miércoles, 12 de octubre de 2011

El capitalismo argentino - Por Tomás Abraham

Posteo la nota de Tomás que publicó en el diario Perfil el pasado 09 de octubre.


Hay fuga de dólares. Dicen que es porque no hay confianza. El presidente de la UIA sostiene que este modelo es lo mejor que le ha sucedido al país en años. Recuerda épocas aciagas en las que se cerraban industrias en nombre de la eficiencia. No olvida a quienes sugerían crear una banca off shore y garantizar con la recaudación de la aduana blindajes del Fondo Monetario.
A pesar de su animosidad difícil de alterar, el campo mantiene su rentabilidad extraordinaria. Por otra parte, la inversión en construcción de complejos edilicios de la más alta gama sigue en pie y con nuevas inversiones, a pesar de que sus unidades no ingresan al mercado inmobiliario por falta de demanda.
El mundo no ofrece negocios financieros ni seguros ni rentables. Mejor ladrillos. Sin embargo hay fuga de divisas. Se dice que el futuro está en los países que conforman el  BRIC, siendo el nuestro parte de la región liderada por uno de ellos. De todos modos los críticos al Gobierno dicen que no hay confianza. 
El Gobierno no pierde terreno y anuncia, con imágenes y corte de cintas mediante, que habrá inversiones en maquinaria agrícola y otras más para emprendimientos energéticos. Por lo visto, alguien invierte en la Argentina. Pero también es cierto que otros envían sus divisas, y no pocas, al exterior.
Siempre se ha temido la inestabilidad política, sin embargo vivimos tiempos en que una hegemonía indiscutible aseguraría esa estabilidad institucional poco frecuente en nuestro país. Por eso no se entiende que la gente guarde plata debajo de su colchón.
El dólar está quieto y su tendencia de los últimos años muestra una caída abrupta. Aun con tasas de interés por debajo de la inflación, conviene más tener pesos y destinarlos al consumo vía créditos o pago contado que comprar dólares. Este dato se suma al hecho de que debe haber algún motivo extraño por los que de todos modos se los compra.
Parece ser que el asunto de la confianza no deja de ser interminable. ¿Cuándo llegará el día en que el inversor capitalista residente en nuestro país, ya sea por tener una sucursal o con un arraigo mayor en el mismo, podrá tener la confianza que se necesita para que esta fuga se detenga? Otros calman las aguas cuando suponen que el Gobierno no ve con malos ojos que se vaya el dinero así se pone un freno a la inflación al no estimular con un mayor flujo de dinero el consumo de una economía recalentada.
Pero de todos modos hay que admitir que el ahorro no queda aquí, ya sea por las tasas bajas o por vaya a saber qué motivo.
Si hubo una época en la que el capitalismo argentino vía sus grandes empresarios podía haber tenido confianza fue en el primer período de Menem. Se les vendió las empresas del Estado a un precio regalado por reconocer bonos de deuda a precios nominales cuando en el mercado no valían casi nada.
Una vez que fueron propietarios de las mismas: ¿qué hicieron? Las vendieron a empresas extranjeras. ¿Adónde destinaron la plata? No tengo la menor idea, pero no era una mala oportunidad para colocaciones financieras con tasas de interés altas y un dólar fijado en la paridad uno a uno. Es decir que de posibles emprendedores al frente de corporaciones de servicios, prefirieron convertirse en golondrinas.
En estos años la inversión no fue especialmente baja. Los índices por arriba del 20% del PBI superan a los de Brasil. El crecimiento económico del país ya no depende de la puesta en funcionamiento de la capacidad instalada sino del incremento de la potencia productiva.
No hay, entonces, motivo aparente que explique la fuga de divisas. Salvo que esta fuga no tenga causas coyunturales sino que sea un factor estructural del capitalismo argentino. Una vez, un político muy respetado por los empresarios y fuente de consulta me dijo que la diferencia entre los capitalistas argentinos y los brasileños radicaba en que mientras los últimos eran empresarios, los nuestros sólo comerciantes. Compran y venden, se quedan con la diferencia, y reinvierten en donde convenga.
Sabemos que cada vez más empresas argentinas se venden a los brasileños. Y también que empresarios argentinos invierten en Brasil porque se sienten más “protegidos” que en nuestro país. Pero volvemos al principio, no todos parecen sentirse tan desprotegidos.
Cuando se escuchan críticas al modelo las posiciones que se esgrimen no parecen demasiado convincentes. Dicen que se agota. Que necesita financiamiento. Que no se puede controlar la inflación. Que nos quedamos sin energía. Que somos sojadependientes. Que el precio del poroto parece bajar. Puede ser que todo esto sea cierto. Lo que no parece muy cierto es que alguien tenga el remedio de todos los males habidos o por haber, o que se le ocurra algo mejor.
Puede que esté equivocado, pero creo que los gobiernos siempre llevaron a cabo la mejor política económica posible. Parece una afirmación si no suicidaria, por lo menos frívola. Pero me refiero a las ventajas que obtiene el capitalismo argentino de primer nivel. Siempre han hecho mucha plata. Son las mojarritas las que se murieron: los que vieron evaporar sus ahorros por la hiperinflación o en el corralito, los que invirtieron todo lo que tenían en las cooperativas y bancos vaciados en distintas épocas de nuestra historia moderna, de Martínez de Hoz en adelante, quienes no apostaron al dólar gracias al mensaje de algún ministro de Economía, pero los grandes, bien gracias, como hoy.
Este asunto del factor estructural es inquietante. Se dice con frecuencia que la pobreza en la Argentina es estructural. Se agrega que la corrupción es estructural, o para cambiar alguna vez de vocablo: sistémica. No sería exagerado decir que la riqueza también es estructural. Es decir, repetitiva y acumulativa para las mismas manos.
Sin embargo, los voceros de los grandes intereses ven signos de alarma y diagnostican ya hace tiempo que este modelo no da para más. Quizá sea cierto, pero no sólo para nuestro país, sino para el mundo entero. En cada lugar de la Tierra debe haber razones para suponer que la política económica implementada no sigue necesariamente un círculo virtuoso.
Nuestro país tiene su cuello de botella. Esta estrechez en la parte fina de un embudo, siempre se debió a la falta de divisas y a la dificultad en solventar los gastos del Estado. ¿Estaremos frente a un nuevo cuello de botella? Es posible. Si el precio de la soja cae, si el valor del real brasileño también cae, si el mercado chino no cumple con las metas vaticinadas de crecimiento, si Europa, etc., entonces sí, es posible que tengamos un ajuste interno. Habrá gritos y susurros, de todo. Unos dirán que el ajuste nos los mandan de afuera y que la culpa no es nuestra sino del capitalismo salvaje, otros le echarán la culpa a la irresponsabilidad del Gobierno por su política de gastos indiscriminados y estadísticas fraguadas.
Lo curioso es que quienes se quejarán más son los que se beneficiaron más. Son como el tero, ya sabemos, que chilla en la zona en donde no están los huevos para despistar al depredador. Pero otros cantan como los canarios, y agradecen las bellezas del modelo. No están de acuerdo, pero, chillando o cantando, todos vuelan de aquí para allá, como los billetes verdes de los que hablamos.     

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