lunes, 22 de octubre de 2012

Democracia armada

Nadie va a resolver de una buena vez por todas el problema de qué es un régimen democrático y cuáles son sus características definitivas. Dos mil quinientos años de filosofía no cerraron el bucle y el debate prosigue. Hay quienes prefieren – como Laclau – hacer uso de esquemas abstractos y remiten sus afirmaciones a los autores clásicos para discutir acerca de qué es una representación política, interrogarse acerca de cuáles son los modos en que se establecen las relaciones entre representantes y representados, elaborar esquemas sobre la conformación de una voluntad popular, llevar a cabo una lectura política sobre el funcionamiento de las instituciones y reflexionar sobre las relaciones entre el estado y la sociedad.
Estos manuales breves o farrogosos sobre teoría política eluden la historia concreta de las formaciones sociales y disimulan el aspecto oportunista de sus presentaciones. No digo estratégico sino oportunista. Lejos de aspirar a un análisis de la situación política argentina, Ernesto Laclau intenta una vez más – en el texto desgrabado de una conferencia publicado en este diario la semana pasada – dar letra a las ambiciones del personal gubernamental kirchnerista que indudablemente aspira a perpetuarse en el poder, colonizar el Estado y unirse a quienes se preparan para celebrar el 7D.
La preocupación que lo desvela es que el kirchnerismo no se deje arrinconar por dos enemigos políticos: uno es el liberal constitucionalista, y el otro es el libertario izquierdista. El primero representa para él el orden conservador que detrás de su prédica a favor de la consolidación de las instituciones no hace más que defender los intereses del capital. El otro, el paleoizquierdista, como lo llama Verbitski, plantea un nuevo riesgo ya que en nombre de variadas formas de democracia directa, no consolida las demandas populares en aparato estatal alguno y termina por disolverse en la inorganicidad.
En medio de ambos el populismo kirchnerista que lo llena de optimismo. Reconoce que se corre el peligro de que el líder de las masas se “autonomice” como lo dice con ternura, y se convierta en algo que no se atreve a llamar por su nombre: un dictador. Pero quien se compromete en la lucha política sabe que, así lo recuerda Laclau, citando a un ídolo legendario que describía ciertos gajes del oficio, Lenín: “hacer política es siempre caminar entre precipicios”.
Como cita es extraña, entre precipicios, por lo general, uno cae en el abismo, seguramente que se trata en este caso del borde de los mismos. Y así fue, Lenín tenía razón, mientras él caminaba por los bordes, Stalin decidió arrojar al pueblo ruso al foso de uno de los mayores genocidios del siglo XX que fue coronado con gloria morir por los cantos de la izquierda.
Laclau dice que los representantes del pueblo no sólo deben cumplir con el mandato delegado por los ciudadanos, sino que tienen por misión modelar la voluntad popular. Sostiene que a veces el pueblo es débil y no sabe ni puede tener la fuerza política suficiente para luchar por sus intereses, y que por eso, desde la cúspide, la tarea del Jefe o Jefa junto a sus adláteres es la de crear las condiciones para lograr el triunfo popular. Y esto se hace sin consulta previa, se hace porque se debe hacer, porque la historia lo pide, porque la vanguardia revolucionaria así lo establece, y porque la masa de pobres estará agradecida de por vida a la conducción que desde Tecnópolis a la Biblioteca Nacional marca el camino de la liberación.
Linda música. Ya la escuchamos. Es el canto de la lucha armada del sistema de los 70. Su guión no ha variado, sus palabras dicen: el sistema representativo está en crisis, el parlamentarismo es un teatro de comedias, las instituciones, como insiste Laclau, no son “neutrales”, por lo que el poder judicial responde a intereses reaccionarios y sólo valen las sentencias del tribunal popular, los medios de comunicación están al servicio de las corporaciones, el capitalismo hace agua, etc.
La conclusión es obvia. El Líder y las masas llevan a cabo la revuelta popular, y en nuestro país la conducción de Cristina Fernández junto a Julio de Vido, Guillermo Moreno, Florencio Randazzo, Sergio Berti, Jorge Capitanich, Héctor Timerman, Carlos Zanini, Axel Kiciloff y Amado Boudou, guiarán a los batallones de Emilio Pérsico, Luis D´Elía y Milagro Sala, hacia la gesta nacional y popular, les guste o no a los millones de argentinos que no se han convencido de la naturaleza liberadora de la cruzada populista.
Tiene razón Laclau, el parlamentarismo no es garantía de democracia. Pero lo que olvida es que la ausencia de parlamentarismo lo es menos. Los parlamentos se crearon en el siglo XVII para destronar el absolutismo y frenar las guerras civiles que ensangrentaron un continente. La actividad parlamentaria volvió a recrearse a fines de la década del cuarenta del siglo pasado en los países europeos para evitar la aparición de un nuevo Führer. Por supuesto que el sistema representativo está en crisis, hace rato que lo está, por eso debe reforzarse con nuevos organismos de control ciudadano. Los distintos sectores de la sociedad deben estar representados en los mismos. Son diversos porque en la Argentina vive gente diversa, no sólo el palco de aplaudidores de conferencistas itinerantes. Hay católicos que van por millones a Luján, una clase media que quiere ir a veranear, millones que separan una parte de sus ingresos para enviar a sus hijos a colegios privados, trabajadores agremiados que ya son clase media y tienen su auto en una cochera, mucha gente que quiere ahorrar con una moneda que no se desprecie cada mes para comprarse una casa, tantos consumidores que le hacen caso a un gobierno que los manda a comprar un plasma cada mes y les pide que gasten más de lo que tienen para sostener el modelo. Hay de todo, además de quienes sólo viven de la asistencia del estado marginados en villas y en suburbios, asalariados con un sueldo de pobreza por falta de un trabajo remunerado en blanco.
Sólo los que pregonan vandalismos de cartón desde sus despachos, salas de redacción y cátedras pueden soñar con una especie de limpieza étnica que elimina de la escena social a los denostados “rubios”. El resentimiento pequeño burgués siempre fue antiburgués.
Y existe la libertad. Y la libertad no la regala el poder, por el contrario, el poder quiere arrebatarla. La libertad sólo puede ser garantizada por la ley y la autoridad. Claro que las instituciones no son neutrales, en ellas hay luchas por los espacios de poder, pero no son un juguete del capital.
Por el contrario, si no fuera por las instituciones y sus normas, la sociedad estaría a merced de las armas y del dinero, las dos fuentes de la dominación. Al poder político se lo controla, no sólo el parlamento, sino el periodismo también, sea del color que sea, lo hacen las iglesias, las asociaciones profesionales, las oenegés, la gente en la calle con cacerolas o con bombos, las corporaciones que con sus intereses fragmentan y diseminan las energías en una sociedad competitiva globalizada. Sólo un paranoico de mala fe con aspiraciones de despotismo ilustrado cree y desea que el poder sea uno solo, ya sea en manos de un Jefe o Jefa, o zarandeado por una entelequia fantasmal que poscomunistas cesantes llaman “multitud”. Por eso es tan difícil la práctica política, por eso no le sirven los intelectuales que no entienden de diversidad, complejidad, y que venden jacobinismo barato.
Que en Bolivia se vive un proceso democratizador como festeja Laclau, es posible, se trata de un país en el que al fin las mayorías tienen voz y recuperan sus símbolos de antaño. Pero no es para regodearse en la felicidad precolombina. Más de uno me decía en La Paz que quería estudiar chino, y no era para leer a Lao Tsé, y menos a Mao.
Que en Venezuela hay un ejemplo a seguir, Dios nos libre y guarde de vivir bajo el paraguas militar de una oligarquía petrolera que distribuye sí, es cierto, recursos en escuelas y clínicas, y mucho más entre generales, coroneles y asociados. ¿Tan mal estamos que ése es nuestro mejor ejemplo para una Argentina posible?
¿Qué hubiera pasado en Venezuela si ganaba Capriles? Aquellos que piensan como Laclau habrían denunciado un fraude electoral, o en caso de no poder demostrarlo, habrían consultado el manual del politólogo marxiano para explicar que el pueblo fue alienado y su conciencia manipulada. Pero al ganar Chávez festejan la democracia y hablan del éxito de la construcción de la voluntad popular.
El pueblo es una muñeca de trapo para uso de teoricistas.
La democracia no se define por sacar a gente de la pobreza. De ser así los jerarcas de Tiananmen que imperan en la China serían los héroes de la historia mundial, para no hablar de Hitler que entre 1933 y 1937 llevó a cabo el primer “milagro alemán”.
La construcción de la democracia no es una tarea a resolver con citas bravas de Gramsci ni tampoco con buenas intenciones republicanas en el continente más desigual del mundo; al menos podríamos reconocer la dificultad de componer en una misma frase libertad y necesidad, libertad e igualdad, o, como hoy se agrega, libertad y seguridad, que nos obliga a pensar de nuevo sin remitirnos a aventuras amortizadas que terminaron en una tragedia, o de contribuir una vez más a una incitación a la violencia de acuerdo al paradigma que interpreta a la política como una de las formas de la guerra, y con una forma de pensar sectaria que sin enemigos internos muere de inanición.

viernes, 5 de octubre de 2012


Por Carlos Pagni | LA NACION
La protesta salarial de las Fuerzas Armadas y las de seguridad abrió para Cristina Kirchner una crisis compleja. Y ella no ha sabido dar todavía con una respuesta clara.
En principio, el problema es serio porque el brote de indisciplina alcanzó a una organización, la Gendarmería Nacional, que había sido adoptada por el Gobierno como el principal instrumento para combatir la inseguridad, que es el malestar social más agudo que registran las encuestas.
La Presidenta consideraba a la Gendarmería su fuerza favorita por un par de razones: no la veía identificada con la represión ilegal de los años 70 y, además, mantendría niveles de decencia contrastantes con la imagen convencional de las principales policías del país.
Cuando Nilda Garré inauguró el Ministerio de Seguridad y quiso abordar el problema de la delincuencia metropolitana, recurrió a los gendarmes, que fueron trasladados de a miles hacia el conurbano, en un gesto ofensivo para la policía bonaerense. Cuando fue designado para controlar a Garré, el teniente coronel Sergio Berni se estableció en el edificio Centinela. También se apeló a la Gendarmería para las controvertidas tareas de inteligencia del denominado Proyecto X. Y fue a los gendarmes a quienes el oficialismo confió un objetivo tan relevante como la ocupación de Cablevisión, la colina más valiosa de la guerra contra Clarín. La tormenta que se desató el martes quebró la confianza en esa organización predilecta. Fue, en este sentido, la rebelión de los propios.
La otra dimensión inquietante de este trance es la falta de una respuesta adecuada. El Gobierno todavía no consigue ofrecer una definición coherente del fenómeno. Garré dio por liquidado el levantamiento con el cambio de autoridades en la Gendarmería y la Prefectura, aunque la revuelta siguiera apareciendo por televisión. Berni reaccionó ante un reclamo gremial, aceptó un petitorio de los insubordinados y prometió resolverlo en seis días. Esa dilación podría ser una táctica interesante para desgastar a un grupo de huelguistas convencionales. Pero con los uniformados sólo logró extender la protesta. Ayer la desobediencia se había multiplicado en varias unidades militares. Nada que el Gobierno no pudiera prever: el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, había sido informado el martes por la noche de que en varias dependencias del Ejército -en el 5º Cuerpo, por ejemplo- se registraban amotinamientos de suboficiales. Ayer se especulaba que el jefe de la policía bonaerense recibirá un pliego de condiciones salariales de sus subordinados. En su interés por cansar a los quejosos, Berni olvidó aquel aforismo de Perón: "Sacar a los hombres de armas de los cuarteles es difícil; pero más difícil es volverlos a meter adentro".
Es comprensible que Berni esté desorientado: confraternizó con las fuerzas como un oficial más, confiando en que así se libraría de estos contratiempos, atribuidos a la intemperancia de Garré. Pero la interna del teniente coronel con la ministra se ha vuelto despiadada. Es otro error incomprensible del Gobierno, que ya se verificó en el duelo Scioli-Mariotto: traslada a la política de seguridad las tensiones de su interna. Es decir, juega con fuego.
La falta de una interpretación de lo ocurrido aumentó la incertidumbre. Estela de Carlotto y Juan Cabandié, por ejemplo, denunciaron una amenaza para la democracia. Si fuera así, ¿por qué Juan Manuel Abal Medina suspendió los decretos del conflicto sin esperar a que se restablezca la disciplina? ¿Por qué Berni aceptó un petitorio formulado por supuestos sediciosos? Si el sistema institucional estuviera en peligro y, por lo tanto, se requiriera especial cohesión política, ¿había que agredir a la oposición defenestrando a Leandro Despouy de la AGN?
En rigor, el Gobierno ignora las raíces del fenómeno y no parece haber una cabeza coordinando los movimientos. La Presidenta, como ante otros grandes contratiempos, está desconcertada. Desde que se produjo el cacerolazo, la ganó la sensación de que todo el mundo se le anima. Los funcionarios admiten la espontaneidad del levantamiento, pero se intrigan ante la osadía de quienes lo lideran. Cabandié filtró una pista sobre las presunciones presidenciales cuando habló de que "detrás de esto hay manos negras", para referirse enseguida a "las banderas de Rico". Aldo Rico aceptó el papel que le asignaba Cabandié y aleccionó a los insubordinados: "No bajen la protesta porque los van a traicionar".
La crisis tiene también un costado fiscal que debe ser mirado con detenimiento. Los desajustes salariales alcanzan en todo el país a unos 400.000 efectivos. Además, los fallos de la Corte que obligan a incorporar al salario los suplementos no remunerativos valen tanto para las fuerzas de seguridad como para las Fuerzas Armadas. ¿Qué suma representa para el Tesoro ese blanqueo? ¿Qué repercusión tendrá en el resto del sector público? ¿Se admitirá alguna forma de sindicalización castrense, como la que existe, por ejemplo, en Italia?
Con la queja de los uniformados se ha vuelto escandaloso un dato conocido: el mayor empleador en negro del país es el Estado. La informalidad se extiende mucho más allá de los organismos policiales y castrenses. Llega al sistema universitario, al aparato de salud y hasta al Ministerio de Trabajo, que debe combatir la desviación.
Existe una última incógnita, acaso la más relevante: ¿ajustará el oficialismo, a partir de estos episodios, su discurso sobre las Fuerzas Armadas y de seguridad? La relación del Gobierno con esas instituciones ha sido una variable dependiente de su discurso sobre los derechos humanos. Las Fuerzas Armadas fueron identificadas, de manera más o menos directa, con la represión ilegal. Y las de seguridad, sospechadas de desbordes, corrupción, gatillo fácil. La falta de estímulo profesional para todo aquel que luzca una gorra excede en mucho el problema salarial. Remite a la narrativa central del kirchnerismo. Es ese núcleo de la política el que ha sido puesto a prueba.

Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1514468-en-la-armada-esperan-hoy-una-respuesta-oficial