lunes, 5 de marzo de 2012

Se cayó el sistema - Por Tomas Abraham

Excelente columna.



Por Tomas Abraham

Quisiera plantear una dificultad sobre los modos de la organización política en la Argentina. Hemos tenido casi veintiocho años de democracia sin interrupciones. En toda la historia de nuestro país nunca hubo una época con alternancia en el poder por vías electorales sin proscripciones, sin fraude, sin extorsión militar, como las de estas últimas décadas. Ha sido un período ejemplar. Creo que uno de sus resultados ha sido la destrucción del sistema de los partidos políticos. ¿Una ironía de la historia? No, no es una ironía de una entelequia abstracta sino el resultado de un proceso difícil de comprender pero aparentemente irreversible.
Un partido político consta de un aparato, de una disciplina interna, de jerarquías, reglas de juego, inserción en una estructura consensuada por dirigentes, ramas internas, continuidad en el tiempo, héroes epónimos y una simbología. De todo esto lo único que han quedado son los dos últimos elementos: un mítico padre fundador, y los cantos, las banderas, los gorros y algún gesto o bravuconada como muestra de fidelidad sobreactuada, es decir, los ornamentos.
No hay más partidos nacionales. El partido radical y el Partido Justicialista son estructuras nominales con momentos esporádicos y circunstanciales de regeneración. Estos dos partidos, junto a las Fuerzas Armadas, fueron los protagonistas del sistema de partidos en la Argentina. Hoy son puntos de reunión de quienes se encuentran por un momento en la intemperie y pasan por casa para recoger algún trasto viejo antes de partir nuevamente.
En este momento político sólo hay dos fuerzas políticas protagónicas que no son partidos: el Frente para la Victoria, y el PRO. Son organizaciones formadas alrededor de un jefe o jefa que de llegar a retirarse de la escena, por cualquier motivo que fuere, disuelven su punto de apoyo militante con la ineludible fragmentación del espacio que se dispersa en microemprendimientos capitaneados por adláteres sin destino.
No es sólo un delirio de una voluntad totalitaria la discusión de la reforma constitucional que autorizaría la reelección indefinida de la Presidenta; por el contrario, es una expresión de que al no haber más sistema de partidos que se alternen en el poder sólo quedan en el escenario político asociaciones con o sin fines de lucro que dependen de un líder. Si el conductor o conductora se llegaran a ausentar sobrevendría el temor de una anarquía de consecuencias peores que la tutela de un despotismo plebiscitado.
La crisis de lo que se llamaba con desprecio “partidocracia” no es un problema argentino. Ocurre en casi todo el mundo en el que los fundamentos de la democracia liberal están cuestionados. El régimen republicano de la democracia representativa tiene corto tiempo, para no decir que tuvo corta vida. Creación del siglo XX con el voto universal y la igualdad de derechos de la ciudadanía, a la que debió sumar los recursos fiscales para implementar políticas sociales gracias al Estado Benefactor, se encuentra hoy en crisis.
Son pocos los países en los que este sistema persiste. La existencia de partidos consolidados rige en nuestra región, en el vecino Uruguay, en Chile, en Brasil, pero aun en ellos pareciera que la excepción confirma la regla de la crisis del sistema.
De seguir el proceso de desplazamiento del eje del poder mundial del Atlántico al Pacífico, sin hablar de los Balcanes y los Urales, el modelo de organización política lejos está de seguir el modelo liberal.
Pero lo que ha ocurrido en nuestro país tiene su especificidad. La seguidilla de cinco presidentes en el mes de diciembre de 2001 fue el desencadenamiento de la última fase de un sistema que ni siquiera pudo crecer ni desarrollarse. No son pocos los que creen que este derrumbe institucional es un signo de una aurora promisoria en la que las formas de la participación e intervención de las multitudes profundizará la democracia al derribar un sistema arcaico y corrupto.
Dos presidentes expulsados antes de su mandato, uno que gobernó dos períodos hoy convertido hasta por sus mismos partidarios en el maldito de la política argentina por “desguazador” del Estado y cipayo del neoliberalismo, y una sucesión conyugal que pretende ser indefinida, hablan a las claras de que la democracia republicana en nuestro país no es precisamente joven, ni precoz, sino deforme, mal nacida, como el bebé de Rosemary.
Esta truculencia no debería clausurar el problema, por el contrario, habilita su debate. Si esta crisis es terminal: ¿de qué modo puede organizarse políticamente la sociedad argentina para vivir en democracia? ¿O no interesa que haya formas republicanas o delegadas por vía electoral para vivir en sociedad ?
Depende de las opciones. Si se equipara democracia con igualdad, las formas políticas interesan en la medida en que se instale un proceso justificado en nombre de la homogeneidad social con la burocracia y las jefaturas correspondientes cuya legitimidad es clientelar y vigilada con censura previa. Si se define a la democracia por la diversidad cultural, ideológica, política, es necesario construir un sistema que garantice la pluralidad.
El sistema de los partidos políticos tenía la función de asegurar el recambio de equipos dirigentes, de alternativas políticas, de respetar los cambios en la voluntad ciudadana, y de cuidar que el espacio de poder tenga ocupantes transitorios para que el sistema proteja las libertades cívicas.
¿Cómo se asegura entonces que la alternancia y el pluralismo sigan vigentes sin partidos políticos consolidados? ¿Cómo puede funcionar un Parlamento que dice representar a los ciudadanos en nombre de partidos cuando las estructuras de las que se sirven implosionan, o cuando los propios congresales al verlas débiles las usan una vez elegidos con fines personales?
¿Cómo hacerlo cuando el Estado y su personal, que deberían garantizar la legalidad y la resolución pacífica de los conflictos, se aprovechan de la impunidad para negocios propios y no pueden controlar los focos de violencia en el territorio que tienen la tarea de administrar?
La conformación de frentes, alianzas, encuentros, no hace más que postergar el problema. Tampoco el panorama político cambia debido a que en el agitado calendario eleccionario y en el ritmo bianual de ofertas de nuevos o viejos candidatos modifiquen transitoriamente las mayorías. De no encontrar nuevos cauces institucionales para organizar la vida en democracia, la política está en manos de las corporaciones que no tienen frenos para decidir sobre cuestiones colectivas, y que sólo encontrarán resistencias en las movilizaciones que, una vez desencadenadas, al no tener organización ni ideas ni programas para instalarse en el tiempo, desaparecen o se fracturan por debilitamiento.
Corporación estatal, empresarial, financiera, policial, sindical, mediática, luchas sectoriales sin tregua ni marco jurídico con fuerza de ley, una situación así creada pareciera no tener otra salida que buscar al César masculino o femenino para imponer el orden.
El mundo cambia aceleradamente. Es posible que instituciones políticas de hace un siglo no representen estos cambios. Este asunto de la reforma constitucional, sin suponer de hecho la mala fe en quienes la defienden, aunque muchos se escudan detrás de ella para salvarse a sí mismos, parece sostenerse en una realidad concluida en cuya resurrección pocos creen y no sólo –para repetir lo que dicen sus propiciadores– en el talento extraordinario de una mandataria.

Acá el link: http://www.perfil.com.ar/ediciones/2012/3/edicion_656/contenidos/noticia_0037.html

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