Por Martín Lousteau | Para LA NACION
Estas elecciones han dejado una combinación de factores inédita para el kirchnerismo. En primer lugar, Cristina Fernández de Kirchner obtuvo un segundo mandato arrasando a sus adversarios en las urnas. Ello es obviamente distinto a lo que ocurrió con el 22% de Néstor Kirchner, pero también a su propio triunfo en 2007. En aquel entonces la victoria también fue holgada y en primera vuelta. Pero se trataba del primer mandato de la actual Presidenta, que en teoría venía a perfeccionar lo realizado por él en medio de las secuelas de la crisis, dotándolo de una mayor institucionalidad, tal como se reflejó en el discurso de asunción.
En esos momentos, los votos parecían relacionados con un reconocimiento del período 2003-07 más la expectativa de lo nuevo: las mejoras a lo ya existente que ella traería. En esta oportunidad también existe una aprobación del pasado, pero la misma coexiste con cierta aprehensión respecto de las posibilidades de continuar en la misma senda. El aluvión de sufragios se puede interpretar así como un pedido generalizado de que no se vean afectados los logros obtenidos, no de ansias de superación sino deseos de conservación. El origen de la diferencia de votos con el resto de los candidatos resulta así fácilmente interpretable: ninguno dio muestras de estar a la altura del kirchnerismo para defender lo hasta aquí conseguido.
En segundo lugar, la situación económica es definitivamente distinta a la de los ocho años que pasaron. La economía doméstica muestra signos de un agotamiento debido a la acumulación de inconsistencias. Y a ello se suma un contexto internacional que presenta grandes nubarrones, aún cuando algunas medidas coyunturales parezcan generar algún claro por donde se cuela, breve, el sol. Ambos elementos -la mayor debilidad de la economía y el extendido anhelo de preservación- se conjugan en una demanda de dólares que, como en otros momentos de nuestro pasado, se ha encendido: queremos que el bienestar obtenido se mantenga pero tomamos precauciones por si no lo hace.
La demanda de dólares está basada en que se lo percibe como barato: mientras el resto de los precios de la economía crecen a un ritmo que se puede palpar cotidianamente, el dólar apenas subió 12% en los últimos dos años, pasando de $3,80 a fines de 2009 a su valor actual. Para revertir la expectativa de una depreciación se pueden hacer dos cosas. Una es convencer acerca de la estabilidad futura del dólar a quienes hoy se esfuerzan por adquirirlo. Ello requiere modificar las expectativas, algo que no se logra persistiendo en las mismas actitudes (entre ellas la falta de una política anti-inflacionaria) que generaron las dudas en primer lugar. La otra es permitir su suba, por ejemplo a $4,50, y recién después usar la artillería del Banco Central para bajarlo unos centavos y estabilizarlo (una jugada que también requiere un claro y explícito compromiso en materia de lucha contra el aumento persistente de precios). Así se revertiría la sensación de que el valor del dólar sólo puede incrementarse, algo que ya ocurrió en el 2002 cuando la divisa estadounidense alcanzó un pico de $4 en Semana Santa para después bajar fuertemente.
El Gobierno, en cambio, ha optado por un tercer camino, consistente con el único rasgo realmente distintivo del modelo: la idea de que la política puede siempre y en todo momento doblegar a la economía. La reacción es, entonces, de manual.kirchnerista. Por un lado, elevar mediante reglamentaciones la cantidad de dólares que ingresan al país. Por el otro, obstaculizar su adquisición imponiendo restricciones crecientes, como las anunciadas este fin de semana. Resulta saludable que quien desea hacerse con dólares deba demostrar que posee los recursos necesarios para hacerlo, pero el exceso de trámites sólo apunta a obstaculizar cualquier operación. Algo similar se aplica al hecho de inquirir sobre los motivos del potencial adquirente. En la gran mayoría de los casos la respuesta de fondo es sencilla pero inaceptable para las autoridades: "tengo dudas respecto del futuro".
Los efectos que todas estas medidas tendrán resultan relativamente previsibles. La demanda por el billete oficial se moderará en el corto plazo -lo que reducirá el ritmo de pérdida de reservas-, y se ampliará la brecha con el paralelo. Así, en lugar de enviar mensajes que brinden tranquilidad general, el gobierno parece estar mandando otra señal: las reservas las juntó el kirchnerismo, y si algunos aspectos del modelo te provocan incertidumbre o no te gustan podés comprar tus dólares pero en el mercado informal y a un precio mucho mayor.
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