lunes, 14 de mayo de 2012

"El peronismo pasa hoy por el kirchnerismo"

Una muy buena entrevista de Magdalena Ruíz Guiñazú al senador Anibal Fernandez.



Por Magdalena Ruiz Guiñazú

Cree que nadie interpretó a Juan Perón como Néstor y Cristina Kirchner. Dice que no tiene sentido comparar a los jóvenes de los 70 con los de La Cámpora, reivindica su amistad con Hugo Moyano y Esteban Righi, y comparte su amor por la literatura y el cine. Asegura que no le tiene miedo a la muerte.

Dentro del orden monacal que reina en el despacho de Aníbal Fernández aparecen (como desde el tiempo y el espacio) diferentes pantallas de televisión que cubren todos los canales al mismo tiempo, objetos religiosos que atesora en una mesita, algunas fotos familiares y otra de Néstor K con una alegre sonrisa. Sobre su mesa escritorio (que lo ha acompañado al Palacio del Congreso) sólo una computadora en la que caen mensajes en forma constante. Y muy discretamente algún ejemplar de Zonceras argentinas y otras yerbas, su primer libro con el que niega emular a Jauretche.
—¿Cuándo escribe usted?
El senador Fernández ama la literatura, pero es la pregunta lógica que surge frente a una actividad desbordante.
—Bueno, nosotros somos un equipo pero yo siempre menciono a Carlitos Caramello. Porque es el que lleva el 5 en este equipo de fútbol imaginario. Cuando se trata de relatos míos, grabo.
—¿En serio?
—Claro. Es mucho más fácil contarlo grabándolo y, después, tenemos un equipito que investiga, trae la cosa en bruto. Hay cosas que se desechan. Otras que nos gustan y marcamos más o menos el formato. Carlitos se sienta, escribe y, finalmente, pasa a mi máquina y me pongo yo a hacer la corrección completa, cosa que me lleva varios días, hasta que ya no ardan las velas, pero estoy contentísimo. No soy un escritor. Yo soy un político que vio la oportunidad de decir cosas a través de un libro y que hay gente a la que le gusta tener ese libro para charlar.
—Además, usted lee mucho, ¿no?
—Me gusta leer.  Desde muy chiquito ya era así. Mi papá tenía primer grado y mi mamá, segundo. En casa no había una formación cultural. Realmente no sé quién me lo inculcó. Quizás primero con las revistas mexicanas que se publicaban en aquel momento: Batman, Superman, Flash Gordon, el Tony local. Es toda una época. Así comencé y luego alguien me conectó con alguna biblioteca, ya ni recuerdo de dónde, pero lo cierto es que yo tenía doce o trece años cuando leí Cien años de Soledad. Desde  chiquito me gustó leer mucho. Mire, mi abuelo, que tampoco tenía formación intelectual era muy lector de diarios.
—Pero usted, seguramente, también leía libros de aventuras tipo Salgari o Julio Verne, ¿no?
—Claro. Por supuesto. También Tom Sawyer. Luego, más grande, uno va creciendo con otro tipo de novelas. Papillon, por ejemplo. Yo leí la nota que usted le hizo en este diario a Carlos Fuentes y aunque Fuentes es un hombre que no tiene el mismo pensamiento político que yo… ni parecido… es delicioso. Me encanta. Yo he leído Artemio Cruz; El aura; La silla del águila, muchas de sus obras. Y también me pasó algo muy lindo cuando, estando en Israel en febrero 2005, me recibe Shimon Peres y comienza a preguntarme acerca de la Argentina de 2002. Le expliqué que yo sentí, en aquel momento, que había que inmiscuirse. Que no había forma de rajarse. Que si la política le importaba, uno tenía que comprometerse. Y la gente se enojaba con los políticos. Eso era así. Y había que buscarle la vuelta. “Los que ganan no son los que huyen”–me dijo Shimon Peres– “Los desertores nunca ganan…” Sentí entonces que estábamos en el mismo orden y le repetí un comentario de Carlos Fuentes en La silla del águila, cuando habla de la cara de los gobernantes. Fuentes dice que el rostro de los que gobiernan se parece al comienzo de la montaña rusa. Y ese será el rostro que tendrán durante los seis años que dura el mandato en México. Y, a raíz de esto, Shimon Peres empezó a hablar maravillas de Fuentes porque justamente en ese momento, se estaba llevando a cabo la Feria del Libro en Jerusalén. También me habló muy bien de la Feria del Libro de Argentina a la que no conocía pero cuyo éxito había llegado hasta Israel. Justamente, lo conté el otro día cuando presenté mi libro en la Feria. Luego, tuve la suerte de mantener un segundo encuentro con Shimon, un político con una excelente formación intelectual y con el que charlamos largamente, mano a mano, en el hotel Alvear.
—¿Y usted? ¿Siempre fue un hombre tan político? Cuénteme…
—Mi padre era un peronista visceral. Mi mamá venía de un hogar peronista y no recuerdo haber tenido un tío o un primo que no lo fuera. En la infancia no conocí las discusiones políticas. En mi casa pensábamos todos más o menos lo mismo. Yo nací en enero de 1957, a seis meses de la contrarrevolución y papá quería llamarme Juan Domingo, mientras que mi vieja prefería Aníbal Alberto, los nombres de sus dos hermanos varones. El juicio salomónico terminó en Aníbal Domingo. Pero lo de Domingo es por el general Perón, claro. Sin embargo, no es por eso que amaba la política. Yo la sentía. Me gustaba. Y, desde muy chico, en la secundaria, me prendí con lo que pude y trabajé de la mejor manera posible en grupos de chicos de mi edad con poca actividad. Pero luego comencé un proceso con las organizaciones de otras características. Así se adquieren valores. Yo nunca participé de organizaciones como Montoneros ni nada por el estilo, pero tenía muchos amigos en todos lados. Así seguí hasta que, a mediados de 1975, cuando se quemaban los libros porque habían intervenido la Facultad… Y, luego, bueno… Comenzó el Proceso. He tenido experiencias desagradables. No por mí sino porque me tocó pasar por lugares en los que sí habían ocurrido. Finalmente en 1981 empieza a darse un Movimiento y “metete, metete, metete…”, me dije. Fue una búsqueda. Luego volvió la democracia. Un tío, casado con una hermana de mi padre, tenía muchas relaciones, y empecé a trabajar con él. Ya en noviembre de 1983, un mes antes de que asumiera el doctor Alfonsín, estaba trabajando para el bloque con Rubén Mezzadra en la provincia de Buenos Aires. Y no me fui nunca más de la política. Desde ese momento sigo trabajando en política.
—Escuchándolo, senador, la suya es la historia de un peronista. ¿Pero usted es peronista o kirchnerista?
—Hoy es lo mismo.
—No. No es lo mismo.
—Sí, sí. Lo único que falta es que me diga usted qué es el peronismo.
—No es lo mismo. Y ahora le explico por qué.
—Si escuchamos su explicación… ¡Estamos fritos! No hay nadie, en este país, que pueda interpretar a Juan Perón  como lo han hecho y lo hacen Néstor y Cristina Kirchner. Nadie.
—Pero fíjese, mi estimado senador, que lo que le digo es cierto: en el discurso de tres horas cuando asumió el mando, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no nombró a Perón ni una sola vez. Por eso se lo pregunto.
—¿Sabe como me tienen podrido los que mencionan a Perón treinta o cuarenta veces y después hacen lo que se les ocurre, cosa que nada tiene que ver con lo que decía o pretendía hacer Juan Perón? Que su nombre no lo pronuncien nunca con tal de que cumplan con lo que decía Juan Perón. Le reitero: ningún gobierno interpretó a Juan Perón como Cristina o como Néstor. Ninguno, ninguno. Y es verdad lo que dice usted: ellos no eran de mencionarlo a Perón. Y me halaga que no lo mencionen. Le repito que me tienen podrido los que mencionan a Juan Perón y aprecio fuertemente a los que comprendieron la política que reclamaba el General. Con mucho criterio, Cristina dijo: “No somos neutrales en esta posición política”.
—¡Mire que es hábil usted, senador! Da gusto escucharlo, pero además tiene mala suerte: justamente hoy (lunes 7 de mayo) es el cumpleaños de Evita. Hubiera cumplido 93 años, y –fuera de una reunión para inaugurar un salón en la Casa Rosada– no se la recuerda en el Gobierno. Solamente algunas agrupaciones sindicales… Ni tampoco la Presidenta usó (y esto es raro) la cadena oficial.
—Yo no creo en esas cosas. No voy al cementerio a ponerle flores a mi padre. No creo en esas cosas, le repito.
—Y si hay un homenaje a Néstor, ¿usted no va?
—Si me busca un poquito, hablando de mi padre, me pongo a llorar en dos minutos. Sin embargo no voy a ponerle flores al cementerio. Mi padre no era un cajón. Con lo cual no voy. No le pongo flores a nadie. Fui el 27 de octubre de 2011 acompañando a Cristina que me distinguió permitiendo que la acompañara y sentí entonces la necesidad de ir por lo menos una vez allí donde estaba Néstor. Estuve un rato y no vuelvo más. Ni voy a volver. Y no he ido a ningún homenaje de Néstor Kirchner. A ningún homenaje. Le repito que no creo en esas cosas.
—Bueno, está bien. Pero para los que no somos peronistas todo esto suena un poco como un misterio. Por eso me interesa la explicación.
—Forma parte de la liturgia del peronismo. Mire, siendo yo intendente, a uno le decían: “Uy, se cumple un aniversario de la muerte de Perón. Hay una misa…” Se hacía entonces una misa e iban todos, cantidad de gente. La verdad es que todos estaban en cualquier lugar menos en la misa. Físicamente estaban allí pero su pensamiento volaba hacia cualquier lugar. Son esas cosas en las que nadie cree. Por eso, cuando murió mi padre, mi madre me pregunta el mismo día, cuando todavía no lo habían enterrado: “¿Te parece que en treinta días hagamos una misa?” “No, mamá –le contesté–, no quiero nada”. Pero, como yo era intendente, estaba lleno de coronas. La calle colmada de coronas. Por todos lados. Y ninguno de los que habían enviado coronas lo conocía a mi padre. Eso de las coronas es una vergüenza. Es un gasto en plata. Yo me siento muy lejos de que me distingan, al contrario, me siento agraviado. Entonces si vos querés decir una misa por tu papá, te vas a cualquier iglesia, le pedís al cura que anote su nombre y Dios te escucha desde donde estés. Aunque sea desde la cancha de Quilmes. Ese es un tema de la intimidad de cada uno. Por eso no creo en esas cosas. Cuando estoy a tiempo de evitarlas, las evito.
—Cuénteme,  ¿usted cree en Dios?
—Sí, sí. Mire… (y  señala la mesita donde están dispuestos distintos objetos religiosos) no escondo las cosas que me regalan. No las escondo (reitera). Soy un hombre de fe aunque a veces no crea en algunas voces de la Iglesia a la que pertenezco, pero son reglas de juego. Yo, en definitiva, creo en Cristo. Un día, buscando cosas en YouTube, escuché una charla maravillosa de José María Escrivá de Balaguer, que es el fundador del Opus Dei.
—Nada menos.
—Una charla sumamente agradable.
—A ver… ¿Qué decía?
—Estaba en un pueblo de España y algunos le preguntaron si creía en Dios. El que preguntaba incluso se adelantaba: “Sabe, Padre, creo en Dios pero no creo en los curas”. Y Escrivá contestó: “Yo tampoco. Ni en los obispos. Ni en los cardenales. Ni en el Papa, con todo el cariño que les puedo tener. Yo creo en Cristo”. Y yo también creo en Cristo.
—Sí, pero de paso, cañazo, Escrivá (absolutamente anti Tercer Mundo) casi produce un cisma dentro de la Iglesia.
—Yo no lo estoy defendiendo –explica–. Le estoy contando que además de lo que generó dentro de la propia Iglesia, también ha producido hechos tan importantes como que lo beatificaron en tiempo récord.
—Justamente. Cosa muy discutida.
—Bueno, pero la Iglesia tiene sus reglas y no hay que discutirlas.
—Muchos las discutimos.
—Lo que digo es que, en su boca, me encontré con ciertos dichos míos. Soy un católico practicante sui generis. Creo que en veinte años comulgué sólo una vez, pero rezo todos los días.
Mientras conversamos caen, incesantes, los mensajes en la computadora que preside el escritorio. Y al pensar en otras entrevistas, no puedo dejar de recordar algo.
—¿Su computadora sigue tocando la “Marcha peronista” cada vez que cae un mensaje?
Aníbal Fernández se ríe francamente.
—No, no. Ya la saqué. Ya pasaron esos años. Uno tiene que aggiornarse también en esas cosas.
—Por eso vuelvo (usted dirá “qué pesada”) sobre la pregunta inicial: ¿es kirchnerista o peronista? Porque cuando yo lo conocí, usted era profundamente peronista y hoy observo que el kirchnerismo está marcando una cosa distinta.
—Yo soy profundamente peronista, pero ¿qué es lo que rescato? Y rescato que Néstor (que era profundamente peronista) y Cristina (que es profundamente peronista) nunca fueron ávidos de “dar” el discurso de Perón pero sí de volcar la política que Perón concebía como la política popular o la política del trabajador. Y a mí me enorgullece formar parte de un gobierno (durante nueve años, once meses y ocho días) que interpreta a los trabajadores de semejante manera, porque yo entré a la política por esa razón. Pura y exclusivamente por esa razón. A mí me halaga esa posición. Lo otro me tiene sin cuidado. Y sigo siendo profundamente peronista, pero sigo entendiendo que el peronismo pasa hoy por la política que Néstor y Cristina llevaron a la práctica, porque ellos no se olvidaron ninguna de las materias que enseñaba Juan Perón. Ejercen el magisterio conceptual completo y yo me siento más que convencido de estar participando en ello.
—¿Usted cree, por ejemplo, que La Cámpora tiene algún punto de contacto con lo que podían ser los jóvenes de los años 70?
—En algunas cosas, no. No necesariamente con los jóvenes de los 70. Porque los jóvenes de los 70 no se parecen a los del 80 ni a los de los 90. Nada. Esa comparación no es buena. Se parecen a la juventud del peronismo. ¿Por qué? pues porque el joven, de por sí, tiene la obligación de bregar por conseguir un espacio de poder. Yo suelo contar que, cuando se habla de la capacitación de cualquiera, en términos pedagógicos, se supone que va a “aprehender”, tomar conocimientos. Ese es el objetivo. Y está bárbaro que tenga buenos profesores porque cuanto más aptos sean los que le provean el conocimiento, su formación profesional será mucho mejor. Pero con eso no alcanza. Después, tendrá la suerte de abrir una puerta inmensa que hará que se convierta en un self-made man (un hombre de trayectoria interior propia), preparando su profesión a imagen y semejanza de lo que quiere ser. Bueno, éste es el camino que yo imaginé para la preparación de nuestra juventud. Además de eso, la preparación política es necesaria. Y esa necesidad está emparentada con el poder. ¿Qué es el poder político? ¿Por qué se debe conquistarlo y cómo se debe ejercer? En definitiva estas son las cosas que transforman. Malraux, cuando asume como ministro de Asuntos Culturales de la 5ª República, dice: “Cuando los escritores nos equivocamos, corregimos con otro escrito y la cosa se resuelve. Pero cuando se toman decisiones de políticas públicas y uno se equivoca, ya le ha hecho daño a una multitud de franceses”. Ser político no se aprende sólo en la universidad sino también en la calle, con la piel, todos los días. Hay pibes que son muy bien formados. Los destaco y los reconozco como tales y a otros quizás les falta esto pero tienen ganas de trabajar y eso me pone muy contento.
—¿Y cómo interpreta una CGT que está por dividirse?
—La CGT no se va a dividir. El 12 de julio es la fecha que se han puesto. No es un tema en el que yo tenga que participar. Van a darse una discusión para definir si sigue la actual conducción o cambian de conducción. Es un tema de los gremios. Tiene que darse cada tanto y yo soy respetuoso de eso. No me metería para perjudicar al Negro Moyano (de quien soy amigo) ni reivindico tal cosa. En algunos temas, tiene decisiones políticas que no se parecen a lo que yo pienso y por eso las confronto, pero siempre reivindiqué mi amistad y ahora no voy a negarla porque no coincida políticamente con lo que Moyano está haciendo. Si es él, será él. Si es otro, será otro. Soy amigo de la mayoría de los titulares de los gremios.
—Le creo, le creo, ¿pero por qué no le contestan a Moyano? No, usted no (ante un gesto negativo de Fernández); pero él se queja mucho de que en Presidencia no le contestan.
—No sé si eso es así. Yo no me animaría a preguntarle a la Presidenta, me parecería una impertinencia y jamás nadie me ha dicho que él haya llamado y no le hayan contestado. La verdad es que me cuesta creerlo.
—Mire lo que es la vida. A mí me encantaría preguntárselo a la Presidenta… pero lo que pasa es que no hay ocasión.
El senador sonríe amablemente:
—Siempre hay una ocasión.
—Ojalá. Volviendo a la CGT, es un tema que a todos nos preocupa bastante.
 —A ver… sin pegoteo, porque en definitiva puede ser que circunstancialmente haya alguna razón que no justifique la relación y uno pueda estar viéndose todos los días o las condiciones no den como para eso. Lo que yo tengo muy en claro, como le dije recién, es la enorme satisfacción que siento por haber participado en un gobierno y acompañarlo ahora desde otro lugar, donde me puso la Presidenta y me pidió que desempeñara una función específica que creo estar cumpliendo con creces. Y es saber también que lo estoy haciendo en honor a esa defensa del derecho de los trabajadores. Fuertemente y en todos los ámbitos. Pero si yo estoy yendo a esa postura es porque la Presidenta va a esa postura y gestamos políticas públicas para que esas cosas se produzcan. Mire, se han generado más de 5 millones de puestos de trabajo, más de dos millones y medio de nuevos jubilados. Si estamos andando por ese camino y si ellos siguen sosteniendo las mismas banderas que eligieron desde siempre, nos vamos a encontrar inexorablemente en la ruta porque estamos yendo hacia el mismo lugar. Con lo cual ¿qué importa si circunstancialmente no hay una relación, como dice usted, de teléfono? Eso es mucho más para Radiolandia que para otra cosa.
—Es algo más que teléfono lo que falta ahí. Y usted es demasiado vivo como para no saberlo. Pero entiendo, también, que no quiera contestarme.
—No, no le doy más valor que el que tiene. Yo no le asigno valor a eso porque lo complicado sería que uno no coincidiera con la CGT porque uno tiene intereses de otras características o porque los grupos de interés que cada sindicato representa colisionan con el pensamiento del Gobierno. Entonces, ahí estamos en una situación complicada. O yo me pongo cada vez más duro con el Gobierno o a lo mejor, si tengo una posición que no tiene que ver con eso, será el momento de no estar en el Gobierno. Sin embargo, yo me siento cada vez más convencido de estar porque las políticas públicas se profundizan siempre en beneficio de los vulnerables. Entonces, sin dejar de lado lo otro, para todos tiene que haber políticas públicas. Lo que digo es que los que sufren tienen que sufrir un poquito menos. Y eso es lo que sostiene como premisa esta gestión de gobierno. Creo que, por ese camino, nos vamos a encontrar en la ruta con la CGT. Entonces, no me preocupa si la Radiolandia dice que llamaron o no contestaron.
—Senador, no sea antiguo. Hace más de veinte años que esa revista no sale.
Nos reímos de buena gana.
—Bueno, uno se acuerda de esas revistas porque eran las que compraban en mi casa.
—Bueno, pero volviendo al tema de idas y venidas, no entiendo bien esto del alejamiento de algunos históricos como Taiana, como Righi.
—Circunstancialmente, no están en el Gobierno. Son cosas distintas. Con ese criterio yo también estoy alejado. Fui ministro del Interior, ministro de Justicia, después jefe de Gabinete y hoy soy senador de la Nación. ¿Usted me vio defeccionar en las políticas que he llevado a cabo?
—Pero usted es un soldado, senador.
—Y ellos también lo son. Taiana, un hombre que ha sufrido el exilio y el Bebe Righi, por quien tengo un enorme cariño, ha trabajado conmigo enormemente bien y lo reconozco en esta oportunidad. Lo he dicho cada vez que he podido pero él sabrá las razones de su renuncia. Habrá tenido necesidad de sentirlo en esos términos y yo no tengo por qué negar lo que sucede ni mi relación personal en la que, repito, le tengo un enorme afecto, también por el trabajo que ha efectuado con nosotros. Cada vez que uno ha necesitado de la Procuración de la Nación, Righi, mientras estuvo conmigo, cumplió de la mejor manera. Yo lo he visto siempre activo y convencido de bregar por una posición muy clara en beneficio de los intereses del Estado. Y eso habla muy bien de su persona.
—Volviendo a usted, senador, ¿le gusta el cine?
—Me encanta. Sería el hombre más feliz del mundo si pudiera encerrarme en un cine. Como cuando era chico y me regalaban entradas para ver tres películas por tarde. ¿Sabe cuál fue la primera que vi? Sammy, la foca loca. Lo recuerdo como si fuera un sueño.
—¿Y qué es el amor para usted?
El senador Fernández se sonríe. Rejuvenece. Piensa su respuesta buscando las palabras.
—El amor es algo muy lindo
—Eso ya se sabe, senador.
—Bueno, pero no es fácil de definir para un tipo tan rústico como yo. No sé expresarlo. Usted me quiere sacar algo que no va a salir de mí. Tengo que recurrir a frases comunes, de telenovela, cosa que no sé hacer. Quizás en las novelas de Corín Tellado. Como yo he sido un lector compulsivo, tengo que recurrir a frases de otros. El amor es algo que a uno le cambia la vida en forma tal que nos pone en una situación de privilegio. Martín Fierro dice que “es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo domina”. Y esto es aplicable absolutamente a todos.
—¿Y frente a la muerte, senador?
—Yo no le temo a la muerte. Forma parte de las cosas que están dentro del reglamento que a mí me dieron cuando comencé a vivir. Una de las cosas que a uno le pasan es morirse. Entonces, lo que puedo decir es que no voy a colaborar con ese párrafo del reglamento Por eso me cuido como me cuido. No fumo, no tomo, no me drogo, qué sé yo, un montón de cosas que creo que son indispensables y además trabajo como un perro todo el día. Bueno, a cualquiera puede pasarle cualquier cosa. ¿Preocuparme por la muerte? No, absolutamente no. Sueño con no jubilarme nunca y trabajar hasta el último segundo de mi vida, cosa que ojalá ocurra dentro de muchos años. Mientras tanto, en mi alforja no hay lugar para la muerte.
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