Scioli es culpable de haber hablado antes de tiempo. Se animó a decir que, si Cristina Kirchner no conseguía ser candidata nuevamente, él se anotaba en la próxima carrera presidencial. No es fácil entender por qué un hombre tan discreto, que emite parrafadas vacías de cualquier contenido peligroso, de repente se fue de boca y, con una frase, cavó su propia tumba. Después de anunciar su vocación presidencial, Scioli fue el blanco de las agresiones más diversas. Las cosas ya no andaban bien antes de que publicara su deseo. Casi al principio de su gestión, el vicegobernador Mariotto había organizado visitas a los penales bonaerenses, acompañado por Horacio Verbitsky, a fin de denunciar un lamentable estado de cosas. Esa excursión de Mariotto, aunque hubiera sido el único signo, debería haberle alcanzado a Scioli para aceptar que los hombres del cristinismo no se miden cuando se trata de socavar el poder de alguien que podría competir con la Presidenta y hoy la supera en las encuestas.
Scioli está en zona de riesgo y no tuvo el timing para moverse por un campo adverso. En realidad, lo supo esa noche de 2011 en que la Presidenta, que armó todas las listas de las elecciones de octubre, le comunicó que Mariotto sería su vicegobernador. Scioli se dio cuenta de que su buena onda no era suficiente para disolver la desconfianza que él provoca. Sin embargo, no imaginó que pocos meses después de esas elecciones, la cohabitación con Mariotto sería tan peligrosa ni que se acelerarían tanto los tiempos que lo acercan a salir volando de la casa de gobierno de La Plata. Scioli, aunque aprendió mucho sobre el peronismo, siguiendo primero a Menem, luego a Duhalde y finalmente a Néstor Kirchner, y aunque soporta las humillaciones con un estoicismo de mártir primitivo, quizá no tuviera idea de que iban a tratarlo tan sin contemplaciones.
Probablemente pensara que la Presidenta no iba a poner en riesgo a la provincia de Buenos Aires, demasiado representativa del país, por su peso electoral y por la visibilidad de su escena política. Scioli se equivocó al suponer que nadie iba a arriesgar la provincia, porque no consideró dos cuestiones. La primera es el sectarismo de la Presidenta. La segunda es un aventurerismo que persigue resultados de corto plazo, prescindiendo de su proyección en el mediano. Ganemos esta batalla ahora y que choquen los planetas. Como si nadie estuviera pensando el día después. O como si las reacciones de una provincia con medio millón de empleados públicos fuera un arma dirigida por un radar infalible sólo para dañarlo a Scioli.
Los kirchneristas eminentes no simpatizan con Scioli. Es un dirigente ajeno a las Veinte Verdades del kirchnerismo y a la épica excepcional que los impulsa a ellos. También habría que decir que no simpatizan porque Scioli tiene muchos votos que podría conservar. No simpatizan porque le va bien en las encuestas.
El cristinismo es una pirámide en cuyo vértice superior hay lugar solamente para una figura, que organiza todo, distribuye la plata, habilita el juego más abajo y reparte porciones de popularidad como si se tratara de un bien personal exclusivo. La estabilidad de ese vértice depende de que nadie sea tan aceptado, en ningún rubro, con la misma intensidad que la Presidenta. Si alguien tiene un renombre propio, se vuelve de inmediato una competencia odiosa, porque la dinámica del poder que circula por esa pirámide no es pluralista sino unicista y vertical. Es obvio que, con este esquema, a Scioli le hace falta muy poco para convertirse en enemigo. Podrán alegarse razones ideológicas, pero el mosaico cristinista, donde se combinan Alperovich y Sabbatella, impide tomarlas en serio como explicación suficiente.
El cristinismo no rinde tributo litúrgico al peronismo histórico, excepto en el perfil de Eva que suele decorar el fondo contra el cual la Presidenta hace sus discursos. Sin embargo, tiene rasgos de esa familia política. Pocos meses antes de morir, Eva armó personalmente las listas de las elecciones de 1952, distrito por distrito. Cristina Kirchner hizo lo mismo con las elecciones de octubre pasado y lo repetirá con las de renovación parlamentaria del próximo año. A los ajenos, ni una concejalía.
El peronismo, durante décadas, eligió designarse como "movimiento" porque la palabra le extendía varios certificados: a diferencia de un "partido", el "movimiento" no tiene límites organizativos, ni otras regulaciones que no sean las que decida su jefe. Cristina Kirchner es hoy la jefa de una vasta trama de organizaciones políticas y sociales que reportan directamente a ella y al presupuesto nacional. Lo que ella representa es una totalidad. La "unidad", a la que llama en alguno de sus discursos, es la unanimidad que debe rodear al dirigente máximo de un movimiento, no la articulación de distintas posiciones que da forma a la política en los países donde funcionan partidos representando al oficialismo y a la oposición.
La Presidenta capitanea una tropa cuya lealtad se pone a prueba todos los días. No hay lealtad en quien enuncia, como lo hizo Scioli, el propósito de ser presidente. La jefatura es única y no se accede a ella sino por voluntad de un jefe que se retira o por su muerte, como sucedió con Néstor. La idea de "movimiento" implica la de una totalidad: todo dentro del movimiento, nada afuera (parafraseando un dictum famoso de Fidel Castro).
Cualquier aspiración es ilegítima si, previamente, no ha sido habilitada por la jefa. Acatamiento o traición. Scioli transgredió esta regla de oro cuando expresó un deseo político que, previamente, no había sido habilitado por el sello presidencial. Sin ese sello, Scioli ofende una concepción del poder que él, por otra parte, aceptó desde el principio; desde la vicepresidencia en 2003, se subordinó a los Kirchner, que lo maltrataron para que aprendiera cómo son las cosas.
Del lado del "movimiento cristinista" todo está muy claro. Las órdenes de la jefa expresan siempre los intereses de la Nación y garantizan siempre la justicia de cualquier iniciativa. Es posible destituir a Scioli en nombre de la unidad y del buen gobierno. El razonamiento circular es el siguiente: si Scioli es obligado a dejar la provincia de Buenos Aires, eso probaría que nunca debió llegar a gobernarla y, por lo tanto, que es justo y sensato que la jefa lo vacíe de poder.
El "movimiento" es todo y tiene sólo una jefa. Cuando este esquema, por las razones que sean, deja de funcionar, el "movimiento" carece de reglas para regular sus conflictos. En ese caso, los exporta. Hay que celebrar que el temperamento de Scioli sea moderado, conservador, tenaz pero carente de creatividad. En el caso contrario, estaríamos frente a un conflicto más grave.
El cristinismo funciona hoy como movimiento, como agencia política y electoral, como base de poder administrativo y económico concentrado. Tiene la iniciativa en todos los campos y no necesita consultar con nadie fuera de palacio. Lo caracteriza la audacia un poco aventurera de quien se define por sus enemigos, no por sus amigos ni por sus aliados, porque la Presidenta no piensa que los necesita. "Denme fuerzas", pide en sus discursos, pero no se dirige a nadie, sino a la fantasmagórica representación de un Pueblo, sin mediaciones.
La jefa nos representa a todos, incluso a quienes, por error recalcitrante, no se sientan representados. Pasa por alto el carácter relativo y contingente de sus "verdades" políticas y se coloca siempre en el lugar de la excepción. Lo que la jefa deja afuera de la Totalidad es equivocado, mentiroso, inexacto, antinacional, destituyente.
Destituir a Scioli, en cambio, no es destituyente, porque ese hombre ya no sirve a los designios de la Totalidad para la Totalidad. Si lo echan, se lo tiene merecido. La lealtad es un valor que circula desde la base de la pirámide del poder hacia su vértice. Nunca en sentido inverso.
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