorar el poder adquisitivo de los asalariados y a incrementar el nivel de empleo al mismo tiempo. Esta es la noticia que la Presidenta no terminó de formular el jueves pasado. Aunque estuvo cerca de hacerlo, al recordar que "no hay mayor disciplinador social que la desocupación". Un minuto después presentó al "Centauro" Andrés Rodríguez, el representante de los empleados públicos, como un dirigente ejemplar, ya que se conformó con un 21% de incremento salarial.
Cristina Kirchner está irritada porque el sindicalismo entorpece sus operaciones más relevantes. A los petroleros privados no les interesa integrar el directorio de la nueva YPF. Prefieren ceder ese lugar a Antonio Cassia, del viejo SUPE, y quedar libres para las disputas de salarios. En Santa Cruz, Chubut y Neuquén exigen un aumento del 31%. Un gran problema para Miguel Galuccio, el nuevo CEO de YPF.
En Aerolíneas los gremios no quieren aprobar los balances a Mariano Recalde. La disputa originó una ruptura en la conducción de la empresa. Los sindicalistas dialogan con Gustavo Marconato, el vicepresidente de la empresa, un ex diputado ajeno a La Cámpora.
En el sector de la distribución eléctrica, las pretensiones de Luz y Fuerza forzarán a un aumento de subsidios o a una suba de las tarifas. La opción de estatizar las compañías ha quedado descartada, salvo en el caso de Transener, que pertenece a Marcelo Mindlin y a Gerardo Ferreyra, amigo de Carlos Zannini y propietario de Electroingeniería.
Las nuevas condiciones de la economía sepultaron la posibilidad de una CGT oficialista. El discurso del jueves fue la última palada de tierra sobre ese sueño. Sólo el taxista Omar Viviani, antigua sombra de Moyano, mantiene la quimera postulándose en lugar de Caló. El resto debatirá cómo enfrentar el conflicto que anticipó la Presidenta. Todos los formatos están en consideración, lo que incluye poner la central bajo un triunvirato integrado por el ultra-antikirchnerista Luis Barrionuevo, o postergar el congreso de julio para definir la nueva conducción a fin de año.
Además de redefinir el vínculo sindical, Cristina Kirchner tendrá que revisar su hoja de ruta política en el marco del nuevo contexto económico. Daniel Scioli se postuló a la Presidencia teniendo en cuenta las dificultades materiales del Gobierno. En la Casa Rosada, hay quienes aconsejan dar ya la batalla de la reelección, antes de que el malhumor colectivo aumente. El objetivo sería enviar el proyecto de reforma al Congreso y elegir constituyentes en las legislativas del año que viene. Diana Conti debería cambiar su eslogan "Cristina eterna" por "Cristina, ahora o nunca".
El momento es interesantísimo. El kirchnerismo debe encarar el ajuste desde la cima de su hegemonía. Es habitual que de ese par de dimensiones, ajuste y hegemonía, brote un impulso autoritario. También esa inclinación estuvo presente en el discurso del jueves. Cristina Kirchner concluyó su elogio a las tareas de espionaje de la Gendarmería con esta frase: "Así que quédense tranquilos. Salvo que estén haciendo algo que no corresponda, ahí si puede ser que estén en el proyecto X". Fue una broma, de esas que suelen envolver una amenaza.
Aníbal defendió el peronismo de los Kirchner
El senador del Frente para la Victoria (FPV) Aníbal Fernández sostuvo que "ningún gobierno interpretó" a Juan Domingo Perón como los encabezados por Néstor y Cristina Kirchner. "No hay nadie en este país que pueda interpretar a Juan Perón como lo han hecho y lo hacen Néstor y Cristina Kirchner. Nadie", aseguró el ex jefe de Gabinete en una entrevista con el diario Perfil. "El peronismo pasa hoy por la política que Néstor y Cristina llevaron a la práctica, porque ellos no se olvidaron ninguna de las materias que enseñaba Juan Perón", apuntó.