miércoles, 15 de febrero de 2012

Muy buena nota. La escribió Marcelo Pompei, profesor de filososfía que ejerce en la Carrera de Comunicación (UBA) como profesor en la materia Seminario de diseño gráfico. Un tipo que sabe mucho sobre Foucualt.



Abajo la nota.

En algún lugar un filosofo, que vivió casi 104 años, escribió que no se puede evitar que pasen los años, lo que sí se puede evitar es envejecer. Casi como un mandamiento existencial, ético y estético de mantenerse joven. No debe confundirse esto con una exaltación del juvenilismo militante o el ridículo a deshoras. Se refiere si se quiere a aquella jovialidad del pensamiento de la que hablaba Nietzsche. Se refiere a que ser adulto no significa agazaparse detrás de un conservadurismo timorato, a volverse sobrio y calculador; se refiere a apostar siempre a la próxima mano sin ahorro de energías. Nietzsche nos habló de deplorar las nostalgias y el uso del pasado como discurso defensivo, como conducta acorralada o adoración de monumentos. La vida no puede oler a museo. En definitiva, y sin ir demasiado lejos, se trata de un modo de encarar las situaciones que se presentan. De una forma de relacionarse con el futuro o de considerar el presente siempre en tiempo futuro. Evitar el fruncimiento de la seriedad o vivir bajo una pose senatorial. Pero esto no es tan fácil como escribirlo. Hay un elemento de resistencia que da sentido concreto a esta actitud: el destino. O como quiera que se llame a lo que presenta batalla al temperamento incómodo del que no se queda quieto. Y el maldito destino se presentó. La semana pasada se me fue, y se nos fue a muchos, alguien que representaba esta actitud. Se fue un hombre joven en este sentido; joven a despecho de la edad. Se murió el Flaco Spinetta. A nadie se le pasaba por la cabeza que algo así podía suceder en algún momento. En ningún momento. Este hecho nunca estuvo asociado a su persona como posibilidad: arrastrados por la corriente de sus composiciones que se proyectan hacia adelante; inspirados por la mirada hacia su propia obra a la cual nunca celebró en pasado; incluso en su propia dinámica corporal exhibía un tiempo que no pasa. Fue explicito al respecto y ya fue mil veces citado: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor.” Su último disco de estudio se llama “Un mañana”. Su bagaje de metáforas abunda en referencias al mañana, su conjugación es en futuro. A ninguno de los que lo seguimos en su trabajo, en sus conciertos, en sus pocas apariciones públicas se nos cruzaba por la cabeza que algo así le podría suceder de repente, ahora. Y todo se desencadenó rápido a nivel público. Apenas mes y medio. Y hoy ya no está. Y este “ya no está” hay digerirlo con un amargo consuelo: Quedan sus obras. No es pobre como consuelo, claro. Su obra es grande y bella. Siempre es fácil retomarla. Pero es insuficiente y perturbador para un spinettiano. Es una imposición de renuncia. Me declaro spinettiano y no sólo por el amor que profeso por sus discos, ni sólo porque su música es uno de los pocos elementos constantes en mi vida, sino por el tipo de relación conciente hacia el pasado y el futuro que Spinetta mantenía con sus composiciones. Fue su modo de ser, y lo he adoptado. El consuelo inevitable de que nos queden sus obras nos va en contra. Es una carta fuerte que nos juega la fortuna. No tenemos con qué anularla. La tragedia es que no nos queda otra que traicionarnos por resignación. Cocinarnos en esa contradicción es la tragedia; la contradicción irrevocable entre el deseo de la voluntad y lo ineludible. Tenemos que volver al pasado y retomar la obra ya realizada. Nos vemos obligados a honrar y a recordar; a reemplazar el es por el fue. Ya no podemos esperar lo nuevo. Ya no podemos esperar el próximo disco ni la próxima presentación en un escenario. Ya no podemos esperar esa alegría del porvenir incierto que se anunciaba sorprendente y difícil en el primer acorde del disco nuevo apenas puesto a reproducir. Esperar el acontecimiento es el núcleo del ritual spinettiano. Era ansiedad con alegría. Un disco nuevo no era un disco más, era un bucle inserto en una gran obra donde quienes los seguíamos nos deslizábamos lentamente hacia el próximo. Y quienes habitamos esa obra encontrábamos en ese bucle temporal un nueva era personal. Estoy seguro que no exagero. Y no exagero porque quienes hemos recorrido su obra podemos asociar cada disco a un momento específico de nuestra vida. Cada uno a su momento y cada cual a su modo. Eran un hito en la trayectoria personal en donde se enlazaban personas, lugares o impresiones. Las composiciones de Spinetta tienen esa enorme virtud de incrustarse demasiado en la piel de quienes lo siguen. Hagan la prueba de preguntar a cualquiera que cultive para sí su obra o cada uno de sus temas y les terminará hablando de sí mismo y de su relación de tal disco con un momento específico de su vida. Esto mismo trato de evitar aquí. Serían sólo recuerdos personales a escala privada. Y en esto me atrevo de decir que reside el misterio de los llamados “clásicos”, los verdaderos clásicos: en la íntima relación que se establece con los que los hacen perdurar en el tiempo, en este caso sus oyentes y seguidores. No sólo perduran en la memoria como recuerdos, sino que se mezclan y forman el lodo biográfico. Un clásico es tal porque corta la distancia, la disuelve. Se funde en el oído del que escucha, y lo lleva consigo como una marca en la que muchos se reconocen. Y en este caso no hablo de los clásicos que una cultura encumbra rutinariamente. Estos se presentan como artificios administrativos. Hablo de microclásicos personales en los que algunos, que son muchos, se reconocen como si fueran un guiño invisible. Miles de sombras que cruzan miles de rostros. No hay multitudes uniformes detrás de Spinetta. Hay miles de amores dispersos, hermanados por hilos sutiles. No quiero pactar con el pasado en procura de consuelo. Quiero su música, pero no su recuerdo. En este pequeño escrito tuve que debatirme con la conjugación verbal y con mis recuerdos personales. Tengo exactamente la misma edad que el primer tema que grabó Spinetta y editó en un sencillo de Almendra. Cada uno de sus discos se conecta con un momento de mi vida. Su obra es mi calendario personal, me reconozco en cada una sus afinaciones y en cada color de sus notas. No acepto que el Flaco Spinetta haya muerto, y no creo que lo vaya a hacer en algún momento. No obstante, y a mi pesar, ahora empiezo a sentir que ya soy de otra época. Envejecí. Pero voy a resistir por todo el amor que siento por Spinetta, quien me educó en arte de ser del futuro.
Marcelo Pompei

Acá el link: http://tomabra.wordpress.com/2012/02/14/cada-bucle-en-el-tiempo-luis-alberto-spinetta/

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