Hay situaciones que son placenteras. Una de ellas sucede cuando te toca en un día de mucho frío y de noche, subir a un colectivo medio vacío y poder sentarse en algún asiento libre de la fila de atrás. Es decir, la hilera de cinco asientos que se ubica arriba de motor. El cuerpo, y en particular las manos, se van como descongelando, se modifica la temperatura interna. Esta sensación es hermosa, aunque sólo dure unos instantes.
PD: la foto la sacó mi esposa en algún interno de la pésima línea 188.
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