viernes, 14 de octubre de 2011

El mejor político argentino - Por Martín Caparrós

Posteo la nota de opinión de Martín Caparrós que publicó en su blog Pamplinas en el diario español El País.




Este martes 19 de octubre habrá elecciones en la República Argentina. Y nadie duda de su resultado: las ganará, como las viene ganando cada vez desde hace 32 años, Julio Humberto Grondona. O quizá ni siquiera haya elecciones: tal vez no sean necesarias, porque nadie se atreva a presentarse contra el señor Grondona.
El señor Grondona ya tiene 80 años; hace 55, el señor era el dueño de una ferretería que se metió a dirigente de fútbol: supongo que le gustaba o vio un negocio. En cualquier caso, trepó trepó trepó y en 1979 –en plena dictadura triunfante mundialista– lo hicieron presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, y desde entonces.
El señor Grondona es el modelo de todos los políticos argentinos, el que todos querrían imitar, el que está en sus deseos cuando soplan velitas: yo quiero permanecer tanto como él –se dicen en silencio. Un político que ha aferrado uno de los puestos más decisivos de un país básicamente futbolero a través de gobiernos militares y civiles, peronistas y radicales, neoliberales y estatistas, es un héroe y espejo. Como buen político argentino, el señor se especializa en obtener y conservar el poder: su permanencia se basa en mantener la lealtad clientelar de sus secuaces a fuerza de prebendas, préstamos y amenazas. Es el poder usado para seguir en el poder; a los políticos argentinos, usarlo para hacer no les interesa y se les nota: no tienen vocación, les sale flojo.
Así, el fútbol de Grondona lleva 25 años sin ganar un Mundial, 18 sin una copa América, y últimamente su Selección se ha convertido en la clásica bola sin manija, que cambia técnicos como si fueran calzoncillos y pierde hasta los documentos. Pero, sobre todo, la infinita jefatura Grondona ha convertido el fútbol argentino en otra fábrica de carne, más agroexportación: los jugadores argentinos no quieren jugar en la Argentina sino el tiempo indispensable para que los compre –comprar es un verbo fuerte– algún club europeo o mexicano o incluso, últimamente, malayo o kuwaití. A imagen y semejanza del país: una usina dedicada a vender materia prima muy levemente procesada.
Con lo cual los campeonatos locales se han transformado en una lágrima dulzona: exhibiciones de burricie futbolera y pelotazo arriba donde sólo juegan los jovencitos con la etiqueta puesta, los veteranos que ya están de vuelta y los mediocres que nadie pretende. Todo esto aderezado por la consolidación de las barras bravas como una fuerza parapolicial que controla a golpes de violencia los estadios, patotea para dirigentes y políticos y recibe de la Asociación del señor Grondona sus recompensas bajo forma de negocios varios –algunos, incluso, casi legales.
El fracaso era tan perfecto que ya parecía a punto de fracasar: el señor Grondona por fin se tambaleaba, cuando el gobierno kirchnerista vino a su rescate.
Hace dos años, ya peleado con su viejo socio y aliado, el grupo Clarín, el kirchnerismo descubrió que uno de los golpes que más podían dolerle era sacarle la televisación del fútbol. Para hacerlo buscó, por supuesto, su justificación en los principios: en una de sus intervenciones más desafortunadas, en una cumbre del Factor Dictadura, la doctora Fernández dijo, famosamente, que lo hacía para corregir un orden donde “te secuestran los goles hasta el domingo como te secuestran las imágenes y las palabras, como secuestraron a 30 mil argentinos. Yo no quiero más una sociedad de secuestros. Quiero una sociedad cada día más libre”. Así, para defender sus principios antidictatoriales en el terreno futbolístico, se alió con el señor Julio Grondona y le regaló un par de nuevas vidas.
Los doctores Kirchner han usado hasta la extenuación historias -ciertas o no- de complicidades con los militares –olvidando la suya propia– para descalificar a quienes eligen como enemigos. El señor Grondona, único dirigente público que queda de esa época, es su aliado fiel, su portaestandarte del Fútbol para Todos. Si no fuera farsesco podría ser, algunas tardes, indignante.



El gobierno logró la alianza con el argumento más simple: mucha plata. Ofreció por la televisación del fútbol 600 millones de pesos –tres veces más que el grupo Clarín– y el señor Grondona canceló su contrato anterior y firmó otro. El gobierno se justificó: ese dinero se recuperaría con la venta de publicidad, el fútbol sería un buen negocio para el Estado. Y se justificó, también, por supuesto, diciendo que era injusto que hubiera argentinos que no pudieran verlo. Lo era, sin duda; no mucho más, probablemente, que la injusticia de no comer todos los días o morirse de enfermedades evitables, pero parece que decidieron que había que empezar por algún lado.
Así que empezaron las transmisiones, y la publicidad privada tardó muy poco en desaparecer. Desde entonces, el fútbol es rehén de la propaganda oficialista. Por sólo mil millones de pesos al año, el gobierno se asegura que todo argentino que quiera ver un partido de fútbol deba tragarse todos sus panfletos. Es, decíamos, otro ejemplo de democratización de los medios. Encabezado, por supuesto, por ese insigne demócrata, por ese gran político argentino, por ese libertario: el señor Julio Humberto Grondona, que en paz gobierne. Y, por supuesto, el espíritu de Él, desde lo alto.




Acá el link: http://blogs.elpais.com/pamplinas/2011/10/el-mejor-politico-argentino.html

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