lunes, 22 de octubre de 2012

Democracia armada

Nadie va a resolver de una buena vez por todas el problema de qué es un régimen democrático y cuáles son sus características definitivas. Dos mil quinientos años de filosofía no cerraron el bucle y el debate prosigue. Hay quienes prefieren – como Laclau – hacer uso de esquemas abstractos y remiten sus afirmaciones a los autores clásicos para discutir acerca de qué es una representación política, interrogarse acerca de cuáles son los modos en que se establecen las relaciones entre representantes y representados, elaborar esquemas sobre la conformación de una voluntad popular, llevar a cabo una lectura política sobre el funcionamiento de las instituciones y reflexionar sobre las relaciones entre el estado y la sociedad.
Estos manuales breves o farrogosos sobre teoría política eluden la historia concreta de las formaciones sociales y disimulan el aspecto oportunista de sus presentaciones. No digo estratégico sino oportunista. Lejos de aspirar a un análisis de la situación política argentina, Ernesto Laclau intenta una vez más – en el texto desgrabado de una conferencia publicado en este diario la semana pasada – dar letra a las ambiciones del personal gubernamental kirchnerista que indudablemente aspira a perpetuarse en el poder, colonizar el Estado y unirse a quienes se preparan para celebrar el 7D.
La preocupación que lo desvela es que el kirchnerismo no se deje arrinconar por dos enemigos políticos: uno es el liberal constitucionalista, y el otro es el libertario izquierdista. El primero representa para él el orden conservador que detrás de su prédica a favor de la consolidación de las instituciones no hace más que defender los intereses del capital. El otro, el paleoizquierdista, como lo llama Verbitski, plantea un nuevo riesgo ya que en nombre de variadas formas de democracia directa, no consolida las demandas populares en aparato estatal alguno y termina por disolverse en la inorganicidad.
En medio de ambos el populismo kirchnerista que lo llena de optimismo. Reconoce que se corre el peligro de que el líder de las masas se “autonomice” como lo dice con ternura, y se convierta en algo que no se atreve a llamar por su nombre: un dictador. Pero quien se compromete en la lucha política sabe que, así lo recuerda Laclau, citando a un ídolo legendario que describía ciertos gajes del oficio, Lenín: “hacer política es siempre caminar entre precipicios”.
Como cita es extraña, entre precipicios, por lo general, uno cae en el abismo, seguramente que se trata en este caso del borde de los mismos. Y así fue, Lenín tenía razón, mientras él caminaba por los bordes, Stalin decidió arrojar al pueblo ruso al foso de uno de los mayores genocidios del siglo XX que fue coronado con gloria morir por los cantos de la izquierda.
Laclau dice que los representantes del pueblo no sólo deben cumplir con el mandato delegado por los ciudadanos, sino que tienen por misión modelar la voluntad popular. Sostiene que a veces el pueblo es débil y no sabe ni puede tener la fuerza política suficiente para luchar por sus intereses, y que por eso, desde la cúspide, la tarea del Jefe o Jefa junto a sus adláteres es la de crear las condiciones para lograr el triunfo popular. Y esto se hace sin consulta previa, se hace porque se debe hacer, porque la historia lo pide, porque la vanguardia revolucionaria así lo establece, y porque la masa de pobres estará agradecida de por vida a la conducción que desde Tecnópolis a la Biblioteca Nacional marca el camino de la liberación.
Linda música. Ya la escuchamos. Es el canto de la lucha armada del sistema de los 70. Su guión no ha variado, sus palabras dicen: el sistema representativo está en crisis, el parlamentarismo es un teatro de comedias, las instituciones, como insiste Laclau, no son “neutrales”, por lo que el poder judicial responde a intereses reaccionarios y sólo valen las sentencias del tribunal popular, los medios de comunicación están al servicio de las corporaciones, el capitalismo hace agua, etc.
La conclusión es obvia. El Líder y las masas llevan a cabo la revuelta popular, y en nuestro país la conducción de Cristina Fernández junto a Julio de Vido, Guillermo Moreno, Florencio Randazzo, Sergio Berti, Jorge Capitanich, Héctor Timerman, Carlos Zanini, Axel Kiciloff y Amado Boudou, guiarán a los batallones de Emilio Pérsico, Luis D´Elía y Milagro Sala, hacia la gesta nacional y popular, les guste o no a los millones de argentinos que no se han convencido de la naturaleza liberadora de la cruzada populista.
Tiene razón Laclau, el parlamentarismo no es garantía de democracia. Pero lo que olvida es que la ausencia de parlamentarismo lo es menos. Los parlamentos se crearon en el siglo XVII para destronar el absolutismo y frenar las guerras civiles que ensangrentaron un continente. La actividad parlamentaria volvió a recrearse a fines de la década del cuarenta del siglo pasado en los países europeos para evitar la aparición de un nuevo Führer. Por supuesto que el sistema representativo está en crisis, hace rato que lo está, por eso debe reforzarse con nuevos organismos de control ciudadano. Los distintos sectores de la sociedad deben estar representados en los mismos. Son diversos porque en la Argentina vive gente diversa, no sólo el palco de aplaudidores de conferencistas itinerantes. Hay católicos que van por millones a Luján, una clase media que quiere ir a veranear, millones que separan una parte de sus ingresos para enviar a sus hijos a colegios privados, trabajadores agremiados que ya son clase media y tienen su auto en una cochera, mucha gente que quiere ahorrar con una moneda que no se desprecie cada mes para comprarse una casa, tantos consumidores que le hacen caso a un gobierno que los manda a comprar un plasma cada mes y les pide que gasten más de lo que tienen para sostener el modelo. Hay de todo, además de quienes sólo viven de la asistencia del estado marginados en villas y en suburbios, asalariados con un sueldo de pobreza por falta de un trabajo remunerado en blanco.
Sólo los que pregonan vandalismos de cartón desde sus despachos, salas de redacción y cátedras pueden soñar con una especie de limpieza étnica que elimina de la escena social a los denostados “rubios”. El resentimiento pequeño burgués siempre fue antiburgués.
Y existe la libertad. Y la libertad no la regala el poder, por el contrario, el poder quiere arrebatarla. La libertad sólo puede ser garantizada por la ley y la autoridad. Claro que las instituciones no son neutrales, en ellas hay luchas por los espacios de poder, pero no son un juguete del capital.
Por el contrario, si no fuera por las instituciones y sus normas, la sociedad estaría a merced de las armas y del dinero, las dos fuentes de la dominación. Al poder político se lo controla, no sólo el parlamento, sino el periodismo también, sea del color que sea, lo hacen las iglesias, las asociaciones profesionales, las oenegés, la gente en la calle con cacerolas o con bombos, las corporaciones que con sus intereses fragmentan y diseminan las energías en una sociedad competitiva globalizada. Sólo un paranoico de mala fe con aspiraciones de despotismo ilustrado cree y desea que el poder sea uno solo, ya sea en manos de un Jefe o Jefa, o zarandeado por una entelequia fantasmal que poscomunistas cesantes llaman “multitud”. Por eso es tan difícil la práctica política, por eso no le sirven los intelectuales que no entienden de diversidad, complejidad, y que venden jacobinismo barato.
Que en Bolivia se vive un proceso democratizador como festeja Laclau, es posible, se trata de un país en el que al fin las mayorías tienen voz y recuperan sus símbolos de antaño. Pero no es para regodearse en la felicidad precolombina. Más de uno me decía en La Paz que quería estudiar chino, y no era para leer a Lao Tsé, y menos a Mao.
Que en Venezuela hay un ejemplo a seguir, Dios nos libre y guarde de vivir bajo el paraguas militar de una oligarquía petrolera que distribuye sí, es cierto, recursos en escuelas y clínicas, y mucho más entre generales, coroneles y asociados. ¿Tan mal estamos que ése es nuestro mejor ejemplo para una Argentina posible?
¿Qué hubiera pasado en Venezuela si ganaba Capriles? Aquellos que piensan como Laclau habrían denunciado un fraude electoral, o en caso de no poder demostrarlo, habrían consultado el manual del politólogo marxiano para explicar que el pueblo fue alienado y su conciencia manipulada. Pero al ganar Chávez festejan la democracia y hablan del éxito de la construcción de la voluntad popular.
El pueblo es una muñeca de trapo para uso de teoricistas.
La democracia no se define por sacar a gente de la pobreza. De ser así los jerarcas de Tiananmen que imperan en la China serían los héroes de la historia mundial, para no hablar de Hitler que entre 1933 y 1937 llevó a cabo el primer “milagro alemán”.
La construcción de la democracia no es una tarea a resolver con citas bravas de Gramsci ni tampoco con buenas intenciones republicanas en el continente más desigual del mundo; al menos podríamos reconocer la dificultad de componer en una misma frase libertad y necesidad, libertad e igualdad, o, como hoy se agrega, libertad y seguridad, que nos obliga a pensar de nuevo sin remitirnos a aventuras amortizadas que terminaron en una tragedia, o de contribuir una vez más a una incitación a la violencia de acuerdo al paradigma que interpreta a la política como una de las formas de la guerra, y con una forma de pensar sectaria que sin enemigos internos muere de inanición.

viernes, 5 de octubre de 2012


Por Carlos Pagni | LA NACION
La protesta salarial de las Fuerzas Armadas y las de seguridad abrió para Cristina Kirchner una crisis compleja. Y ella no ha sabido dar todavía con una respuesta clara.
En principio, el problema es serio porque el brote de indisciplina alcanzó a una organización, la Gendarmería Nacional, que había sido adoptada por el Gobierno como el principal instrumento para combatir la inseguridad, que es el malestar social más agudo que registran las encuestas.
La Presidenta consideraba a la Gendarmería su fuerza favorita por un par de razones: no la veía identificada con la represión ilegal de los años 70 y, además, mantendría niveles de decencia contrastantes con la imagen convencional de las principales policías del país.
Cuando Nilda Garré inauguró el Ministerio de Seguridad y quiso abordar el problema de la delincuencia metropolitana, recurrió a los gendarmes, que fueron trasladados de a miles hacia el conurbano, en un gesto ofensivo para la policía bonaerense. Cuando fue designado para controlar a Garré, el teniente coronel Sergio Berni se estableció en el edificio Centinela. También se apeló a la Gendarmería para las controvertidas tareas de inteligencia del denominado Proyecto X. Y fue a los gendarmes a quienes el oficialismo confió un objetivo tan relevante como la ocupación de Cablevisión, la colina más valiosa de la guerra contra Clarín. La tormenta que se desató el martes quebró la confianza en esa organización predilecta. Fue, en este sentido, la rebelión de los propios.
La otra dimensión inquietante de este trance es la falta de una respuesta adecuada. El Gobierno todavía no consigue ofrecer una definición coherente del fenómeno. Garré dio por liquidado el levantamiento con el cambio de autoridades en la Gendarmería y la Prefectura, aunque la revuelta siguiera apareciendo por televisión. Berni reaccionó ante un reclamo gremial, aceptó un petitorio de los insubordinados y prometió resolverlo en seis días. Esa dilación podría ser una táctica interesante para desgastar a un grupo de huelguistas convencionales. Pero con los uniformados sólo logró extender la protesta. Ayer la desobediencia se había multiplicado en varias unidades militares. Nada que el Gobierno no pudiera prever: el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, había sido informado el martes por la noche de que en varias dependencias del Ejército -en el 5º Cuerpo, por ejemplo- se registraban amotinamientos de suboficiales. Ayer se especulaba que el jefe de la policía bonaerense recibirá un pliego de condiciones salariales de sus subordinados. En su interés por cansar a los quejosos, Berni olvidó aquel aforismo de Perón: "Sacar a los hombres de armas de los cuarteles es difícil; pero más difícil es volverlos a meter adentro".
Es comprensible que Berni esté desorientado: confraternizó con las fuerzas como un oficial más, confiando en que así se libraría de estos contratiempos, atribuidos a la intemperancia de Garré. Pero la interna del teniente coronel con la ministra se ha vuelto despiadada. Es otro error incomprensible del Gobierno, que ya se verificó en el duelo Scioli-Mariotto: traslada a la política de seguridad las tensiones de su interna. Es decir, juega con fuego.
La falta de una interpretación de lo ocurrido aumentó la incertidumbre. Estela de Carlotto y Juan Cabandié, por ejemplo, denunciaron una amenaza para la democracia. Si fuera así, ¿por qué Juan Manuel Abal Medina suspendió los decretos del conflicto sin esperar a que se restablezca la disciplina? ¿Por qué Berni aceptó un petitorio formulado por supuestos sediciosos? Si el sistema institucional estuviera en peligro y, por lo tanto, se requiriera especial cohesión política, ¿había que agredir a la oposición defenestrando a Leandro Despouy de la AGN?
En rigor, el Gobierno ignora las raíces del fenómeno y no parece haber una cabeza coordinando los movimientos. La Presidenta, como ante otros grandes contratiempos, está desconcertada. Desde que se produjo el cacerolazo, la ganó la sensación de que todo el mundo se le anima. Los funcionarios admiten la espontaneidad del levantamiento, pero se intrigan ante la osadía de quienes lo lideran. Cabandié filtró una pista sobre las presunciones presidenciales cuando habló de que "detrás de esto hay manos negras", para referirse enseguida a "las banderas de Rico". Aldo Rico aceptó el papel que le asignaba Cabandié y aleccionó a los insubordinados: "No bajen la protesta porque los van a traicionar".
La crisis tiene también un costado fiscal que debe ser mirado con detenimiento. Los desajustes salariales alcanzan en todo el país a unos 400.000 efectivos. Además, los fallos de la Corte que obligan a incorporar al salario los suplementos no remunerativos valen tanto para las fuerzas de seguridad como para las Fuerzas Armadas. ¿Qué suma representa para el Tesoro ese blanqueo? ¿Qué repercusión tendrá en el resto del sector público? ¿Se admitirá alguna forma de sindicalización castrense, como la que existe, por ejemplo, en Italia?
Con la queja de los uniformados se ha vuelto escandaloso un dato conocido: el mayor empleador en negro del país es el Estado. La informalidad se extiende mucho más allá de los organismos policiales y castrenses. Llega al sistema universitario, al aparato de salud y hasta al Ministerio de Trabajo, que debe combatir la desviación.
Existe una última incógnita, acaso la más relevante: ¿ajustará el oficialismo, a partir de estos episodios, su discurso sobre las Fuerzas Armadas y de seguridad? La relación del Gobierno con esas instituciones ha sido una variable dependiente de su discurso sobre los derechos humanos. Las Fuerzas Armadas fueron identificadas, de manera más o menos directa, con la represión ilegal. Y las de seguridad, sospechadas de desbordes, corrupción, gatillo fácil. La falta de estímulo profesional para todo aquel que luzca una gorra excede en mucho el problema salarial. Remite a la narrativa central del kirchnerismo. Es ese núcleo de la política el que ha sido puesto a prueba.

Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1514468-en-la-armada-esperan-hoy-una-respuesta-oficial

martes, 25 de septiembre de 2012

Mujer Maravilla - Por Fabián Casas



En el pesaje previo a la pelea, hubo un momento en el que los dos oponentes, semidesnudos, se pusieron cara a cara. Si no hubiesen estados los promotores del match, las cámaras de TV, los técnicos, periodistas, preparadores físicos y demás integrantes de la retórica del boxeo, uno supone que los púgiles se hubiesen besado sin problemas. Como dos gladiadores romanos bajo un sol histórico. O como lo hacían los soldados de la infantería griega quienes lloraban desconsolados la muerte de sus parejas —también hombres— que luchaban a su lado en esos campos de batalla homéricos.
Durante varios años el boxeo en Argentina fue tomado por las mujeres. La Tigresa Acuña, Carolina Duer, Yessica Bopp. Fueron ellas las que agarraron la antorcha dejada por los grandes boxeadores de los setenta y quienes sostuvieron la llama del espectáculo en una disciplina, la verdad, muy dura, fría y adictiva, como la cocaína. Lorenzo Beneventano, el entrenador que llevó a Salazar al título del mundo, siempre decía: “El boxeo es como las estrellas, depende de la oscuridad para brillar”. Y también agregaba esta muletilla: “Los golpes no alimentan”. Porque la cantera de los boxeadores es un lugar bastante parecido al infierno, no vienen, como otros deportistas, de las comodidades y el confort de la clase media o la clase media alta. Y aunque sean súper estrellas en algún momento, ganen dinero, tengan miles de autos y salgan con vedettes de turno, el destino de estos atletas suele ser letal: ahí está Alí con su parkinson que no lo deja tranquilo, o Galíndez pisado por un auto de turismo carretera o Monzón preso por haber cometido un crimen contra su mujer, Alicia Muñiz. Los boxeadores son seres trágicos. En las peleas logran expiar algo de lo duro que fue la vida con ellos. Pero su historia se escribe en el cuerpo, con golpes certeros, demoledores. Y el tiempo, que sabe boxear, no perdona a quienes lo hacen mal.
La pelea de Maravilla Martínez y Chávez junior contradijo a Chico Novarro y ese sábado no fue un sábado más, ni sobre Buenos Aires ni sobre todo el largo del país. Había algo que no se veía desde las peleas de Carlos Monzón. Maravilla Martínez había logrado unir en su persona un sinfín de ingredientes que lo volvieron un héroe de la clase trabajadora. Infancia pobre, amor incondicional por su madre laburadora, gran peleador, de técnica y velocidad notable, y un tipo que estuvo, muchas veces, a punto de perder todo viajando por Europa casi como un indocumentado, haciendo miles de trabajos para poder tener una oportunidad para pelear. Y cuando tuvo esa oportunidad no la dejó escapar. A pesar de todo esto, muchos de los que se sentaron para ver la pelea y provocaron esa fiebre del sábado por la noche, no habían visto muchas peleas del campeón. Pero sabían que había que ver a Maravilla. Eso, como el amor, estaba en el aire. Y también estaba Las Vegas.
Porque la NASA se preocupa por si hay vida en Marte, pero sin duda es más interesante saber qué clase de vida hay en Las Vegas. Esa ciudad en medio del desierto, repleta de autos grandes y blancos, hombres con anillos dorados y mujeres voluptuosas, jardines artificiales y conserjes de hotel por donde uno mire. Que como en las colonias marcianas que imaginó Philip K Dick, usa oxígeno artificial enviado por los conductos de aire de los hoteles casino, para que los jugadores no se duerman y estén atentos, para perder todo. Son muy pocos los que ganan en Las Vegas. Maravilla lo comprobó en el último round. Elvis lo comprobó en esos shows letárgicos y extravagantes, enfundado en su traje de torero blanco, transpirando los tranquilizantes que se había tomado para poder cantar.
Aunque Maravilla se la pasa hablando, da la impresión de que no lo hace de más. Dijo que iba atacar a Chávez y que le iba a dar una paliza y cumplió. Increíble. Sin embargo, en el último y fatídico round que resignificó la pelea por completo, aceptó tener un cruce de golpes con Junior que desde la ortodoxia técnica no era aconsejable. Pero seamos sinceros ¿No estuvimos esperando con temor ese momento de la pelea en que iba a salir un directo de Chávez para sepultar los sueños de nuestro campeón? Maravilla lo hizo. No se conformó con apalear en una muestra de boxeo extraordinaria a su oponente, sino que fue por más, se jugó al excedente y, como los jugadores oxigenados del casino, apostó todo al 12. Cayó. Se le aflojaron las piernas al país boxístico. Y se levantó. Y una vez más contra toda ortodoxia, no fue al clinch, al abrazo salvador, algo que le deberían sugerir gritando desde su rincón, los bares y los hogares insomnes de Argentina, sino que se plantó a pelear cara a cara, golpe por golpe hasta el final.
Maravilla Martínez tiene algo de mujer. No es un macho como Monzón, Galíndez y Bonavena. Como aconseja Moris en la canción Escuchame entre el ruido, parece no negar a la mujer que hay en él. Es metrosexual. Usa anteojos que le dan cierto aire de intelectual y se animó a un ejercicio de stand up en la tele vernácula, provocando en quienes lo vimos la sensación de verguenza ajena que genera Robert De Niro haciendo de un insoportable Rupert Pupkin en El Rey de la Comedia de Scorsese. No importa. Maravilla puede superar todo, ya lo demostró. Incluso uno piensa que hasta podrá superar ser el nuevo ídolo de la Gran Llanura de los Chistes, que lo está esperando con los teendores en la mano.
Cuenta la leyenda que cuando Del Potro volvió al país después de ganar el US Open, la presidenta de todos los argentinos lo quiso saludar. Delpo se negó y le mandaron a la AFIP a Tandil. No pasa nada si te mandan a la AFIP, el problema es si te mandan el autobomba de bomberos que sí aceptó Delpo para recorrer las calles de tu ciudad soportando un baño de amor, alegría y frustraciones de los habitantes de nuestro querido país. De hecho nunca se pudo reponer de eso. Ya lo dijo Jacques Vaché en una carta a André Bretón: nada mata más a un hombre que verse obligado a representar a un país. Mientras tanto, la mamá de nuestro nuevo héroe, Susana Paniagua, nos dejó una frase genial digna de terminar en esos sobrecitos de azúcar: “Cuando se cayó fue como revivir los dolores de parto, cuando triunfó, fue como si volviera a nacer”.
Acá el link: http://bonk.com.ar/tp/daily/1934/mujer-maravilla

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La vida de Francesco

Afiche que hizo la genia de mi esposa para la obra musical que vamos hacer los padres en el colegio de mi otro sol, mi hija hermosa.
Los ensayos son muy divertidos, y con mucho amor.

“Me dejé llevar por Shakespeare” - Javier Daulte

Entrevista a un genio del teatro.

TEATRO › JAVIER DAULTE ANTE EL ESTRENO DE MACBETH EN EL TEATRO SAN MARTIN
“Me dejé llevar por Shakespeare”


El director propone una mirada diferente de la convencional a la hora de abordar al personaje central de esta tragedia: “Si uno deja de prestar atención a lo que hace y cómo lo hace, llega a entender a Macbeth, y hasta no se puede dejar de quererlo”.
Por Cecilia Hopkins

“La vida no es más que una sombra que pasa”, considera Macbeth, personaje central de la tragedia del mismo nombre, tras lo cual arriesga otras comparaciones sobre el vivir: “un mal actor que se pavonea, un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada”. A punto de saber que su esposa acaba de morir y ya al tanto de que todos sus planes se han venido abajo, Macbeth evalúa su mala fortuna y considera que le espera lo peor. Escrita por Shakespeare hacia 1606, la tragedia que hace foco en temas tales como la tentación, el deseo del poder, la lealtad y la traición, vuelve a estrenarse luego de casi 40 años de ausencia, al menos en los grandes escenarios porteños. Así, Javier Daulte (recientemente galardonado con el ACE de oro, además del correspondiente a Mejor dirección en comedia y drama por Filosofía de vida y por Lluvia constante) dirige por primera vez en el teatro San Martín, en la sala Martín Coronado (la obra irá de miércoles a domingos a las 20.30): “Nos empezamos a acostumbrar al monstruo desde el primer día –admite el director en la entrevista con Página/12–. Es la catedral del teatro de Buenos Aires y tiene mucho significado para mi generación: vimos muchas obras muy importantes aquí, especialmente en las temporadas internacionales”, recuerda.
Las múltiples versiones cinematográficas de Macbeth (Orson Welles, Kurosawa y Polanski son algunos de los directores que la llevaron al cine) y también los análisis que suelen llevarse a cabo en talleres de actuación coinciden en que la tragedia de Macbeth propone una parábola que alecciona acerca de los peligros del poder en virtud de la transformación que se opera en el protagonista: fiel a su rey, el general se convierte en un tirano despiadado que no encuentra paz luego de concretar unos crímenes que luego se vuelven en su contra, traicionado por sus subordinados. Con este tratamiento, el personaje no despierta simpatía en la platea. Sin embargo, Daulte tiene otra mirada: “Si uno deja de prestar atención a lo que hace y cómo lo hace, uno llega a entender a Macbeth, y hasta no se puede dejar de quererlo”, sostiene.
“No hago análisis del texto con los actores sino que me pongo a montar la obra desde el primer día, escena por escena”, explica Daulte y afirma: “No encuentro otra manera, porque la obra tiene un sentido musical tal, que en ese ordenamiento encuentro la clave misma del montaje”. Aclara además que no realizó cambios en el texto, apenas algunos cortes. Lo personal de su versión podrá apreciarse, según adelanta, en el tratamiento de los personajes y en los aspectos visuales y auditivos de la puesta: la coreografía es de Carlos Casella, la música de Diego Vainer, la iluminación de Gonzalo Córdova y el vestuario de Mariana Polski. El elenco está integrado por Alberto Ajaka, Mónica Antonópulos, Luciano Cáceres, Agustín Rittano, Julieta Vallina, Alberto Suárez, Leonardo Saggese, Fabio Aste, Leticia Mazur, Débora Zanolli, William Prociuk, Joaquín Berthold, Emiliano Dionisi, Margarita Molfino, Ezequiel Rodríguez, Francisco Pesqueira, Julián Calviño, Martín Pugliese, Javier Niklison, Federico Buso, Marcelo Pozzi y Valentino Alonso.
En su camino de regreso del frente de batalla, Macbeth y Banquo son saludados por tres brujas. Al primero lo llaman por un título nobiliario que no tiene, además de adelantarle que será nombrado rey. A Banquo, por su parte, le aseguran que será padre de reyes aun cuando él mismo nunca lo sea. “Lo peor que le pudo pasar es conocer su destino, saber a lo que él puede llegar –analiza Daulte–, después de saberlo, ¿quién puede renunciar a eso?”, se pregunta. Porque cuando a Macbeth le otorgan el título que las brujas le habían anticipado que le concederían no puede esperar a que el destino obre por su cuenta y no para de cometer asesinatos hasta conseguir la corona. Para dar el gran paso y asesinar al rey Malcolm, Macbeth acepta la complicidad de su esposa. En este punto, lo habitual es que se considere la figura de esta mujer como la verdadera responsable del crimen. Pero Daulte tampoco es fiel a esta tradición: para el director, Lady Macbeth es una mujer que, sencillamente, le recrimina a su marido no tener la suficiente entereza como para defender sus sueños. Los crímenes deben continuar porque la profecía manda liquidar a la estirpe de Banquo. Mientras tanto, las visiones –de fantasmas, de indelebles manchas de sangre– no dejan de atormentarlo tanto a él como a su esposa.
–Cuando fue convocado pudo proponer a cualquier autor. ¿Por qué eligió hacer Shakespeare?
–Shakespeare tiene mucha historia en mi vida, lo leí y releí muchísmo. Una de las formas que tuve de ganarme la vida fue dirigiendo grupos de lectura de obras de Shakespeare. Siempre fue un referente dramatúrgico para mí, porque en sus obras todo funciona. Es cierto que alguna vez dije que nunca haría un clásico. Pero ya se ve: a la vejez, viruela. Ahora me parece un placer descomunal: veintidós actores y la posibilidad de “descansar” en ese texto que, como el color negro, va bien con todo.
–¿Con todo?
–Sí y eso es parte del problema... De todos modos yo no recurro a artificios ni a trucos, sino a la pura actuación: yo quiero que la gente se “lleve” a Shakespeare después de ver este Macbeth. Hice recortes, pero me dejé llevar por el propio autor, por su sentido de la teatralidad, del espectáculo: sabía cómo combinar a los personajes, a quiénes dejar afuera de una escena, cómo sumar elementos contrastantes. Además de saber acerca del alma humana, de lo que más sabía Shakespeare era de teatro.
–Casi no introdujo modificaciones en el texto, con la salvedad del personaje del portero...
–Sí, el portero hace, en el original, una especie de stand up con chistes de la época. Así que yo seguí con esa idea y convoqué a Martín Pugliese, para que él haga lo mismo con el leit motiv de “el personaje menor”. Es pertinente porque ésta es una obra con muchos personajes menores, de esos que aparecen en una sola escena, pero que tienen que ser muy buenos actores dada su importancia en la obra.
–¿En qué se basa esta versión?
–La versión va en contra de la solemnidad. Y hay un tratamiento visual contemporáneo: hay música electrónica, no hay ropa de época, y cuando se habla de espadas se ven pistolas. Además, la escena del banquete es una vernissage en la cual los personajes están en continuo movimiento.
–¿Cómo son las brujas que conocen el futuro de los personajes de mayor peso de la historia?
–Las brujas son tremendamente atractivas, van de negro, con tachas. En la obra se habla veladamente de un alucinógeno y eso se entiende porque cuando Macbeth ve a las brujas por segunda vez se habla de verdaderas visiones. Hoy podríamos pensar que se tomó un ácido.
–¿Y cómo concibió al matrimonio Macbeth?
–Esta es una tragedia de juventud. Macbeth y Lady Macbeth están en los treinta y pico, son una pareja sin fisuras que está armando un proyecto de vida. Lo que les pasa es por su juventud, por no conocer las consecuencias de sus actos. Si pensáramos en que tienen más edad sería maquiavélico. En cambio, uno los puede entender mejor porque se hacen cargo de sus actos: Macbeth dice que va a morir con la armadura puesta.
–En las versiones cinematográficas suele estar acentuada la incidencia que la mujer tiene sobre el marido, una influencia maléfica...
–Ella le dice que él tiene que estar a la altura de sus ambiciones, que no puede renunciar a sus sueños ni ignorar su destino de grandeza. Ella lo estimula y lo incita. Si uno deja de prestar atención a lo que hace y cómo lo hace, llega a entender a Macbeth, y hasta no se puede dejar de quererlo.
–¿A pesar de convertirse en un tirano?
–El horror se recicla. Aun cuando se termina con la dictadura de Macbeth las consecuencias son terribles en todo orden. Shakespeare tenía con su época la obligación de expresar la legitimidad del poder. Es por eso que sus obras siempre terminan con la coronación del rey que sigue. Pero festejar sobre montones de cadáveres es muy violento...
–¿Qué aspectos de esta versión hablan al espectador del momento actual?
–Nunca hice una obra pensando en lo que puede llegar a representar para el espectador de hoy. Yo elijo las obras pensando en la teatralidad que tienen, así que apenas me ofrecieron estrenar en el San Martín pensé en esta obra. Me siento como una antena. Las razones por las que elegí Macbeth las encontraré tiempo después. O alguien se encargará de decírmelo.
 Acá el link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-26479-2012-09-19.html

Soundgarden - King Animal

Al fin, en nuevo disco de Soundgarden va a dar a luz el 13 de noviembre.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Entrevista a Ricardo Piglia

Dejo una entrevista a este gran escritor argentinao.

Luz, crítica, acción
La figura de Ricardo Piglia, como escritor, crítico y profesor, debe ser una de las más incuestionables de la literatura argentina contemporánea. Sin embargo, su relación con los medios es medida: por un lado, rara vez interviene en las discusiones de los medios masivos; por otro, se ha valido de las entrevistas que le hicieron para exponer su pensamiento en su ya clásico libro Crítica y ficción. Por eso, se vuelven doblemente relevantes los capítulos de Escenas de la novela argentina, cuatro clases que ya había dictado en la UBA y en Princeton y que volvió a dar para la Televisión Pública, en las que repasa las relaciones de la literatura argentina con los avances tecnológicos de cada época. En esta entrevista, el mismo Piglia va un poco más allá y reflexiona sobre la tensión de los intelectuales con la televisión, la figura mediática de Borges, intervenciones como las de Carta Abierta, los efectos de Internet y los celulares en la narrativa, la crisis de la ficción y la novela como artefacto capaz de contener y comprender el mundo.
Por Natali Schejtman
Ricardo Piglia está dando clases en Argentina. Pero la forma que estas clases adoptan no son (solamente) las de un profesor frente a un auditorio que hace preguntas. Acá hay cortes, cambios de cámara, entrevistas, invitados y elementos insertados que alimentan la declamación del profesor. De este modo, cuando habla de Puig, aparecen imágenes de la película de Héctor Babenco; cuando señala cómo influyó en la literatura la aparición del grabador y su posibilidad de reproducir exactamente el testimonio, aparecen imágenes de los primeros fonógrafos, además del comentario de Sergio Raimondi. También, están las condensaciones de sentido: mientras Piglia habla ante su auditorio de las diferencias entre la novela y el lenguaje periodístico, atravesado por lo que los propios Walsh y Arlt criticaban de la prensa, observamos una gráfica que sintetiza: “relato complejo vs. simplificación”, entre otras frases.
La iniciativa de contar con un profesor como Ricardo Piglia en un programa de televisión abierta, con sus particularidades, es un aporte a una cadena de programas culturales y específicamente literarios de la televisión argentina. Ante la idea de un “refugio” (El refugio de la cultura, que después de años acaba de cambiar de nombre por Otra trama) o de un espacio “de locos” (Los siete locos, ambos ya clásicos de la pantalla pública), en los últimos años distintas escenografías les abrieron la puerta a temáticas literarias, como fue el recordado Ver para leer, conducido por Juan Sasturain en un formato dinámico y atractivo y por la pantalla de Telefe. Ahora, desde C5N, Gerardo Rozin habla con los autores más variados e invita a famosos-que-recomiendan en Esta noche libros; canal (á) tuvo y tiene sus programas dedicados a la literatura como fue El espía y es Buenos Aires al pie de la letra, entre otros, así como Canela también le dedica espacio en su noticiero cultural Colectivo Imaginario por TN. Marina Mariasch habló de intimidades con narradores y poetas (por Ciudad Abierta) y tanto la TV pública como Canal Encuentro vienen siendo los espacios para diversas series que desarrollan en formato audiovisual el mundo de los libros, los escritores y los lectores, con series como Filo, crónicas de la universidad, en donde se discutía el mundo literario –entre otros– desde las aulas y los pasillos de la facultad.
Ricardo Piglia, dice, pertenece a una generación de escritores que tuvo con la televisión una relación de “atracción y distancia”, al no haberse vinculado con ella desde la infancia. Hoy, le resulta un medio interesante y llamativo. También para intervenir: “Yo creo que la televisión es un mundo de lenguaje. Es un mundo de imágenes, pero yo cuando miro televisión lo que encuentro es que la gente habla muchísimo. Eso me hizo pensar que era posible un programa donde se hablara mucho. No era algo nuevo ni inesperado en la tele. En general, estoy contento por el modo en que se logró que el programa se parezca mucho a lo que nosotros habíamos comenzado a conversar y preparar. Hay también un intento de abrir una ventana al público que no está en la escena”, explica.
Estos son los diversos lenguajes que aparecen en Escenas de la novela argentina, cuyo título ya menciona cierta convergencia de soportes. Una serie de cuatro clases abiertas coproducidas por la Televisión Pública y la Biblioteca Nacional y conversadas desde el principio con el crítico y escritor, que en un mismo movimiento piensa los distintos medios masivos de comunicación en relación con la literatura argentina (ése podría ser un hilo entre estas clases) y actúa en función de una relación entre intelectuales y medios masivos que él cree pertinente en este momento: “Tiene que ver con cómo pienso las intervenciones de un escritor hoy. No me parece que los escritores sólo sean llamados por los medios para hablar de cuestiones generales, discusiones sobre las cuales su conocimiento es relativo, más allá de sus investigaciones personales. Me parece que sería muy importante que los escritores, los intelectuales, para usar esa terminología, fueran llamados a discutir cuestiones que son las que ellos conocen mejor porque son su propia práctica. Me llama la atención que los profesores universitarios, los investigadores de Conicet, no discutan la universidad. Sería mejor llamarlos a discutir lo que conocen bien y a partir de ahí se puede politizar la discusión. Entonces me parece importante redefinir un poco el compromiso de los intelectuales y empezar a verlo como un modo de llevar a otros espacios de la sociedad problemáticas y saberes específicos y discusiones políticas específicas que pueden generalizarse y ser más pertinentes. Llevar a la televisión abierta –y pública– una serie de programas sobre la novela es partir de algo que uno hace y conoce y al mismo tiempo usar eso como un espacio de investigación de laboratorio, de discusiones de problemas políticos y culturales. Muchas de las cuestiones que se están discutiendo hoy, están siendo discutidas en esos programas de modo espontáneo”.
Este es un momento en el que, con distintas iniciativas como por ejemplo Carta Abierta, es común encontrar en los medios a escritores o intelectuales hablando directamente sobre la coyuntura. Tu intervención mediática en la Televisión Pública, menos “coyuntural” aunque no por eso ajena a una lectura del presente, ¿está pensada también en función de ese marco?
–Sí, así es. Sin excluir otro tipo de intervenciones, para mí el compromiso de un escritor empieza por su campo de trabajo y de ahí se ramifica y se expande hacia otros ámbitos. Uno vive los conflictos sociales también en su propia práctica y desde ahí puede empezar a intervenir. Las discusiones en general, en las que se discuten consignas, ocurrencias y opiniones y sólo cambia la posición que cada uno tiene en un mundo dividido en dos, no me parecen interesantes. Los medios vienen repitiendo –desde la época de Rivadavia– que la Argentina está fracturada y en todo ese largo período los intelectuales más representativos han tratado de preguntarse por qué en todo caso existe esa división, por qué hay enfrentamientos y luchas. ¿Será la lucha de clases, será el pecado original de América, será el ser nacional, será el desarrollo desigual, será la rebelión de las masas? Más allá de las respuestas que atraviesan nuestra historia cultural, lo importante sería que el campo intelectual no reprodujera especularmente las divisiones políticas inmediatas y buscara cierta particularidad en la discusión. Lo que veo más bien, al menos en la superficie, es que cada uno desde su tribuna repite sus consignas y sólo exhibe a qué fracción pertenece. Carta abierta es distinto. Trata de reflexionar y fundamentar. Es un colectivo de trabajo que sigo con interés aunque no he participado en el proyecto. A menudo he discutido con ellos la cuestión del estilo: me parece que desde el nombre aluden a las cartas abiertas de Walsh, pero tengo la sensación de que no han prestado demasiada atención a la forma de argumentación de Walsh. Esa combinación de concisión, lenguaje preciso y ejemplos concretos que definen la eficacia de su Carta a la Junta Militar. Hay que discutir, sobre todo en la izquierda, la retórica política porque el lenguaje y los modos de expresión son también por supuesto intervenciones ideológicas. He discutido, con varios de ellos, que son mis amigos, la cuestión del estilo y de los usos del lenguaje porque para mí ahí hay un problema y un déficit. Del otro lado del espectro, el estilo en cambio es tristemente sencillo y quiere ser irónico, porque se basa en el sobreentendido y en lo ya sabido; no usa conceptos, sólo consignas (la caja, el doble comando, la viudez, ¡el fascismo!, el terror inminente, los modales, ¡la juventud montonera!) que dan por sentado lo que necesitan explicar. Todos quieren repetir los chistes y epifanías de Borges sobre el peronismo, pero claro, no les da la voz (tendría que ser más perpleja y más macedoniana). Difícil entonces en ese contexto que haya una discusión intelectual que nos permita escapar del psicologismo y la parodia.
En Crítica y ficción elegiste diversas entrevistas que te habían hecho a lo largo de las décadas como para explicar parte importante de tu mirada sobre la literatura. ¿Ves alguna línea entre ese uso de los medios y estas clases abiertas en la televisión pública?
–Está en línea. En Crítica y ficción decidí usar un espacio que no se genera sino por una demanda de los medios, como ser una entrevista, y tratar de que esas entrevistas sacadas de ese contexto funcionen como otra de las posibles conversaciones que uno mantiene en distintos ámbitos. Me gusta mucho la forma de la conversación, me parece que es un elemento muy importante de la práctica misma de la literatura y del lenguaje. Después podríamos decir lo mismo con respecto al formato de la clase. Yo tiendo a ver la clase como una escena interesante en cualquier medio que uno la haga funcionar. Tiene algo teatral, tiene un elemento que yo valoro mucho y que es la improvisación. En el sentido más preciso del término, es decir que yo no llevo allí nada para leer, ni nada que esté muy articulado. Sencillamente voy tratando de que las ideas surjan en la dinámica de la cuestión. Y eso tiene algo, siempre, de riesgo. Ahí hay un elemento que me parece interesante mantener que es cierta contingencia de un pensamiento o de un tipo de narración que siempre está al borde de poder desviarse o cambiar.
Señalabas que los escritores de tu generación tenían cierta distancia con respecto a la televisión. Pero también podríamos enmarcarla en un tema literario y es el de la demonización de los medios por parte de los escritores, un tema que aparece en escritores como Balzac, Hemingway o Scott Fitzgerald (para hablar del desencanto respecto del cine) y que precisamente mencionás en tus clases cuando hablás de los reparos que tanto Walsh como Arlt tenían con la prensa.
–Es interesante la cuestión. Uno podría rastrear en la ficción distintas etapas de la discusión sobre esta negociación. Balzac y Henry James, por ejemplo. Ya sabemos: Henry James, el escritor que definió una manera de narrar. En todas sus nouvelles literarias donde hay un escritor, un crítico como tema, siempre el conflicto es con el periodismo. Con cierto tiempo de tensión entre lo que es el éxito y lo que es la calidad literaria, y uno podría recorrer esa problemática que en Henry James tiene un sentido muy inicial y llevarla a Hemingway, podría llevarla a Fitzgerald con el cine. De modo que la literatura ha ido acompañando esa relación, muchas veces con un tipo de relato más o menos melodramático sobre los fracasos de los artistas que mueren capturados por esa fuerza a la que van con una decisión intensa de ser más populares o de conseguir espacios nuevos. O de dinero, que es un elemento muy importante en la discusión cultural. Entonces también se podría hacer una suerte de historia paralela de la historia de los medios, sobre cómo los medios son vistos en las corrientes que parecen anteriores y paralelas a su desarrollo, por ejemplo la literatura y el teatro. Todos esos problemas son los que están siempre presentes cada vez que uno establece una conexión entre un mundo que tiene su legitimidad más o menos establecida como la literatura y un mundo que está siempre en una situación mucho más dinámica.
En ese sentido, contrariamente, Borges fue un escritor muy “mediático”, ¿no?
–Borges podría tomarse como un caso para conversar. En el mismo sentido en que yo tomo a Macedonio, que fue a leer una conferencia a la radio en 1928, en un momento muy primitivo de la radio. Podemos considerar que el Borges posterior a su ceguera, que comienza a dictar, se convierte en una figura de los medios a nivel no sólo argentino. Y va a los programas que le digan. Yo recuerdo haberlo visto en Grandes valores del tango, de llegar al programa en el que ya estaban los grandes cantores y le daban la mano a Borges y le decían “Maestro”. Y lo sentaron ahí y le hicieron escuchar, me acuerdo, “Uno”. “Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias.” Todos esperaban que Borges dijera “qué extraordinaria letra”, pero él dijo: “Está mal eso, no puede ser esperanza y ansia” y les hizo un chiste: “Tiene que ser esperancias con ansias”. El siempre se las arreglaba para mantener su propia manera de ver las cosas. Y si le preguntaban algo que él consideraba que no era su campo decía: “Stevenson dice...” y empezaba a hablar de Stevenson. Entonces tenía una estrategia muy firme respecto de nunca cambiar su discurso, fuera el lugar donde estuviera. Se adaptó a medios muy diversos a lo largo de su vida, teniendo en cuenta que siempre estuvo muy conectado, porque Borges dirigió el suplemento cultural de Crítica, que era un diario como decir Crónica, un poco más intelectual pero su formato era muy amarillo; publicó en revistas muy variadas como la revista El Hogar, que era una especie de esas revistas para la familia. Pero si vos ves lo que escribía ahí, él no cambió para nada su discurso. Y creo que ése es el punto a discutir, no hay por qué ponerse a disposición de un medio cambiando lo que uno piensa, o tratando de hacerlo más sencillo.
En sus clases televisadas, Piglia habla de una especie de escalera de estetización y prestigio de los diferentes medios. Según esta iluminadora lectura, cuando la novela comenzó a perder su lugar como relato de masas debido a la aparición del cine, eso permitió la aparición de autores como Joyce y Musil; es decir, el terreno para la experimentación. A su vez, al cine le pasa algo similar cuando es sustituido por la televisión (aparece el cine de autor, entre otras cosas). Cuando la televisión, entonces, pierde cierto lugar central frente a Internet, las series se convierten en objeto de tesis y ensayos y obtienen una legitimidad cultural que no tenían. Con respecto a su propia relación, como escritor, con los medios, menciona que la televisión tuvo cierta influencia en su escritura: “He empezado a ver televisión con más persistencia en Estados Unidos, porque ahí fue donde vi por primera vez los cables, toda esa especie de ramificación. Yo creo que La ciudad ausente estaba muy ligada a la experiencia de esa ramificación entre los canales que había en Estados Unidos en ese momento”. Los efectos mediáticos –desde el cine hasta Internet– en la literatura constituyen una de las preguntas más activas del campo cultural, sobre todo en un momento en que los soportes se hacen gaseosos y se desperdigan por todas las esferas de la vida.
Así como mencionabas la influencia de la aparición del grabador en la literatura realista y en sus procedimientos, ¿cómo creés que está afectando la multiplicidad y diversificación de medios de comunicación y tecnologías en la literatura?
–Algunas oposiciones que podríamos imaginar ligadas a una nueva situación de la literatura en esta época podrían ser, entre otras: la oposición entre el aluvión de información y las historias propias o las historias vividas –el valor de la experiencia personal–, es decir la tensión información-narración e información-experiencia. Otra podría ser la vieja oposición entre escribir y publicar, es decir la posibilidad que da la web de que los escritores sean sus propios editores. ¿Y los lectores? Ese es otro tema, el viejo tema de la vanguardia. Esas serían las puntas, digamos, sobre la cuales se estaría reestructurando la práctica de la literatura en relación con las nuevas tecnologías y con los medios de comunicación. Otra cuestión central es la distinción entre ficción y no ficción. Enzensberger ha planteado muy bien que son los medios los que disuelven esa diferencia. Es en el espacio de los medios –y en la realidad virtual de las nuevas tecnologías– donde se disuelven las diferencias. Si uno hiciera la experiencia de ver 24 horas seguidas un canal, al final termina por no saber en dónde está la distinción entre ficción y realidad. Muchos filósofos contemporáneos parecen capturados por el bovarismo de los medios, y toman ese nuevo fetichismo de la mercancía como modelo de mundo. Pero sin la distinción entre verdad y falsedad es difícil pensar no sólo la literatura y la filosofía, sino también la política. La tendencia a creer que todo es simulacro, actuación y falsificación es un síntoma de una mirada fascinada por los medios. Desde luego, no todo es ficción (aunque a los medios les cueste cada vez más instalar el efecto de realidad, incluso –o sobre todo– en los reality shows y en los noticieros). Han sido los historiadores como Carlo Ginzburg o Roger Chartier los que han salido a criticar esa teoría de lo real como instancia construida verbalmente y han insistido sobre la realidad material de las prácticas y de la lucha social.
Algunas novelas ya han incluido nuevas formas de telecomunicaciones. ¿Ahí podríamos empezar a ver las influencias?
–Daniel Link ha hecho cosas muy buenas y Alejandro López también, así como Pablo Pérez o Fernanda Laguna. Me da la sensación de que en principio son experimentos con el contenido más que una renovación de las formas de narrar. Se están utilizando nuevas modos de comunicación como temas en las novelas; los personajes, en vez de mandarse cartas o palomas mensajeras, se relacionan y se seducen por medio del chat, del Twitter, del email, o de las páginas de levante en Internet. La novela también registra ese tipo de modificaciones a lo largo de su historia: el fiacre donde Madame Bovary se entrega a su amante se puede convertir ahora un dark room o en la silla tabicada de un cibercafé, pero el tipo de relato es el mismo. Lo que hay que discutir es qué transformación se produce en los yeites narrativos, para decirlo como María Moreno, que ha pensado cosas muy interesantes sobre el uso el grabador o del teléfono celular como aparatos de captura de vidas ajenas. La instantaneidad de las imágenes y de los textos, la fragmentación de la lectura lineal, ¿qué efectos puede producir en la narración? Lo que vemos, me parece, es que los relatos son más sueltos, no cierran, se interrumpen, diría, o cambian de dirección. Pero eso viene sucediendo desde los tiempos de Laurence Sterne o de Filloy. Muchas narraciones viran a la primera persona porque, como bien decía Puig, es más fácil escribir en primera que en tercera persona porque las vacilaciones sintácticas o la pobreza de la prosa parecen modos de ser del personaje que narra. Y está bien. Uno lee un relato y siente que es la experiencia vivida no porque lo sea, sino porque el narrador no se distancia, digamos así. Me parece que también, en un sentido, es una reacción frente al caudal de información que circula. Hay un teatro de las noticias que actúa de una manera muy vertiginosa y todos somos espectadores. Benjamin asociaba la crisis de la experiencia a la expansión de la información y de ahí deducía la crisis de la narración, no era algo metafísico, como se suele creer, sino un efecto de las condiciones materiales. Nadie parece tener nada personal que contar, decía Benjamin. Quizá uno podría leer –de una manera un poco rápida–, la aparición de los relatos autobiográficos y todas estas formas de organizar comunidades de amigos en el Facebook y de manejarse con un tipo de intimidad exhibida como tema central de los intercambios que se dan en web como una respuesta o una defensa ante la circulación abstracta de la información. Frente al aluvión de datos y noticias, aparece esta insistencia de la experiencia personal que va creciendo casi paralelamente al crecimiento la información. Lo que le pasa al que escribe es lo más importante del mundo y lo que le pasa, sobre todo, es que está escribiendo sobre sí mismo o está mostrando detalles de su vida personal como si fuera una noticia atractiva y novedosa.
En el caso de tu literatura, ¿cómo manejás la tensión entre ficción-no ficción de la que hablabas antes?
–Me parece que en todo lo que he escrito hasta el momento en ficción está siempre esa tensión. He escrito novelas que tratan de desbaratar esa decisión sobre o todo es ficción o todo es realidad. También tiene sentido tomar la novela como tema de los programas porque me parece que hay una discusión de si la novela es un género que ya ha dejado de interesar y que ahora hay un interés por historias verdaderas o por aquellos libros que cuentan historias que son ciertas.
¿Una discusión en el mercado?
–Viene del mercado. Hay cierto tipo de rumor, sobre que hay un desplazamiento que está dejando la novela, porque hay un interés mayor en los libros verdaderos o una desconfianza de aquello que aparece propuesto como ficción, como si se hubiese perdido esa calidad del lector que es capaz de manejarse en ese mundo del “como si” y hubiera un tipo de lector más pragmático con respecto a los usos de lo escrito, tratando de que los usos de lo escrito supongan una enseñanza y una verdad de la que se pudiera sacar una conclusión. El mundo de la ficción, en cambio, supone una mediación mayor, que toma lo que se está contando ahí como una suerte de alegoría de algo que tiene que ver con la realidad o la propia vida.
En ese punto se resignifica lo que mencionás en tus clases como la metodología que tenía Manuel Gálvez respecto de los testimonios y ese realismo híbrido con lo documental.
–Exactamente, y eso pone a la novela en un estado incierto también. Como decíamos en una parte del programa, tradicionalmente los novelistas primero hacían investigaciones y luego ficcionalizaban. Mientras que ahora un cierto periodismo ha ganado ese espacio que antes hubiera sido tema de novela. El propio Walsh decía: “los periodistas me preguntan por qué no hice una novela con Operación Masacre o ¿Quién mató a Rosendo?”. Eso me parece que ha desaparecido lentamente como espacio y que ahora es mucho más lógico hacer un libro de investigación o un documento fílmico con un tema de investigación o denuncia. La novela ha quedado más conectada con ciertas cuestiones, más vinculadas a una historia personal.
Como lector y escritor, ¿te sigue atrapando la ficción contemporánea o te encontrás, por momentos, “víctima” de esta tendencia?
–Leo todo el tiempo novelas, y casi nunca relatos de no ficción. Las tendencias del mercado no tendrían que definir, al menos para los escritores y los lectores, los usos de la literatura. Hay una crisis de la representación, también de la representación política, dicho sea de paso, y se busca la expresión directa, lo que parece verdadero o dice ser real. Se postula la transparencia, tal vez porque estamos en un mundo donde la experiencia se diluye en el círculo incesante de la información (incluso de la información cultural). Hay una oposición cada vez más profunda entre información y realidad, entre cultura y experiencia. Y como sabemos, ése ha sido –y sigue siendo– el tema de la novela desde El Quijote. La novela narra la tensión entre la vida y el sentido, entre los actos y las significaciones, entre la verdad y la ficción. El periodismo (y la no ficción) nos da la vida bajo su forma juzgada, mientras que la literatura, como decía bien Hannah Arendt, nos trasmite la ambigüedad de la experiencia y nos otorga el privilegio de juzgar.
Escenas de la novela argentina se emite los sábados de septiembre a las 20.30. Los capítulos anteriores pueden verse en tvpublica.com.ar y en el canal de la TV Pública en YouTube.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Qué le cuenta la política a Dios

Por Héctor D'Amico | LA NACION


Carlos Menem temía a Dios y a nadie más. Lo repitió durante sus diez años como presidente toda vez que tuvo que explicitar públicamente cuál era su verdadera jerarquía en el justicialismo, su papel protagónico como macho alfa de la sociedad argentina en momentos de desobediencia o conspiración. En su caso, la convivencia de política y religión nunca logró liberarse de un manto de misterio. Gobernó como católico practicante y la Iglesia lo aceptó como tal, uno más en el rebaño. Fue su esposa, Zulema Yoma, poco antes de asumir como primera dama, quien puso, en palabras comprensibles, ese interrogante nunca resuelto.
La escena ocurrió algunas semanas antes de la elección presidencial, en el departamento que el matrimonio ocupaba en la calle Posadas. Yo había terminado de entrevistar a Menem, para LA NACION, cuando Zulema se acercó y dijo: "Esperá, no te vayas, te preparo un café turco, vas a ver lo bien que lo hago". En la cocina, sin rodeos ni testigos, hizo la pregunta. "¿Entendí mal o Carlos te dijo que es católico practicante?" Respondí que sí. "¿Y lo vas a publicar?" Volví a decir que sí. Zulema entonces cambió el tono. Habló como alguien que se desentiende de su propio relato y de sus consecuencias. Dijo: "Es raro, porque hasta hace unos días era musulmán".
Dos meses más tarde, Raúl Alfonsín le colocaba la banda presidencial a Menem. A su modo, política y religión habían alcanzado un entendimiento cuyos términos jamás se hicieron públicos, y que perseguía un solo propósito: no violentar la Biblia, tampoco la Constitución, que todavía no contemplaba la posibilidad de un presidente no católico.
El reciente desliz freudiano de Cristina Kirchner ("hay que temerle a Dios. y un poquito a mí") es un episodio de características muy diferentes, pero en donde política y religión vuelven a encontrarse.
Enrique Krauze, el intelectual mexicano que desarrolló el Decálogo del Populismo Iberoamericano y uno de los que más estudió las estrategias con las que esa forma de hacer política se camufla en la democracia hasta envilecerla, describiría la frase como un caso típico de sobreactuación. El ejemplo que confirma la teoría. La Presidenta no ha hecho otra cosa que apelar a la mística para exaltar su poder carismático. Como dice Krauze, el populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella para fabricar su verdad. La mención del temor a Dios, con el agregado implícito de que ella también puede ejercer su cuota de castigo, apunta a revalidar su autoridad ante los gobernados. La palabra "temor" es el sujeto de un relato que entusiasma a los militantes porque descuentan, con razón, que no son los destinatarios del mensaje. Quien se tome el trabajo de volver sobre los discursos de la Presidenta -tarea nada fácil ya que la página oficial registra al día de hoy más de 1200- podrá comprobar otro apotegma del kirchnerismo. El blanco de la represalia, la descalificación y el castigo es siempre el "enemigo exterior". El enemigo es el abecé del relato, el combustible que alimenta el clima de epopeya, de restauración, no sólo del presente sino también del pasado.
La mención de la palabra temor llegó precedida por otros relatos oficiales en los que el límite entre el mundo terrenal y el "más allá" resulta imperceptible. Al asumir su segundo mandato, Cristina Kirchner impuso una enorme laxitud al protocolo al pronunciar "que Dios, la Patria y él me lo demanden". Creó así una trilogía única cuyos términos no son fácilmente conciliables. Los demandantes pasaron a ser, en ese orden, el Creador, el infinito y abarcador espacio de la Patria y la memoria de un ex presidente tan querido como resistido por la sociedad.
Cuando la Presidenta se inspira en la dura geografía del Alto Nilo y establece comparaciones de tipo personal con hombres que la habitaron hace miles de años, lo que consigue es convocar un pasado majestuoso al presente. De paso, le recuerda a la audiencia un concepto fundamental de la construcción política como es el destino. "Me siento como Keops frente a la pirámide terminada", confesó. Y retomó el hilo días más tarde con una precisión: "Amo tanto construir que debo de ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio". Nada como una pirámide para mentar el devenir y lo eterno.
El sociólogo Eduardo Fidanza escribió un lúcido ensayo sobre estos comportamientos al rescatar la expresión teodicea, clave de la sociología de la religión de Max Weber.
"Las teodiceas -explica Fidanza- son los discursos de las grandes religiones de salvación destinados a explicar la existencia del mal en el mundo, más allá de la promesa de salvación ¿Por qué existe el sufrimiento y la muerte? ¿Por qué, como recuerda Weber, con más frecuencia de la deseable a los malos les va bien y a los justos les va mal? ¿Por qué, en definitiva, subsiste el mal, a pesar de la promesa de salvación y redención? Éstos son los interrogantes que deben responder las teodiceas para cerrar la brecha escandalosa entre mérito y destino. Ellas deben proveerle al conjunto de los creyentes una versión consistente del mundo y de Dios que disipe la incertidumbre generada por las arbitrariedades del acontecer histórico."
Juan Domingo Perón, en cuyo derrocamiento tuvo un papel no menor la Iglesia, nunca se alejó del todo de la religión en sus años de destierro, aunque no se privó de compartir su formación cristiana con los tenebrosos propósitos de la logia Propaganda Due. Pragmático a ultranza, Perón tampoco se privaba de invocar a Dios cuando lo que estaba en juego era el poder. Un episodio insólito, que si no estuviese debidamente documentado pasaría como una ficción o una invención gorila, revela cuáles eran sus límites.
Alertado en Madrid de que ya estaba en marcha la conspiración que derrocaría al presidente Illia, Perón convocó de urgencia a Puerta de Hierro al periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, enviado de la revista Primera Plana. En la edición siguiente del semanario, con el país todavía convulsionado por el golpe militar, Perón afirmó: "Quiera Dios iluminar a Onganía y sus muchachos, y que estos muchachos acierten en tomar la mano que la fortuna les viene tendiendo". Fue su saludo de bienvenida a la llamada Revolución Argentina.
Cinco años antes, tomado por sorpresa, Perón había vivido en carne propia el rigor con el que Franco y sectores conservadores de la Iglesia española imponían sus criterios en cuestiones dogmáticas. La historia oficial cuenta que Perón y su secretaria, Isabel Martínez, se casaron el 15 de noviembre de 1961, en una ceremonia celebrada en el domicilio del médico Francisco Flores Tascón, amigo de la familia. Pero ésa es sólo la mitad de la verdad. La otra mitad me la contó Pilar Franco en su departamento madrileño de la calle Marqués de la Concha, cuyas paredes estaban extrañamente decoradas con decenas de pequeños peces de cerámica que le daban al ambiente el aspecto de un enorme acuario inmóvil. Hermana del caudillo, Doña Pilar no ocupaba ningún cargo oficial, sin embargo, era una de las personas que más secretos conocía del régimen.
Confirmó la boda por el civil, también la existencia de una curiosa cláusula en el documento que decía "matrimonio por conveniencia". Pero la ceremonia no logró calmar las presiones de las jerarquías militares y eclesiásticas: había que pasar por el altar. La solución de las dos bodas, según ella, fue una iniciativa del mismísimo "caudillo de España por la gracias de Dios", como se lo llamaba en los documentos públicos, incluidas las pesetas.
"Aunque rara vez se hablaban y sólo una vez se vieron, Paco lo llamó a Perón un sábado temprano -contó Doña Pilar- para recordarle que la hospitalidad y el afecto de España por él no tenían límite y que la forma de corresponder a esa amistad era poner en orden su situación familiar. El tema era extremadamente delicado. Más tarde supe que había sido Paco en persona quien hizo los arreglos para que la boda fuera en la iglesia de La Paloma." Para confirmar el relato, Doña Pilar anotó un nombre y un teléfono y me lo entregó. A la mañana siguiente, con la ayuda de un cura joven, que parecía preocupado y sostenía con dificultad un enorme libro abierto en el atrio de La Paloma, tomé la primera foto del acta de casamiento de Isabel Martínez Cartas y Juan Domingo Perón Sosa.
Al hablar de tenerle temor a Dios y un poquito a ella, la Presidenta, tal vez sin saberlo, se colocó en una posición muy distante de la que mantuvo Eva Perón en su agonía. Quienes la acompañaron en su larga enfermedad dejaron testimonios de su rebeldía ante una muerte injusta, demasiado temprana y, por momentos, también de su enojo con Dios. Tal vez sea José Pablo Feinmann, filósofo, escritor, ensayista, quien más lejos llegó a la hora de interpretar una cuestión tan íntima como puede ser el vínculo que unía a una figura como Eva Perón con Dios. Feinmann, en la película Eva Perón, de cuyo guión es autor, recrea lo que, se supone, fue uno de los últimos diálogos de ella con su confesor. Eva le pregunta si cree que Dios la va a dejar morir y si va a ocuparse también de los pobres. Pero es ella misma la que responde: "Si Dios me deja morir es porque es un contrera".

Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1507883-que-le-cuenta-la-politica-a-dios

El mito de la gloriosa juventud en marcha

Excelenteo nota de opinión de Beatriz Sarlo. Hace un análisis del día de los Montoneros, desde el concepto de mitologías utilizado por el gran Roland Barthes.

El mito de la gloriosa juventud en marcha
Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION

Abundan los libros periodísticos y académicos sobre los años setenta. Sin embargo, el uso kirchnerista del pasado transcurre como si no supiéramos lo que hoy sabemos. No se termina de entender una historia o, sencillamente, no se la quiere entender. Para evitar malentendidos: no hubo "dos demonios". Pero la inexistencia de esa tramposa simetría no obliga a pasar por alto lo que sucedió en la Argentina en los años setenta, con ese estreno espectacular que fue el secuestro y ajusticiamiento de Aramburu, acto fundador de los Montoneros. En diciembre de 1970, un semanario titulaba: "El terrorismo fue el personaje del año". La política militarizada del peronismo revolucionario organizaba su serie: asesinato, enfrentamiento, autodefensa, inmolación y ofrenda.
La violencia que ejerció Montoneros no se distingue sin más de sus "ideales", tal como los presentaban en los periódicos de la época (en Cristianismo y Revolución, por ejemplo).
Es difícil sostener que estaban equivocados tácticamente, pero acertaban en sus deseos y utopías. Así todo sería demasiado sencillo y elemental. Equivaldría a pensar que el terrorismo de Estado puede separarse de las ideologías de los jefes militares que lo practicaron como plan sistemático.
No es posible separar el contenido "ideal" de los instrumentos que se emplean para alcanzar los fines deseados. Esto es todavía más evidente en el caso de organizaciones políticas centralistas y verticalistas, como Montoneros. El peronismo revolucionario era tan absoluto como sus métodos. Remo Bodei afirmó que los jacobinos de la Revolución Francesa ejercían las "virtudes extremas", propias de épocas revolucionarias. Por eso, la cultura montonera de los setenta, si no se la diluye en la nebulosa de los "ideales", es fuertemente anacrónica. El anacronismo mezcla tiempos que se conocen y épocas que se desconocen, sujetos convertidos de víctimas a héroes, de responsables a mártires. Borra las inclinaciones más autoritarias, cuenta una historia de guerreros y no una aventura que ya había sido criticada en su época por otras fracciones de la izquierda y, dentro del peronismo, por la Juventud Peronista Lealtad.
En la práctica política real, todo diferencia al gélido secretario de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, de su tío Fernando, que en 1970 liquidó a Aramburu a balazos después de secuestrarlo y someterlo a un juicio sin jueces ni tribunales ni defensor. Nada es obstáculo para que un imaginario romántico haya instituido el 7 de septiembre Día del Militante Montonero. La fecha elegida es la de la "caída en combate" con la policía de Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus. Está bien que todos los hechos pretéritos tengan su conmemoración. Ciertamente hay allí algo más que la manía kirchnerista por las efemérides. Montoneros es una denominación que conserva alto potencial: trae imágenes de juventudes en marcha y se ofrece como un activador de identidades. Funciona como mito.
En realidad, esto sucede porque el peronismo no revisó su historia. Perón tuvo relaciones tan sometidas a la oportunidad de la coyuntura que llamó a los montoneros "formaciones especiales" adecuadas a la táctica de aquel momento, y luego permitió que la Triple A cumpliera su misión de asesinarlos, después de que el líder los echara de la Plaza de Mayo, y ellos probaran su destreza matando a Rucci.
¿Qué quiere decir "montonero" hoy? Joven, movilizado, cristinista (¿funcionario?). Síntesis del "nunca menos" y el "vamos por más". No quiere decir lo que quiso decir en los setenta: partidario de la lucha armada terrorista o partícipe en ella. Se impuso la resignificación. Y a ningún kirchnerista eminente le parece oportuno una revisión crítica.
Fueron individuos aislados, no representantes de un colectivo organizado los que hicieron la autocrítica del militarismo terrorista de los años setenta. El peronismo político enterró la cuestión, primero ocupado en renovarse; luego, reconvirtiéndose al neoliberalismo; finalmente, bajo el blindaje de Madres y Abuelas, y autorizado por sus propios actos, los más legítimos de esta última década. Fueron tres etapas bien distintas. En los años ochenta, tanto Cafiero, Menem, Duhalde y los más jóvenes como "Chacho" Álvarez aceptaron el desafío de una reconversión del peronismo, exigidos por la victoria presidencial de Raúl Alfonsín. En los noventa, Menem, surgido de esa reconversión por elecciones internas, se dio otros objetivos y a los Montoneros se los tiraba como lastre o reconocían la ganancia de un cambio súbito en sus persuasiones.
Con la llegada de Kirchner, las Madres y las Abuelas fueron el pivote de una nueva "lectura" de los años setenta. Durante la dictadura, las Madres y luego las Abuelas reivindicaron los ideales de sus hijos. Esto le daba una positividad a la lucha de aquellos años: no buscaban sólo desaparecidos, reclamaban por los portadores de ideales. Era el impulso de su movilización. De ellas no podía salir una consideración crítica de aquel pasado.
Pero la Presidenta, a quien le gusta la narración histórica, que cita una biografía de Dorrego y recuerda a "El Gaucho" Rivero en las Malvinas, podría dar mejores pruebas de conocer algo de lo que se ha escrito en los últimos veinte años sobre los "ideales" de los años setenta y su concepción de la política. En cambio, reafirmó el mito que tiene un poder de identificación inigualable, sobre todo si se piensa en bases juveniles.
Los "ideales" montoneros eran extraños a cualquier concepto de república. A decir verdad, toda la nueva izquierda era antiinstitucional y consideraba al Parlamento y a la Justicia como máscaras de la dictadura de la burguesía. La libertad de prensa era una argucia del capitalismo y de los dueños de medios para engañar y adormecer al pueblo.
Los que pertenecimos a esa izquierda de los años setenta sabemos que fue difícil la crítica a la violencia terrorista, al inevitable horizonte de guerra popular prolongada o al foquismo rural. En condiciones de dictadura o de exilio, hubo que estudiar la dinámica de esos procesos, leer y debatir, encontrar las bases filosóficas e ideológicas de la violencia, reconocer las deformaciones del militarismo. Se nos acusó de culpable reformismo o de hablar demasiado pronto (¿cuándo no era pronto?). Fue una tarea larga y llena de complejidades. Héctor Schmucler (padre de un desaparecido) la inició en el exilio de México cuando, en la revista Controversia, preguntó: "¿Acaso Rucci no tenía derechos humanos?". Hoy, el blog Los Trabajos Prácticos ha publicado un extenso ensayo de Héctor Leis, síntesis vital y filosófica de su experiencia en Montoneros. Treinta años de pensamiento crítico.
Pues bien, en William Morris, las organizaciones peronistas kirchneristas y no kirchneristas (repartidas a lo largo del día) le bajan la cortina una vez más a la discusión sobre el ejercicio de la violencia política y de su extremo terrorista. Quizá se piense que los argentinos tienen otras cosas que hacer. Sin embargo, una consideración crítica de la violencia revolucionaria tal como aconteció en los setenta sería un camino para rediscutir la democracia, la movilización de los jóvenes, los frentes políticos y territoriales, el caudillismo. Reiterar que los "ideales" eran los de una "juventud maravillosa" (el adjetivo es de Perón) cierra esa posibilidad. El heroísmo de muchos montoneros no puede esfumar sus errores. Es posible ser heroico y estar equivocado. Desarmar el "mito" es considerar, al mismo tiempo, esos dos calificativos contrapuestos.
Pero sobre la separación de heroísmo e ideal no se puede fundar una mitología política. Los kirchneristas, que gobiernan con burócratas, como cualquier gobierno, y con sombras corruptas o sospechosas, necesitan de ese himno juvenil. Extrañan aquel impulso romántico que creen encontrar en los setenta. Por otra parte, las vetas autoritarias y antidemocráticas de los Montoneros los liberan de tributar a dos ideales progresistas: democracia y autonomía. La memoria del Militante Montonero no obliga a firmar esos compromisos. Como mito, hoy exige bastante poco.
Acá el link: http://www.lanacion.com.ar/1506915-contel-mito-de-la-gloriosa-juventud-en-marcha