martes, 28 de febrero de 2012

Repartir culpas sin asumir nada

Una buena reflexión.


Repartir culpas sin asumir nada

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

Paseó su discurso por la épica kirchnerista, comparó a su marido con Belgrano y San Martín, cantó la marcha de la Juventud Peronista de los años 70, se entretuvo en las desgracias de la poscrisis de 2003 y sólo entonces recaló en los 51 muertos de hace cinco días.
Hacía mucho que Cristina Kirchner no lloraba en público. Ayer volvió a quebrarse delante de un micrófono. Fue evidente que sintió el impacto político que pegó en su gobierno por la tragedia del ferrocarril Sarmiento, que se estrelló en Once el miércoles pasado. Sin embargo, habló con palabras medidas, definió la muerte como puede hacerlo alguien entusiasmado por la literatura, pero no se hizo cargo de nada.
La responsabilidad de todo es de la tarjeta SUBE, cuya enrevesada y extravagante historia parece ser, en el discurso presidencial, culpa de un capricho de la naturaleza. Si hace tres años que ella viene luchando para que esa tarjeta suplantara los multimillonarios subsidios a empresarios del transporte, como insinuó sin decirlo, ¿por qué no relevó antes a todos los funcionarios responsables? ¿La devastación, la muerte y la mutilación de Once, largamente anunciadas, son ahora, acaso, culpa exclusiva de las increíbles demoras en la distribución de la tarjeta SUBE?
Echó mano a su retórica más encendida y enojada cuando se refirió a la Justicia. Después de casi diez años de gobierno kirchnerista, y de las decisiones que se tomaron para controlarla, la Justicia que hay es la Justicia que quiso el kirchnerismo. Sucede que la Presidenta no hará nada antes de que exista un peritaje o una definición de la Justicia.
Podría haber hecho otras cosas. Le habría bastado leer el último informe de la Auditoría General de la Nación sobre el estado de los trenes, que data de 2008, para rescindir el contrato de concesión sin pagarles indemnización a los hermanos Cirigliano, dueños de la empresa que administra el Sarmiento. Podría haber pedido el nuevo informe que ya está hecho y que será tratado mañana por el directorio de la Auditoría. Es tan lapidario como el de hace tres años y como el de otros más viejos aún.
Repartió las culpas sin mojarse en las responsabilidades. Los Cirigliano están terminados, si se escucharon bien las palabras presidenciales, pero ellos fueron los amigos dilectos del poder desde Menem hasta los Kirchner. Es probable que también Juan Pablo Schiavi, el secretario de Transporte, haya encontrado un mal final para su corta y zigzagueante vida política. Más que el peritaje de la Justicia, es conveniente esperar que la Justicia no homologue ese mezquino relato del kirchnerismo. La responsabilidad política es mucho más grande que la que les cabe a un simple secretario de Estado o a empresarios largamente conocidos por su voracidad y su incapacidad.
Nunca un contraste fue más nítido que el de la tarde de ayer. Un par de horas antes del discurso de Cristina Kirchner, los padres de Lucas Menghini Rey calificaron de "vil y canalla" un documento de la ministra de Seguridad, Nilda Garré, a la que llamaron por su nombre, y señalaron que la tragedia no fue un accidente, sino un "desastre previsible". Cristina trató luego como pudo, y pudo poco, de acercarse a ellos desde la distancia, mientras recordaba que el padre de Lucas trabaja en Canal 7. Tarde y mal. Nunca hizo una autocrítica del Estado, que demoró casi 40 horas en encontrar un cuerpo sin vida en una formación de apenas ocho vagones. La dura crítica de los padres llegó hasta lugares sociales más profundos que el discurso presidencial.
La Presidenta pareció, por momentos, una vecina ofendida por las ineptitudes del Estado. La tarjeta SUBE es un desastre. La Justicia es remolona. Los empresarios del transporte son peores que los cuervos o los buitres. Son las cosas que dice la gente común cuando se queja de las desdichas de la vida cotidiana. Faltó ayer la jefa del Estado que gobierna o cogobierna desde hace casi una década. Por primera vez, eso sí, debió explicar por qué faltó otra vez a la cita con el dolor. Su reclusión en El Calafate fue, cómo no, una decisión magnánima, la de alguien que no quiere sacar provecho de la muerte. Las familias de los muertos esperaban, no obstante, su consuelo en el momento oportuno; esa misión, difícil sin duda, forma parte de su salario.
El resto del discurso lo dedicó a sus últimas obsesiones. Levantar la disputa con Gran Bretaña por las islas Malvinas, que tiene poco eco en una opinión pública preocupada por cuestiones más próximas y cotidianas. La querella con YPF, empresa a la que culpa de la importación de combustible por un monto de 10.000 millones de dólares anuales. Ninguna desventura es consecuencia, aun las más previsibles, de políticas oficiales. Nada. Los Kirchner diseñaron una política energética cuando llegaron, pero la culpa siempre es ajena. La naturaleza parece ensañarse con ella, que es la que toma todas las decisiones políticas desde hace cinco años.

viernes, 24 de febrero de 2012

Beatriz Sarlo: "Las Malvinas no puede ser una cuestión nacional sagrada"

La ensayista y escritora se refirió al documento que firmó junto a otros intelectuales que cuestionan la postura del Gobierno en el conflicto por las islas; "Queremos que se abra el debate", dijo.
En medio de la creciente tensión desatada por el reclamo argentino de soberanía de las Islas Malvinas, la ensayista y escritora Beatriz Sarlo se refirió esta noche al documento que presentó junto a un grupo de intelectuales para reflexionar sobre la postura del Gobierno respecto del conflicto con Gran Bretaña.
"Queremos que se abra el debate, que las Malvinas no sea una cuestión nacional sagrada. Cuando se convierte en una cuestión nacional sagrada, no se puede sentarse a negociar", exclamó la escritora.
En ese marco, Sarlo pidió que se considere a los isleños como "sujetos de derechos" y llamó a "redefinir el nacionalismo territorial". "Nosotros decimos que los isleños no son solamente portadores de intereses, sino que son sujetos de derecho", enfatizó la ensayista, en diálogo con Código Político , programa que emite la señal de cable TN. Y continuó con su defensa de la situación de los habitantes de Malvinas.



"Es gente que está afincada en esas tierras, que tiene sus hijos y nietos. Son sujetos de derecho, no pueden ser sacados del problema", analizó.
Treinta años después de la guerra de Malvinas, un grupo de intelectuales, constitucionalistas y periodistas argentinos presentó un documento en el que reclamará una revisión de la política del Gobierno sobre el conflicto por las Islas. Uno de los ejes centrales de la propuesta es que el gobierno adopte una posición que tenga en cuenta el principio de autodetermnacion de los isleños
Quienes firman el texto son Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antin (Quintín), Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, Daniel Sabsay y Beatriz Sarlo.

Una visión alternativa sobre la causa de Malvinas

30 años después de la Guerra, un grupo de intelectuales presentó un documento de reflexión; Romero, Sarlo, Hilda Sábato, Sabsay, Lanata y Sebreli, entre otros, instan a respetar los intereses de los isleños.
Un grupo de 17 intelectuales, constitucionalistas y periodistas argentinos presentó un documento en el que reclamará una revisión de la política del Gobierno sobre el conflicto por las Islas Malvinas. Uno de los ejes centrales de la propuesta es que el gobierno adopte una posición que tenga en cuenta el principio de autodetermnacion de los isleños
Quienes firman el texto son Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antin (Quintín), Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, Daniel Sabsay y Beatriz Sarlo.



MALVINAS: UNA VISIÓN ALTERNATIVA
A tres décadas de la trágica aventura militar de 1982 carecemos aún de una crítica pública del apoyo social que acompañó a la guerra de Malvinas y movilizó a casi todos los sectores de la sociedad argentina. Entre los motivos de aquel respaldo no fue menor la adhesión a la causa-Malvinas, que proclama que las Islas son un "territorio irredento", hace de su "recuperación" una cuestión de identidad y la coloca al tope de nuestras prioridades nacionales y de la agenda internacional del país.
Un análisis mínimamente objetivo demuestra la brecha que existe entre la enormidad de estos actos y la importancia real de la cuestión-Malvinas, así como su escasa relación con los grandes problemas políticos, sociales y económicos que nos aquejan. Sin embargo, un clima de agitación nacionalista impulsado otra vez por ambos gobiernos parece afectar a gran parte de nuestros dirigentes, oficialistas y de la oposición, quienes se exhiben orgullosos de lo que califican de "política de estado". Creemos que es hora de examinar a fondo esa política a partir de una convicción: la opinión pública argentina está madura para una estrategia que concilie los intereses nacionales legítimos con el principio de autodeterminación sobre el que ha sido fundado este país.
Una revisión crítica de la guerra de Malvinas debe incluir tanto el examen del vínculo entre nuestra sociedad y sus víctimas directas, los conscriptos combatientes, como la admisión de lo injustificable del uso de la fuerza en 1982 y la comprensión de que esa decisión y la derrota que la siguió tienen inevitables consecuencias de largo plazo. Es necesario poner fin hoy a la contradictoria exigencia del gobierno argentino de abrir una negociación bilateral que incluya el tema de la soberanía al mismo tiempo que se anuncia que la soberanía argentina es innegociable, y ofrecer instancias de diálogo real con los británicos y -en especial- con los malvinenses, con agenda abierta y ámbito regional. En honor de los tratados de derechos humanos incorporados a la Constitución de nuestro país en 1994, los habitantes de Malvinas deben ser reconocidos como sujeto de derecho. Respetar su modo de vida, como expresa su primera cláusula transitoria, implica abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean. La afirmación obsesiva del principio "Las Malvinas son argentinas" y la ignorancia o desprecio del avasallamiento que éste supone debilitan el reclamo justo y pacífico de retirada del Reino Unido y su base militar, y hacen imposible avanzar hacia una gestión de los recursos naturales negociada entre argentinos e isleños.
La República Argentina ha sido fundada sobre el principio de autodeterminación de los pueblos y para todos los hombres del mundo. Como país cuyos antecedentes incluyen la conquista española, nuestra propia construcción como nación es tan imposible de desligar de episodios de ocupación colonial como la de Malvinas. La Historia, por otra parte, no es reversible, y el intento de devolver las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos -es decir: anterior a nuestra unidad nacional y cuando la Patagonia no estaba aún bajo dominio argentino- abre una caja de Pandora que no conduce a la paz.
Como miembros de una sociedad plural y diversa que tiene en la inmigración su fuente principal de integración poblacional no consideramos tener derechos preferenciales que nos permitan avasallar los de quienes viven y trabajan en Malvinas desde hace varias generaciones, mucho antes de que llegaran al país algunos de nuestros ancestros. La sangre de los caídos en Malvinas exige, sobre todo, que no se incurra nuevamente en el patrioterismo que los llevó a la muerte ni se la use como elemento de sacralización de posiciones que en todo sistema democrático son opinables.
Necesitamos abandonar la agitación de la causa-Malvinas y elaborar una visión alternativa que supere el conflicto y aporte a su resolución pacífica. Los principales problemas nacionales y nuestras peores tragedias no han sido causados por la pérdida de territorios ni la escasez de recursos naturales, sino por nuestra falta de respeto a la vida, los derechos humanos, las instituciones democráticas y los valores fundacionales de la República Argentina, como la libertad, la igualdad y la autodeterminación. Ojalá que el dos de abril y el año 2012 no den lugar a la habitual escalada de declamaciones patrioteras sino que sirvan para que los argentinos -gobernantes, dirigentes y ciudadanos- reflexionemos juntos y sin prejuicios sobre la relación entre nuestros propios errores y los fracasos de nuestro país.

Se informó que quienes deseen adherirse a la firma del documento pueden escribir a alternativamalvinas@gmail.com


jueves, 23 de febrero de 2012

Una auditoría lapidaria - Por Adrián Ventura

Otra excelente nota.



Por Adrián Ventura | LA NACION

La Auditoría General de la Nación (AGN) acaba de concluir un nuevo estudio técnico sobre los ferrocarriles que opera la empresa Trenes de Buenos Aires (TBA), y la conclusión, que todavía no fue publicada, según pudo saber LA NACION, sería categórica: confirmaría que el estado de mantenimiento de las vías y del material rodante, como sostuvieron estudios previos del propio organismo, presenta fuertes deficiencias.
La nueva auditoría de la AGN, que todavía no fue aprobada por el colegio de auditores, sería un elemento comprometedor para TBA, y seguramente, en algún momento, se sumará a la investigación que ayer abrieron el juez federal Claudio Bonadio y el fiscal Federico Delgado por el delito de estrago culposo.
De confirmarse este estudio, los resultados del informe también podrían ser el punto de partida para analizar cómo se desempeña la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), el organismo que tiene el deber de controlar a las concesionarias. El último de esos estudios arribó a conclusiones muy graves, entre otras:
  • TBA no presentó todos los planes de mantenimiento ni tampoco dio respuesta a los pedidos de aclaración. Además, la CNRT no tomó medidas para corregir las deficiencias.
  • El sistema de vías presenta un estado deficitario y como paliativo de esa situación se impusieron velocidades máximas a la circulación de las formaciones.
  • Aquella auditoría, concluida en 2008, también afirmó que en cuanto al material rodante TBA no realizó un mantenimiento adecuado.
  • "Faltan manijas de frenos de emergencia", "freno de mano inoperante", "volante de freno de mano faltante", "cilindro de freno inoperativo", "zapata de freno fuera de banda de rodadura", "banda de rodadura deformada", son algunas de las muchas conclusiones que tenía aquel informe en lo que se refiere a frenos.
  • "Por eso, la gestión de TBA puede calificarse como ineficaz", sostuvo aquel estudio de la AGN, que agregó una conclusión que, bien leída, hubiera permitido prever otros hechos trágicos ocurridos en el futuro: "Son riesgos que atentan directamente contra la seguridad de los usuarios del servicio y de todos aquellos que, de algún modo, tienen contacto con el sistema".
La nueva auditoría de la AGN, muy extensa, fue realizada específicamente sobre el estado de las vías y del material rodante. El extenso informe ya está escrito y en las próximas horas llegará a las manos del colegio de auditores que debe aprobarlo. Es decir, el documento técnico todavía no recibió la aprobación del cuerpo político de la AGN, un organismo de control que depende del Congreso.
Esa auditoría confirmaría las deficiencias del sistema ferroviario que opera TBA y la responsabilidad de la empresa por esos incumplimientos.

Lo peor es que estaba anunciado - Por Diego Cabot

Excelente nota sobre la tragedia de ayer, que ayuda a entender un poco es más el título "crónica de una tragedia anunciada".



Por Diego Cabot  | LA NACION
No es necesario hablar para anunciar las cosas. La tragedia de ayer es un ejemplo: hacía años que la Argentina venía anunciando a diario que irremediablemente llegarían muertes en las vías.
Esto no es todo. También hay avisos de que seguirá habiendo autos destrozados en las rutas; o de que habrá cortes de electricidad o gas cada vez que el frío o el calor peguen fuerte. Por supuesto, una cosa no es comparable con la otra. Pero los avisos existen, aun sin palabras.
El Gobierno decidió montar este sistema ferroviario que se basa en dos pilares: tarifas de regalo y subsidios millonarios para compensar las pérdidas. ¿Y la inversión? De eso casi no se habla.
También fue el que diseñó la estatización de hecho de los ramales urbanos. Las empresas son gerenciadoras de un esquema sostenido por fondos públicos que se liquidan en oficinas oscuras y con muchísima discrecionalidad. Ni siquiera los aumentos de sueldos de los ferroviarios son negociados por sus empleadores. Todo se acuerda con la Secretaría de Transporte, que inmediatamente después de negociar subas salariales aumenta los subsidios para compensar los mayores costos. Las empresas corren los trenes como pueden y rezan para que los alambres con lo que se arreglan las formaciones no se corten.
Mientras los usuarios viajan como ganado, los millones van, y también vienen. En enero, Trenes de Buenos Aires (TBA) recibió un cheque por 76,9 millones de pesos para soportar la operación. El primer mes del año, entre todos los trenes metropolitanos se llevaron 270 millones de pesos. Además hubo 13 millones de pesos adicionales para solventar la operación de Ferrocentral (que corre servicios a Córdoba y Tucumán) y 21 millones de pesos que fueron a parar a dos sociedades del Estado (Administración de Infraestructura Ferroviaria y Sociedad Operadora Ferroviaria) con funciones no muy claras.
No hay contratos, no hay reglas, no hay plan de inversiones y no hay control. Lo que hay son millones. En 2003, cuando Néstor Kirchner llegó al poder, el promedio mensual de subsidios al transporte ferroviario era de 14,7 millones de pesos, según datos oficiales de la Unidad de Control de Fideicomisos de Infraestructura (Ucofin).
Esa cuenta se multiplicó por varias veces. El cheque de fondos públicos que soporta el calamitoso estado de los trenes actuales llega a 253 millones de pesos por mes (creció más de un 100 por ciento), si se cuentan lo que liquida la Ucofin y el déficit de los ramales Roca, Belgrano Sur y San Martín, ahora en manos del Estado.
Millones de pasajeros viajan y sufren en los trenes argentinos. Impávidos esperan en los andenes que esa formación no sea la elegida para el próximo accidente.
Mientras eso sucede, se cortan cintas de trenes que jamás funcionaron, como sucedió con el ramal Lincoln-Realicó cuando el gobernador Daniel Scioli y Kirchner, entonces candidatos a diputados en plena campaña 2009, dejaron inaugurado un tren que se pidió prestado para un acto. Luego se fue y no volvió jamás. Mientras los andenes rebalsan, se anuncia el tren bala varias veces, tantas como el soterramiento del Sarmiento o la electrificación del tren a La Plata.
La Argentina se dio el lujo de jugar con millones de pasajeros indefensos que viajen en poco más que chatarra rodante, trenes viejos maquillados con varias capas de pinturas coloridas.
Los funcionarios y los empresarios ferroviarios también se dieron otros lujos: jugar con millones, pero de dólares, que lubrican un sistema corroído. Mientras tanto todos van y vienen. Los pasajeros. Y los millones..

miércoles, 22 de febrero de 2012

Entrevista a Paul Auster

Publicada en Ñ del sábado pasado.


El cuerpo en el que habito

Dos seres componen al celebrado escritor estadounidense: uno de carne y hueso, histórico, “que lava los platos”; otro interior, que está solo en lo que escribe, y no entiende. Ahora, publica la historia de aquel “cuerpo”: heridas, barrios, cuartos, intemperie. Y con dos periodistas de Ñ habla de eso. Y de política y amor.

POR Patricia Kolesnicov Y Andres Hax

¿Ya se arregló el problemita con la licencia de alcohol? El hombre que pide –se arregló– una copa de vino blanco antes de sentarse a ser interrogado por dos desconocidos, mañana (el mañana de la entrevista, 3 de febrero) cumple 65 años. Y como el hombre se llama Paul Auster, recibe los 65 con un libro autobiográfico, Diario de invierno . Un libro que –como si el que cumpliera fuera el cuerpo, no el hombre y menos el autor–, indaga “lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo”. “Un catálogo de datos sensoriales” económico en pudores, que no evitará ni el pobre debut sexual en un prostíbulo ni –página 9– “el enorme forúnculo que una vez me brotó en el carrillo izquierdo del culo.” El hombre que pide el vino va a cumplir 65 años y se nota. Habla con la voz baja de siempre, mira con esos ojos hermosos de siempre, pero algo en la manera de ponerle el cuerpo al aire ha cambiado. Ahora no va cortando el aire con el pecho, ahora lo sostiene con los hombros.

“Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.
( Diario de invierno , página 7)

¿Le resulta extraño este cuerpo de 65 años?
A veces ni me miro. Bueno, me miro al espejo cuando me afeito y me peino. A veces sorprende ver una foto sacada hace tiempo y notar cómo cambiaste; tu pelo, tu cara no son como hace 30 años, es como una broma. Pero tampoco me deprime.

¿Pero se siente usted mismo?
Me siento diferente y me siento igual al mismo tiempo.

Son las dos de la tarde, el frío aprieta pero no ahorca en Brooklyn y en el café donde sabe parar Auster bajan para que los grabadores hagan su trabajo.
El hombre se mudó al barrio hace algo más de 30 años, antes de que ese suburbio de Nueva York se pusiera de moda y se llenara de restaurantitos y le crecieran escritores entre las baldosas. Cerca, a una cuadra, hay una librería con piano al fondo y clásicos estadounidenses en la vidriera y, entre ellos, no falta un Paul Auster, claro. Pero Brooklyn sigue siendo Brooklyn: te perdés cuatro o cinco cuadras y quedás entre galpones enormes, das la vuelta y frente a una especie de maxikiosco donde se recargan celulares deambula una embarazada sin dientes; te alejás a pie del café y la librería y entrás en una peluquería antigua, donde de los dos lados del sillón hay negros locales y latinoamericanos, el corte cuesta 12 dólares –pero sube si el cliente se porta mal–, el estilista tiene serpientes tatuadas en el brazo y el gordo con gorrita de lana no cuelga el celular –tijera en la derecha, teléfono en la izquierda– para dar forma a la cresta de la víctima. En la peluquería hay pósteres de Will Smith, de beisbolistas, de celebridades negras de todos los tiempos. No han oído nombrar al vecino escritor.
Paul Auster hizo un oficio de eso de mezclar vida y obra, de poner un escritor a trabajar como detective (en La trilogía de Nueva York) tras haber sido confundido con el detective Paul Auster y cuando el autor se ha acostumbrado a su nueva personalidad –“Había empezado a notar que el efecto de ser Paul Auster no era del todo desagradable”– hacerlo encontrar con un “verdadero” Paul Auster, que no es detective sino escritor y que tiene una mujer “alta, delgada, rubia” y un hijo que se llama Daniel, como el Auster de forúnculo y hueso. En Leviatán, el protagonista es, otra vez, un escritor, su mujer se llama Iris (la de Auster es Siri Hustvedt, escritora) y Auster le presta a otro personaje una anécdota que ahora, en Diario de invierno, aparece como propia: la madre sube con el chico a la Estatua de la Libertad y ahí en la cumbre del ser nacional le viene el vértigo; para no matar al chico de un susto inventa un juego: bajar de cola, peldaño por peldaño. En la película La vida interior de Martin Frost (Auster también dirige), un escritor va a pasar una temporada a la casa de una pareja amiga, que está de viaje: en un portarretratos se ve que son Paul y Siri. En Sunset Park , la madre de uno de los personajes hace chistes con él un fin de semana y la mujer que limpia su casa la encuentra muerta en la cama días después, con el New York Times todavía abierto junto a ella: Auster contará en el nuevo libro que así fue la muerte de su mamá. El padre de ese personaje también muere como el de Auster: a punto de tener orgasmo.
“Murió en la cama haciendo el amor con su novia, un hombre sano a quien inexplicablemente le falló el corazón. En los años transcurridos desde aquel día de enero de 1979, numerosos hombres te han dicho que es la mejor forma de morir (la pequeña muerte convertida en verdadera muerte), pero ninguna mujer te lo ha dicho, y a ti personalmente te parece una horrible forma de morir, y cuando piensas en la novia de tu padre en el funeral y en la traumatizada expresión de sus ojos (sí, te confirmó, fue realmente horroroso, lo más terrible que le había pasado en la vida), ruegas para que eso no le ocurra a tu mujer.”
Para los fans, los que recuerdan los detalles de la obra, Diario de invierno funcionará como un detector de las piezas autobiográficas incrustadas en la ficción austeriana. Pero –este es Auster, que pliega ficción y realidad como un origami– este libro que aparece como autobiográfico está contado en segunda persona: es a otro, escribió Borges, al que le ocurren las cosas.
Dos y diez en Brooklyn. Llegó el vino.

“Diario de invierno” rompe una regla de la autobiografía: está escrita en segunda persona. ¿Hay un Auster que vive y otro que escribe?
Creo que es así, siempre hice la distinción entre el yo que escribe y el biográfico, el hombre que paga sus impuestos, que saca la basura y lava los platos. Ese no es el mismo tipo que escribe mis libros.

¿Cuál es la diferencia entre ellos?
No sé, el que escribe es el ser invisible que me habita, pero no soy exactamente yo, no es mi yo físico o biográfico.

¿Con cuál estamos hablando ahora?
Con el ser biográfico, el que lava los platos.

¿El otro es mejor?
No compiten, son simplemente diferentes.

¿Te trata bien o te hace sufrir?
Ambas cosas. Lo mejor y lo peor, está todo ahí. Sólo que no es accesible para nadie más, la única forma que tiene de presentarse es en los libros que escribe, no podés conocerlo hablando conmigo. Por eso no puedo discutir sobre mi trabajo, porque no lo entiendo muy bien. Cuando la gente pregunta por qué esto, por qué aquello, no puedo responder. Puedo decir cómo, o cuándo, pero nunca por qué. Que es lo que los demás quieren saber.

Este es un libro expresamente autobiográfico y aparecen muchas anécdotas que leímos en sus novelas. ¿Qué pasa cuando usa su vida como materia prima para la ficción?
Escribir no ficción da el mismo trabajo que escribir ficción. La diferencia es esta: con la no ficción, particularmente con el trabajo autobiográfico, ya conocés los hechos, algo que no pasa cuando escribís una novela. Todo lo demás es igual. Tenés que hacer el mismo esfuerzo por escribir buenas frases, para hablar de la manera más real que puedas. Así que sí, mis novelas a veces toman cosas prestadas de mi vida, pero el hecho de poner ese material en una novela lo cambia, lo ficcionaliza, lo convierte en otra cosa.

Como si tomara un trozo de vida y lo pusiera en un museo... Una operación literaria a la manera de Duchamp.
La mayoría de los novelistas lo hace. Puede ser un detalle, como el tipo de anteojos que usás, o algo más importante, una experiencia.

Pero “Diario...” puede leerse como una clave del resto de su narrativa: la verdad de su vida.
Sí. Pero es un libro que habla básicamente de mi yo físico.

Efectivamente. Diario de invierno habla del cuerpo de Auster. “Placeres físicos y dolores físicos”, avisa que contará. Los dolores, con detalles: la pelota de béisbol que le partió la frente; el clavo que le atravesó la mejilla cuando resbalaba por el suelo a los tres años, cuya cicatriz (“acá, ya está muy suave”, dice ahora en el café) todavía se ve; una herida sobre la ceja jugando a la pelota en la primaria, otra –la otra ceja– en una cancha de básquet a los veintipico; rotura de córnea izquierda, rotura de córnea derecha, ataques de pánico (cuerpo y alma), trombo en la pierna izquierda, falso infarto a punto de cumplir los 50 –era una inflamación de esófago–, mononucleosis, gastritis. Pero no tiene grandes problemas físicos, dice, a los 65. “No tengo ninguna enfermedad, los anteojos no me molestan, supongo que lo que me preocuparía es mi pasión por los cigarrillos, tengo más tos que la que tendría que tener y sé que eso me va a hacer mucho daño al final. Pero no puedo parar y parte de mí no quiere parar. Yo sé que (Samuel) Beckett, que me gusta mucho, murió a los 83 y era un gran fumador, tenía un enfisema, bebía, y eso probablemente lo mató. Pero él decía que no se arrepentía de haber fumado porque había demasiado placer en eso. Hay un librito sobre Beckett, se llama Cómo fue, lo escribió Anne Atik, una joven poeta norteamericana. Ella cuenta que cuando le dijo que iba a dejar de fumar, él respondió: “¿Y qué haremos? ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo pasaremos la noche?” No es que sea un buen ejemplo...

“Toses, ni que decir, sobre todo por la noche, cuando tu cuerpo se encuentra en posición horizontal, y en esas madrugadas en que los bronquios están obstruidos más de la cuenta, te levantas de la cama, vas a otra habitación y toses como loco hasta expectorar toda la porquería”

Diario..., dice entonces, es el libro del cuerpo. Pero ahora, cuenta Auster, viene el otro, el de las ideas. “Después de meses de pensar qué hacer empecé algo nuevo: estoy tratando de escribir una historia de mi mente, del desarrollo de mis pensamientos, así que voy muy para atrás, hasta cuando era chico, y trato de recordar qué pensaba sobre las cosas.

¿Trata de forzar excursiones por la memoria?
No, no. Simplemente me siento ahí y las cosas vuelven. El animismo de la infancia, por ejemplo. Recuerdo un bol con arvejas, yo pensaba que cada arveja tenía una personalidad distinta. O una cosa sobrecogedora que me pasó cuando tenía seis años, la primera vez que fui al cine de noche. Había visto dos o tres películas antes, películas de Disney, y de pronto, en 1953, fui a ver La guerra de los mundos . Ahí estaba yo, un niñito estúpido que creía en Dios y en su poder bondadoso y entonces vienen los marcianos y comienzan a exterminar a los seres humanos.

¿Iba con sus padres?
No recuerdo, ese es el punto, sólo recuerdo que estaba allí. Debió de haber sido con mis padres. Y claro, los terrícolas están muy asustados y se defienden y atacan a los marcianos, pero las armas no sirven para nada. Uno de los protagonistas es un ministro, un hombre de Dios, que les dice que se equivocan, que no luchen, que sólo son criaturas como nosotros y va hacia una de las naves espaciales diciendo que no se enojen, que Dios los ama. Y los marcianos salen y lo eliminan. O sea que Dios no tiene efecto sobre el demonio.

Eso fue una crisis de fe...
No sé si alguna vez me recuperé.

¿Y quién le habló de Dios?
No recuerdo, mi madre debió de haberme dicho que había un Dios, y que estaba en todas partes. En fin, ahora estoy escribiendo esto, veamos si lo puedo sostener, puede que no termine nunca, no lo sé, pero lo voy a intentar.

Algo llamativo en el libro es que no habla sobre su escritura, ni cuándo empezó.
En este libro que estoy escribiendo ahora voy a hablar sobre la decisión de convertirme en escritor. Tampoco hay mucho en realidad, apenas la determinación de hacerlo, cuando era joven.

Lo que aparece aquí es el relato de un “epifánico momento de claridad”, cuando usted vuelve a escribir y empieza a ser quien es hoy. ¿Cada libro tiene su momento epifánico? ¿Usted puede convocarlo?
No, no puedo convocarlo. Finalmente aprendí, y ya tenía 31 años y había estado escribiendo mucho tiempo, que tenía que cambiar mi acercamiento a la escritura. Aprendí a dejar las cosas ir. Antes de eso, me imponía mucha presión, todo tenía que tener doble, triple, cuádruple significado. Estaba trabajando demasiado duro, creo, y esta experiencia, esta epifanía, como la quieras llamar, me permitió relajarme y confiar en mi instinto. Antes era demasiado consciente. Construía cosas por adelantado, en vez de ir descubriéndolas. Aún estoy en eso.

Pasa el rato, baja la copa, el café de Brooklyn se va llenando y acá ya se olvidaron de que hay un escritor famoso haciendo una entrevista, así que la música sube de nuevo y por la puerta que da al fondo, junto a la que ocurre esta charla, dos muchachos entran y salen, mueven cosas pesadas, inyectan aire frío en el salón. El cuerpo, escribió este señor, es donde todo empieza y donde todo termina.
“Sin duda eres una persona precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo (¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?).”

¿Cuál es esa herida original?
Creo que alguien se convierte en artista, particularmente en escritor, porque no está del todo integrado. Algo está mal en nosotros, sufrimos por algo, es como si el mundo no fuera suficiente, entonces sentís que tenés que crear cosas e incorporarlas al mundo. Una persona saludable estaría contenta con tomar la vida como viene y disfrutar la belleza de estar vivo... no se tiene que preocupar por crear nada. Alcanza con hacer un trabajo interesante, amar a alguien, comer buena comida, vivir todo lo que se pueda, morir. Esa parece una linda forma de vivir. Otros, como yo, estamos atormentados, tenemos una enfermedad, y la única manera de soportarla es haciendo arte. Es decir, si estoy haciendo esto, es porque algo está mal. ¿Qué es lo que está mal? Difícil decirlo porque estas heridas se producen cuando sos muy joven.

¿Existe la posibilidad de despertarse y pensar que ya no tiene que escribir más?
Me encantaría, ya escribí un montón de libros, así que todo lo que haga ahora va a ser muy importante para mí. Si muero hoy, ya he dejado muchas cosas.

Aquí usted dice que estuvo casi siempre enamorado. ¿Cómo sabe cuándo está enamorado?
Lo sentís, es una emoción, no lo decidís.

¿Cómo se expresa? ¿Cómo se expresa el amor?
Es un deseo, deseo de estar con esa persona, es una especie de encantamiento con esa persona. Y también un deseo físico tremendo.

¿Y cómo cambia eso según pasa el tiempo?
He pasado la mitad de mi vida con Siri, 31 años juntos. Y cuando miro hacia atrás, veo que seguimos evolucionando, que las cosas siguen cambiando. Lo más gracioso después de haber estado con alguien durante tanto tiempo es que terminás tan ligado emocionalmente, mentalmente, que muchas veces sabés exactamente lo que el otro va a decir. Por ejemplo, el año pasado, volvimos a tener la misma respuesta ante algo. Sacamos a colación la misma historia para describir algo. Y me di vuelta y dije: “Si viviéramos juntos durante cien años, seríamos la misma persona”.

¿Todavía siente ese enorme deseo?
Sí, lo confieso.

(Tus manos) “han recorrido toda la piel desnuda de tu mujer y encontrado el camino hacia cada parte de su ser. Ahí es donde son más felices, crees tú, desde el día en que la conociste ahí es donde han sido más felices porque, parafraseando un verso del poema de George Oppen, algunos de los sitios más hermosos del mundo están en el cuerpo de tu mujer.”

Eso es una bendición.
Sí, soy un hombre con suerte, pero ella es una mujer extraordinaria. Nunca deja de sorprenderme. Es la persona más inteligente que he conocido y es una gran escritora y una gran pensadora. Es una aventura, siempre hay algo nuevo de qué hablar.

¿Eso es más importante que la parte erótica de la relación?
La parte erótica es muy importante, pero no es... ya no es como cuando nos conocimos, nos hacemos mayores al fin y al cabo... no podés hacer las cosas que hacías antes, todavía podés hacerlo pero... no diré más sobre el tema.

Esto de reencontrar las mismas anécdotas nos hizo pensar en su obra. ¿La piensa como un todo, un gran texto?
Creo que todo está conectado, aunque cada vez trato de escribir un libro nuevo, hacer un nuevo acercamiento. Repienso todo. Pero después seguís descubriéndote a vos mismo. No podés escapar. Así que sí, creo que todo es parte del mismo proyecto incompleto. Sea cual sea ese proyecto.

¿Intenta un nuevo acercamiento a qué?
Supongo que a mis sentimientos sobre el mundo.

En Diario... Paul Auster se instala en la vida a través de sus casas. Como cuenta la historia de sus heridas, cuenta la de sus casas. Empezando por “1. Calle South Harrison, 75; East Orange, Nueva Jersey. Un apartamento en un edificio alto de ladrillo. Edad, de 0 a 1 y 1/2 ”. Contando qué pasó en cada casa, se despliega la biografía.

¿La lista sirvió para recordar?
No había olvidado nada. Podría haber agregado más lugares, pero incluí aquellos donde pasé un año por lo menos. No podía recordar las direcciones de las casas donde vivíamos cuando era un bebé, nunca supe las dos primeras direcciones, pero entonces no sé, buscando algo, encontré mi libro de bebé, que mi madre había escrito, y ahí estaba todo. Esto tiene que ver con la manera en que encaré este trabajo: mi cuerpo a la intemperie, mi cuerpo adentro, protegido. ¿Dónde me guarecí? Haciendo la lista de mis casas puedo contar detalles de lo que pasé.

Usted no tiene nada que ver con las computadoras, usa una máquina de escribir, pero sabrá que hoy se puede entrar en Internet, poner una dirección...
¿Y ver la casa?

Nosotros lo hicimos. Vimos la casa en Nueva Jersey…
Oh, oh.

La casa, el barrio, se puede dar una vuelta...
Bueno, qué interesante, yo no hago esas cosas, ni tengo computadora, pero en fin, yo di las direcciones, quien quiera puede ir y ver las casas. De última, qué importan, hay que vivir en alguna parte. Ahora tengo ganas de ir a ver la casa donde viví la mayoría de la infancia, entre los 5 los 12. Supongo que lo haré en marzo, con un amigo. Pero sólo voy a pasar, no voy a llamar a la puerta, no quiero entrar.

“Irving Avenue, 253; South Orange, Nueva Jersey. Una casa de madera de dos plantas construida en el decenio de 1920, con la puerta principal amarilla, camino de entrada de grava y gran jardín. (...) Empezaste a vivir allí hace tanto tiempo que durante los primeros dos años repartían leche en un carro tirado por un caballo.”

Los de esa casa son los días anteriores a “los tormentos de la adolescencia”, que vendrán en la próxima, y a la separación de los padres. La última casa en la que entraron los cuatro juntos (Auster tiene una hermana) y salieron juntos.

Es amarga la mirada sobre su padre en “La invención de la soledad”. Y acá no lo es tanto. ¿Cambió su forma de verlo?
No mucho, pero siento mucha compasión por él, entendí sus problemas, las tragedias de la vida que lo hicieron quien era, simplemente no lo culpo. Una de las entradas del nuevo libro serán todos los sueños que tuve con él. Hablo con él muchas noches, nos sentamos en la habitación a charlar.

¿De qué?
Nunca, nunca puedo recordar de qué hablamos.

¿Ahora que tiene dos hijos, cambió su idea de qué es un padre?
Nunca he tenido una idea de qué es un padre, sos lo que sos y lo hacés lo mejor que podés. Además, cada chico es diferente, unos son sensibles, otros son tan duros que aunque los golpees no te van a hacer caso, no sé cuál es la regla, es un trabajo duro.

¿Qué le dieron sus padres?
Como trato de expresar en el libro, mi madre me dio un amor muy intenso. Quizás todo lo bueno que hay en mí vino de ella.

¿Qué hay de bueno en usted?
Soy amable, no busco peleas, trato de ser un buen amigo, un buen marido, trato de pensar en los demás antes que en mí, soy perseverante, hago bien mi trabajo y trato de tener una postura ética en la vida y de mantenerla. Claro que me equivoco todo el tiempo, pero hago lo mejor que puedo; eso viene de mi madre.

“Era quien te acostaba, quien te enseñó a montar en bicicleta, la que te ayudaba con tus lecciones de piano, con quien te desahogabas, la roca a la que te aferrabas cuando los mares se encrespaban.”

De mi padre no sé, creo que la perseverancia también porque a él realmente no le importaba lo que pensara la gente, podía comportarse muy mal algunas veces y le daba lo mismo cómo reaccionaban los demás. Hay algo admirable en eso.

Auster llegó a esta charla hablando de política. Antes de sentarse casi, antes de pedir el primer vino, habló de Turquía. Un par de días antes había dicho que no iría a Turquía a presentar Diario... porque allí había escritores y periodistas presos. Que no es, dijo, un país democrático. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, le contestó criticando que hubiera ido a Israel sin ver “la represión y las violaciones a los derechos” en ese país. Cuenta el incidente, dice que ya ha dicho todo lo que tenía para decir.

Auster estuvo siempre atento a la política. Desde que a los dieciséis años se fue a Washington para el funeral de Kennedy: “(...) pero lo que te encontraste aquella tarde fue una turba de curiosos y mirones bulliciosos, gente subida a los árboles con cámaras, empujando unos a otros para quitarles sitio y ver mejor.”
O cuando participó de sentadas en la universidad y la policía lo sacó a patadas y de los pelos.

Aquí, en Diario de invierno, encuentra libros nazis en una de las casas a las que se muda. Y los tira a la basura.

¿Cuándo empezó a tener conciencia política? ¿Ser judío tuvo algo que ver con eso?
Nací justo después de la Segunda Guerra, crecí a su sombra, el nazismo estuvo presente en mi infancia, en mi imaginación de chico diría, así que no sé cuándo supe que era judío, cuándo entendí lo que era ser judío, pero probablemente muy temprano, a los 5 o 6 años. Sabía que había una diferencia entre “ellos” y “nosotros”, ¿no? La conciencia política llegó pronto. A los 10, 11 años estaba atento a las injusticias de la sociedad americana, seguía de cerca los temas de Derechos Humanos, estaba muy interesado en las cuestiones de la esclavitud. Me acuerdo a los 13, cuando Kennedy peleaba por la presidencia. Estaba muy entusiasmado con Kennedy, había pasado toda mi vida bajo Eisenhower. Kennedy era tan joven, fresco, tan emocionante, yo solía ir a las oficinas de la campaña y agarraba todos los carteles y los ponía en mi habitación: estaba cubierta con pósteres de Kennedy.

¿Cómo vivió con Bush?
Muy mal... y el país no se ha recuperado, va a llevar 20 años deshacer lo que él hizo, y sólo han pasado tres. Y los republicanos no quieren hacer nada, su única misión es destruir a Obama. Bush fue una pesadilla. Creo que debería estar preso, porque es un criminal, y también Cheney: deberían estar presos toda la vida.

¿Pensó en irse del país?
No, sólo pensé que vivir iba a ser peor. Trato de luchar desde aquí, soy muy activo en el Pen Club y estoy muy involucrado en el tema de la libertad de expresión, que es de lo que se trata este tema con Turquía. Ahora, espero que pierdan los republicanos en noviembre, porque si alguno de esos ignorantes llega a tener poder, vamos a retroceder 40 años.

¿Dónde hay que mejorar?
En infraestructura: el país está al borde del colapso. Tienen que subir los impuestos para los ricos, hace falta un nuevo plan de salud. Confío en que Obama va a ganar, porque los otros son idiotas hasta un grado que es difícil de expresar, si tienen que ir a la campaña nacional se van a exponer y se va a ver lo idiotas que son.
No para: Auster tiene mucho que decir: que el racismo existe pero un poco menos, que cuando era chico no había ley a favor del aborto ni plan de salud y eso ahora está, en fin. El grabador se apaga, Auster pide una botella de vino blanco para los cuatro –también está la fotógrafa– y luego otra. Volvemos a Turquía y así corre la tarde: siguiendo la tradición que los tiene unidos desde hace siglos, tres judíos –el que no lo es guarda prudente silencio– discuten sobre Israel y Palestina en un café que podría estar en Bolonia, en Buenos Aires, en Alejandría, en Praga, pero esta vez está en Brooklyn. “En Israel no hay periodistas presos”, argumenta Auster.

Es él, por supuesto, el que marca el final, cuando mira el reloj y saluda y sale. Dentro de siete horas tendrá 65 años.

“Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto.
Has entrado en el invierno de tu vida.”

Link acá: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ficcion/entrevista-paul-auster_0_648535147.html

Se agotó la paciencia - Por Joaquin Morales Solá

Buena nota de actualidad de Morales Solá para La Nación.



El Gobierno no dice nada. El vicepresidente no aclara ni desmiente ni confirma. Un fiscal empezó a actuar, tarde y con el paso cansino. Una de las más conocidas empresas de impresión de billetes cayó en poder de un amigo de juergas juveniles del vicepresidente. Una mujer, en proceso de divorcio de aquel amigo, lo acusa a éste de ser testaferro del vicepresidente. Los diarios derraman información cotidiana sobre el vínculo personal de Amado Boudou con los que controlan esa firma, la ex Ciccone Calcográfica. No importa. Silencio.
¿No pasa nada, entonces? Ayer pasó algo. El gerente general del Banco Central, Benigno Vélez, renunció a su cargo, uno de los más importantes del sistema financiero y del equipo económico. Vélez es el hombre en el que Boudou confió en el Banco Central, en sus tiempos de ministro de Economía, para hacerle la vida imposible a la presidenta de la institución, Mercedes Marcó del Pont. Vélez cumplió acabadamente con la función que le encomendó su amigo ministro. Resulta, sin embargo, que ahora Vélez firmó la autorización técnica para que Ciccone se hiciera cargo de la impresión de billetes de 100 pesos al precio de unos 50 millones de dólares.
El Banco Central dijo ayer, en un comunicado, que Vélez se fue porque tiene otro destino en el Gobierno. Es improbable que exista otro lugar de tanto brillo, vacante al menos, como la gerencia general del banco que ejerce la autoridad monetaria del país. También puntualizó en ese documento que la adjudicación para imprimir billetes es una facultad del directorio y no del gerente general. Es una aseveración cierta, pero hipócrita. El directorio adjudica luego de la aprobación de los funcionarios del banco. Vélez había firmado la aprobación técnica. Ningún directorio adjudica obras o compras en el vacío.
Boudou debería abstraerse de ese comunicado zalamero y formal. Su situación se empieza a complicar. Marcó del Pont es una alumna dilecta del poderoso Guillermo Moreno; tal vez se convirtió al morenismo más por necesidad que por convicción. Perseguida y descalificada por Boudou, no tuvo nunca más remedio que recostarse sobre alguien más poderoso que Boudou. Sólo estaba Moreno, que viene acusando al vicepresidente, en conversaciones con cualquier interlocutor, de tener poca conciencia de los rigores de la moral pública. Lo vincula frecuentemente con el banquero Jorge Brito y tiene, dice, buena relación con la familia Eskenazi. Brito y los Eskenazi han pasado a integrar desde hace poco tiempo el amplio paisaje de la demonología kirchnerista. Fueron parte de los empresarios amigos hasta entonces.
En la dura interna del oficialismo, Moreno acaba de fulminar a otra pieza de sus adversarios. Pero, ¿es sólo Moreno? Ni el secretario de Comercio ni Marcó del Pont dispararían tan cerca del vicepresidente sin el consentimiento de Cristina Kirchner. Boudou es, quiérase o no, la segunda figura de la República por una decisión personal y exclusiva de la Presidenta. Es verdad, por lo demás, que Boudou venía siendo seriamente objetado por el círculo más íntimo de Cristina. Esto es: por su hijo Máximo y por el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. Nunca perdonaron la frivolidad manifiesta del vicepresidente ni su predisposición a ostentar inexplicables riquezas.
La decisión no fue fácil. Quizá porque la desgracia de Boudou habla mal también de la capacidad presidencial para elegir a sus colaboradores. De hecho, el vicepresidente estuvo hasta hace poco protegido por el manto de impunidad judicial y mediática que provee el kirchnerismo a sus militantes. Un fiscal comenzó a averiguar si hay algo de cierto en todo el asunto sólo 15 días después de que se conocieron las primeras informaciones sobre la oscura propiedad de la empresa Ciccone. Un adversario del Gobierno se hubiera visto frente a tres fiscales con vocación de hurgar penalmente en el escándalo en apenas 24 horas. El fiscal Carlos Rívolo fue instruido para moverse por el juez Daniel Rafecas, luego de una perentoria presentación del abogado Ricardo Monner Sans. Ningún fiscal actuó de oficio ni cumplió con su deber.
Novedades
Eso no fue una novedad. El gobierno kirchnerista se resistió siempre a soltarles la mano a sus funcionarios más sospechados de prácticas corruptas. ¿Cuánto tiempo soportó, por ejemplo, Ricardo Jaime? Una novedad fue, en cambio, lo de ayer. Sólo hay dos alternativas para la noticia de que un funcionario cercano a Boudou haya tenido que renunciar: o el vicepresidente está políticamente peor de lo que parece o el Gobierno considera que la situación del vicepresidente es realmente comprometida. Es probable que se trate de una mezcla de las dos cosas.
"La Presidenta no está bien con Boudou desde que se enteró de los aumentos a los legisladores, que él promovió, y de los gastos que hizo para destruir el histórico despacho de los vicepresidentes en el Senado", dijo una fuente con acceso a la jefa del Gobierno. "Ni el menemismo se atrevió a tanto con los sitios históricos", deslizó otro funcionario. El problema de Boudou no es sólo Ciccone, aunque éste sea el más grave y el más difícil de explicar. Su problema es que el caso Ciccone agotó la paciencia del núcleo duro del kirchnerismo. El cargo de Boudou es inamovible, salvo que mediara una renuncia o un juicio político. Su situación debe analizarse, por lo tanto, por lo que sucede con los funcionarios que él designó en la administración, que sí pueden ser relevados.
Por otro lado, ¿cuánta paciencia se necesitaría para que ésta no se agotara? Por denuncias menos probadas, Dilma Rousseff echó a varios ministros de su gabinete. Por un caso infinitamente menor (haber aceptado el regalo de unas vacaciones por parte de un empresario) acaba de renunciar el presidente de Alemania.
Sin embargo, Boudou habría mantenido el favor oficial si su caso fuera una decisión compartida por la aristocracia del kirchnerismo. No lo es. Por lo que se sabe hasta ahora, Boudou abrió solo el tesoro oculto de Ciccone y solo tomó del brazo a empresarios y banqueros que luego cayeron bajo el odio implacable del kirchnerismo.
"Tiene que imitar al ex presidente alemán"
El diputado nacional Gerardo Milman, de GEN, sugirió ayer que el vicepresidente Amado Boudou debería considerar la renuncia a raíz de sus vínculos con los dueños de la ex Ciccone Calcográfica. "De probarse la relación con todos estos señores que han tenido la rara virtud de hacerse millonarios a través de contratos la mayoría de las veces desventajosos para el Estado Nacional, el señor vicepresidente de la Nación debería tomar el ejemplo del ex presidente de Alemania que, ante las sospechas, renunció a su cargo para no comprometer el honor de su propio país", expresó Milman en un comunicado..

miércoles, 15 de febrero de 2012

Muy buena nota. La escribió Marcelo Pompei, profesor de filososfía que ejerce en la Carrera de Comunicación (UBA) como profesor en la materia Seminario de diseño gráfico. Un tipo que sabe mucho sobre Foucualt.



Abajo la nota.

En algún lugar un filosofo, que vivió casi 104 años, escribió que no se puede evitar que pasen los años, lo que sí se puede evitar es envejecer. Casi como un mandamiento existencial, ético y estético de mantenerse joven. No debe confundirse esto con una exaltación del juvenilismo militante o el ridículo a deshoras. Se refiere si se quiere a aquella jovialidad del pensamiento de la que hablaba Nietzsche. Se refiere a que ser adulto no significa agazaparse detrás de un conservadurismo timorato, a volverse sobrio y calculador; se refiere a apostar siempre a la próxima mano sin ahorro de energías. Nietzsche nos habló de deplorar las nostalgias y el uso del pasado como discurso defensivo, como conducta acorralada o adoración de monumentos. La vida no puede oler a museo. En definitiva, y sin ir demasiado lejos, se trata de un modo de encarar las situaciones que se presentan. De una forma de relacionarse con el futuro o de considerar el presente siempre en tiempo futuro. Evitar el fruncimiento de la seriedad o vivir bajo una pose senatorial. Pero esto no es tan fácil como escribirlo. Hay un elemento de resistencia que da sentido concreto a esta actitud: el destino. O como quiera que se llame a lo que presenta batalla al temperamento incómodo del que no se queda quieto. Y el maldito destino se presentó. La semana pasada se me fue, y se nos fue a muchos, alguien que representaba esta actitud. Se fue un hombre joven en este sentido; joven a despecho de la edad. Se murió el Flaco Spinetta. A nadie se le pasaba por la cabeza que algo así podía suceder en algún momento. En ningún momento. Este hecho nunca estuvo asociado a su persona como posibilidad: arrastrados por la corriente de sus composiciones que se proyectan hacia adelante; inspirados por la mirada hacia su propia obra a la cual nunca celebró en pasado; incluso en su propia dinámica corporal exhibía un tiempo que no pasa. Fue explicito al respecto y ya fue mil veces citado: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor.” Su último disco de estudio se llama “Un mañana”. Su bagaje de metáforas abunda en referencias al mañana, su conjugación es en futuro. A ninguno de los que lo seguimos en su trabajo, en sus conciertos, en sus pocas apariciones públicas se nos cruzaba por la cabeza que algo así le podría suceder de repente, ahora. Y todo se desencadenó rápido a nivel público. Apenas mes y medio. Y hoy ya no está. Y este “ya no está” hay digerirlo con un amargo consuelo: Quedan sus obras. No es pobre como consuelo, claro. Su obra es grande y bella. Siempre es fácil retomarla. Pero es insuficiente y perturbador para un spinettiano. Es una imposición de renuncia. Me declaro spinettiano y no sólo por el amor que profeso por sus discos, ni sólo porque su música es uno de los pocos elementos constantes en mi vida, sino por el tipo de relación conciente hacia el pasado y el futuro que Spinetta mantenía con sus composiciones. Fue su modo de ser, y lo he adoptado. El consuelo inevitable de que nos queden sus obras nos va en contra. Es una carta fuerte que nos juega la fortuna. No tenemos con qué anularla. La tragedia es que no nos queda otra que traicionarnos por resignación. Cocinarnos en esa contradicción es la tragedia; la contradicción irrevocable entre el deseo de la voluntad y lo ineludible. Tenemos que volver al pasado y retomar la obra ya realizada. Nos vemos obligados a honrar y a recordar; a reemplazar el es por el fue. Ya no podemos esperar lo nuevo. Ya no podemos esperar el próximo disco ni la próxima presentación en un escenario. Ya no podemos esperar esa alegría del porvenir incierto que se anunciaba sorprendente y difícil en el primer acorde del disco nuevo apenas puesto a reproducir. Esperar el acontecimiento es el núcleo del ritual spinettiano. Era ansiedad con alegría. Un disco nuevo no era un disco más, era un bucle inserto en una gran obra donde quienes los seguíamos nos deslizábamos lentamente hacia el próximo. Y quienes habitamos esa obra encontrábamos en ese bucle temporal un nueva era personal. Estoy seguro que no exagero. Y no exagero porque quienes hemos recorrido su obra podemos asociar cada disco a un momento específico de nuestra vida. Cada uno a su momento y cada cual a su modo. Eran un hito en la trayectoria personal en donde se enlazaban personas, lugares o impresiones. Las composiciones de Spinetta tienen esa enorme virtud de incrustarse demasiado en la piel de quienes lo siguen. Hagan la prueba de preguntar a cualquiera que cultive para sí su obra o cada uno de sus temas y les terminará hablando de sí mismo y de su relación de tal disco con un momento específico de su vida. Esto mismo trato de evitar aquí. Serían sólo recuerdos personales a escala privada. Y en esto me atrevo de decir que reside el misterio de los llamados “clásicos”, los verdaderos clásicos: en la íntima relación que se establece con los que los hacen perdurar en el tiempo, en este caso sus oyentes y seguidores. No sólo perduran en la memoria como recuerdos, sino que se mezclan y forman el lodo biográfico. Un clásico es tal porque corta la distancia, la disuelve. Se funde en el oído del que escucha, y lo lleva consigo como una marca en la que muchos se reconocen. Y en este caso no hablo de los clásicos que una cultura encumbra rutinariamente. Estos se presentan como artificios administrativos. Hablo de microclásicos personales en los que algunos, que son muchos, se reconocen como si fueran un guiño invisible. Miles de sombras que cruzan miles de rostros. No hay multitudes uniformes detrás de Spinetta. Hay miles de amores dispersos, hermanados por hilos sutiles. No quiero pactar con el pasado en procura de consuelo. Quiero su música, pero no su recuerdo. En este pequeño escrito tuve que debatirme con la conjugación verbal y con mis recuerdos personales. Tengo exactamente la misma edad que el primer tema que grabó Spinetta y editó en un sencillo de Almendra. Cada uno de sus discos se conecta con un momento de mi vida. Su obra es mi calendario personal, me reconozco en cada una sus afinaciones y en cada color de sus notas. No acepto que el Flaco Spinetta haya muerto, y no creo que lo vaya a hacer en algún momento. No obstante, y a mi pesar, ahora empiezo a sentir que ya soy de otra época. Envejecí. Pero voy a resistir por todo el amor que siento por Spinetta, quien me educó en arte de ser del futuro.
Marcelo Pompei

Acá el link: http://tomabra.wordpress.com/2012/02/14/cada-bucle-en-el-tiempo-luis-alberto-spinetta/