miércoles, 22 de junio de 2011

La otra perversión - de Tomás Abraham


Comparto la nota que escribió el filósofo Tomás Abraham en el diario Perfil.

http://www.perfil.com.ar/ediciones/2011/6/edicion_582/contenidos/noticia_0019.html

Qué barato es escupir sobre la cara de Sergio Schoklender! La gente hace cola para salivarlo. Políticos, periodistas, doña Rosa, don Ramón, piden turno para ser reporteados e insultar a este nuevo canalla. Su madre adoptiva pide que lo juzguen y castiguen por traidor. Dicen que tiene la mente podrida. Diagnosticadores improvisados nos recuerdan que es un perverso. ¡Psicópata!, agrega un señor indignado. ¡Parricida!, exclama el doctor Eduardo Duhalde. No falta nadie, estamos todos de acuerdo: Sergio Schoklender debe ser linchado. Lamentablemente no se puede, no hay soga. Además, complicaría las cosas colgar a alguien para salvar los derechos humanos. Mejor usarlo. Ya que se usaron desde marzo de 2004 las organizaciones de derechos humanos para “construir poder” y dar el primer paso en la narración del “relato” kirchnerista de liberación, no hay por qué no seguir con la estafa ideológica y convertir este desfalco millonario en la obra tramada por un asesino serial que sedujo no sólo a su madre protectora sino a todo un gobierno, desde a un ex presidente hasta a la actual presidenta, a todos los miembros del Gobierno que lo abrazaron y lo felicitaron por ser el CEO de una empresa que les paga el sueldo a seis mil trabajadores y que levantó en un par de años la segunda constructora del país con el dinero de los fondos aportados gracias a los habituales descuentos de los salarios de los obreros en blanco, el de todos los consumidores que pagan el IVA, de las retenciones de los malditos oligarcas que no quieren la distribución de la riqueza, el de los felices contribuyentes de la Anses estatizada; en fin, lo que en nuestra jerga versallesca llamamos: el dinero del Estado. Mil y pico de millones de pesos de un emprendimiento del que aparentemente somos todos socios. Este hombre que ha sido protagonista de una historia que está en los anales de la criminología, que en años de cárcel se recibió de abogado y psicólogo, además de especialista en informática, fue uno de mis alumnos de la cárcel de Devoto en la materia Filosofía. Sus trabajos, como los de otros presos, eran excelentes. Muy superiores a los de los alumnos libres, o sueltos, de las facultades. No soy quién para juzgar su pasado familiar, ya lo juzgaron los jueces profesionales. Pero me atrevo a opinar sobre una personalidad que, más allá de la cuestión política que arroba a la sociedad, es sin duda singular. Sergio es Napoleón. Tiene delirios de grandeza. Y los lleva a cabo. Es un Doctor Insólito. No digo que sea Peter Sellers, tampoco niego su peligrosidad. Es capaz de cualquier cosa si tiene una idea fija. Y las tiene. Luego se las arregla para fracasar. Pasa el límite. Lo hizo una vez y ahora lo hace otra vez. Como todo Napoleón, siempre tiene su Waterloo. Como ya dije, es singular, nosotros no. Somos generales, comunes, sanos, cuerdos, camporistas, progresistas, derechos y humanos, inocentes criaturas engañadas por Mefistófeles. Tanto invocar a la verdad, la memoria y la justicia, que mentimos todo el tiempo, nos olvidamos de lo que no nos conviene y juzgamos de acuerdo a la más antigua de las jurisprudencias: la del chivo emisario.
En marzo de 2004 escribí una nota titulada “La otra obediencia debida” relacionada al acto de la Esma en la que Néstor Kirchner anunciaba la era de la juventud maravillosa, encomiaba los setenta y trataba de cobardes a los que promulgaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Por eso, lo que ya dije no lo repetiré ahora que la gran prensa está de parabienes con esto de escupir y hacer leña del árbol caído. Que Hebe, que Sergio, la heroína y el diablo, un culebrón farandulesco de una sociedad enferma. Es mi humilde opinión, creo que nuestra sociedad está enferma, y no desde hoy, ya desde hace tiempo. Y de tanto en tanto aparece un síntoma. Matar gente a mansalva, festejar por ello con frivolidad, torturar con salvajismo, arrojar a seres humanos vivos desde los aviones, aplaudir a dictadores, creer que un sistema de leyes es una farsa, vitorear la violencia justiciera desde bibliotecas, cátedras, pantallas y micrófonos, sostener que los derechos humanos tienen que ver con la venta de inmuebles, justificar lo injustificable, mentirse tanto a sí mismo que hasta se puede crear una devoción, sin duda, para remedar el canto de los estudiantes del Mayo francés ante la expulsión del país de Cohn Bendit: “Somos todos judíos alemanes”, arriesgaría con un “somos todos Sergio Schoklender”. Con la diferencia de que al acusado de matador y ladrón no le va a ir muy bien en la vida, y todo el resto, en especial los que lo contrataron, lo ampararon, lo cebaron, lo llenaron de dinero, lo aplaudieron, a ellos, probablemente bastante mejor. ¿Por qué? Y, supongo, porque tienen al Bien de su lado. No me refiero a Hebe de Bonafini, a quien le discuto sus posiciones políticas como las discuto y enfrento a todo aquel que apoya a la ETA, a las FARC, a Bin Laden, ya que no se trata de desaparecidos sino de política actual, pero no soy quién para juzgar a quien se jugó la vida como ella lo hizo, ella y tantos otros que lo hicieron contra criminales de Estado. Espero conservar ese mínimo pudor y no asociarme a los oportunistas de turno que se ven en peligro por un pasado que no los deja muy bien parados. Creo en el dolor de una madre, y en el de un padre como Blumberg. No hay especulación en ellos. Pero las relaciones entre política, justicia y dolor no son lineales. A quienes sí me refiero cuando hablo de comprar el Bien y extorsionar con sus símbolos es a nuestros gobernantes y a la corporación cultural e ideológica que ha levantado las banderas de la justicia y de los derechos humanos con la irresponsabilidad de siempre. Que ha ensuciado el apellido Alfonsín y el apellido Strassera, el de Moreno Ocampo y el de Ernesto Sabato. Que ha usado a los muertos de los setenta para sacar chapa y renta en beneficio propio. Un gobierno que compró el dolor con demagogia, dinero, puestos políticos, cuando lo que se necesitaba era nada más que juicios y una reflexión sobre el pasado con un poco más de respeto por la autenticidad de una lucha en un contexto totalmente distinto después de veintisiete años de democracia y veinte años desde que Carlos Menem neutralizó a las Fuerzas Armadas como factor de poder al derrotar a los carapintadas y encarcelar a Seineldín. Ahora sí podían hacerse los juicios a los militares del Proceso y al menos hacer una crítica profunda a la idea de conquista del poder por la violencia armada para compartirla con la juventud. No hacía falta construir viviendas sociales y financiar empresas, pedir apoyo político, cobertura moral y legitimidad para ejercer el poder. Este gobierno es el responsable de que Sergio Schoklender haya sido el accionista principal de una megaempresa protegida por la bandera de los derechos humanos. Y la enfermedad nacional es tal, que ya se ve la arremetida de los supuestos escuderos del Bien en papel de víctimas con sus consignas en defensa de la justicia. Lo vimos en Cromañón, doscientos muertos y el pedido de hacer silencio para no hacerle el juego a la derecha. Ahora tampoco habría que hacerles el juego a los medios, a los intereses de la reacción. Por eso será necesario mentir, esconder, disimular, hacerse los estrategas, pensar que todo esto fue armado en contra de Cristina porque estamos en tiempos electorales. Pero en realidad son tiempos de peste, esa enfermedad antigua, la de los tiempos del chivo emisario, los del trasfondo épico en el que finalmente los pueblos pedían un tirano que los purgara de una enfermedad que ellos mismos habían segregado.

Filósofo. (http://www.tomasabraham.com.ar/).

No hay comentarios: