lunes, 3 de octubre de 2011

Beatriz Sarlo - Entrevista


Interesante nota a la ensayista Beatriz Sarlo publicada acá:

http://www.letraslibres.com/revista/entrevista/beatriz-sarlo

Beatriz Sarlo siempre se interesó por la política. Desde hace unos meses, una vez publicadoLa audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010en la editorial Sudamericana, y después de su demoledor paso por el programa de televisión 6-7-8, se transformó en una suerte de talismán para la inepcia opositora argentina y en una bestia negra para el oficialismo. Ese lugar no le interesa, ni le corresponde. En esta conversación recorre su itinerario intelectual y habla tanto de literatura, análisis cultural y las diversas políticas de la izquierda, como de sus tres pasiones: Jorge Luis Borges, Roland Barthes y Walter Benjamin.
Sarlo nació en Buenos Aires en 1942. Enseñó literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha dictado cursos en diversas universidades norteamericanas e inglesas. Fundó las revistasLos Libros y Punto de Vista. Ha publicado El imperio de los sentimientos, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Borges, un escritor en las orillas, Tiempo presente, La pasión y la excepción, Escenas de la vida posmoderna, Tiempo pasado, La ciudad vista y Escritos sobre literatura argentina, además de incontables ensayos en diarios y revistas. Esta conversación, a pocos días de su presentación en la televisión pública argentina, se hizo en su estudio, el mismo de siempre, en el centro de Buenos Aires.
No sé muy bien cómo voy a dar a la Facultad de Filosofía y Letras. Como cualquier chica de clase media, en mi casa tenía libros y leía, pero no tengo una escena originaria. Sí tengo una escena: el momento en que un barco zarpa, el momento en que un barco se despega del muelle y ya está en el agua. Y empieza a navegar. Transcurre en el primero o segundo año, estoy estudiando letras, debo tener diecisiete, dieciocho años.
Mi profesor de literatura inglesa era Jaime Rest, de la cátedra de Borges, pero Borges no estaba. A mí no me preocupaba mucho... por ignorancia, y seguramente porque no lo habría entendido. Estaba Rest, que era un profesor extraordinario y un gran crítico, a la inglesa, un ensayista. Un día dio como asignación la lectura de “El tigre”, de William Blake. Yo fui al instituto de literatura inglesa, que funcionaba en un sótano, a la vuelta de la facultad, busqué el poema, lo leí, lo leí en inglés... y no entendí nada, literalmente. Es decir, entendía cada una de las palabras, pero no entendía, me parecía por un lado demasiado sencillo y, por el otro, completamente opaco, incomprensible. Rest estaba dando vueltas por ahí. Entonces fui y le dije “mire, profesor, usted pidió que leamos este poema, y yo no entiendo, no entiendo qué es esto, qué hay que hacer con esto”. Hoy hubiera dicho qué hay que hacer con este artefacto, pero en ese momento no podía decir eso. Así que dije no entiendo. Rest me dijo “siéntese”, y empezó una explicación que duró unos quince minutos. Yo comencé esa explicación siendo una persona y la terminé siendo otra. No recuerdo qué me dijo, no recuerdo su explicación. Yo creo que fue una clásica explicación de texto. Pero lo que recuerdo perfectamente fue sentir que, en algún momento de esos quince minutos, en mi cabeza se producía un ruido, un ruido físico, material. Y que de alguna manera yo decía “se trata de esto”; no el poema, o no solo el poema, sino la literatura entera.
Si hay un vínculo que me ata a la literatura es esta escena originaria, no ninguna escena infantil, nadie que me leyera nada, nada de eso. Después me hice muy amiga de Rest. En la facultad hay gente que está recopilando sus textos. En los últimos años de su vida publicó mucho ensayo en el periodismo, eso hay que recopilarlo. Hay cosas de él en los primeros números de Punto de Vista. Hasta que murió. Era un hombre de intereses notablemente extensos. Es decir, iba desde el protestantismo a la filosofía, la literatura alta y las letras de las canciones de los Beatles, que podían estar en su biblioteca en 1963, 1964. Él me nombró por primera vez a Richard Hoggart. Vivía en un departamento muy chico, rodeado de libros y tres o cuatro gatos. Esa es mi escena originaria.
Yo no soy precoz. Aunque por supuesto empiezo a leer de manera sistemática a determinados autores, por un lado porque estaba cursando la carrera de letras, de forma bastante irregular. La termino sin ser una alumna distinguida. Pero no hay una lista de lecturas. Sí recuerdo una lista no escrita que una vez otro profesor de la facultad enunció en un seminario. Dijo “a ustedes les falta leer a Joyce, Virginia Woolf, Faulkner...”, y creo que esa lista se me quedó en la cabeza. Había una biblioteca pública que dirigía Rodolfo Alonso, el poeta, donde uno podía retirar los libros. Leí a Joyce y a Faulkner en un solo verano. Me dirás que es imposible, pero fue así. No sé qué quedó, pero eso hice. Y algún autor más también. Después, con el tiempo, esos libros fueron retomados. Pero ese verano los leí todos.

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