Linda nota de un grande del volante. Le dió la primera victoria a Ferrari en F1. Cuanta lucidez.
Puede suceder en esta Ciudad. Viernes, 10.30 y alguna conjunción misteriosa del tránsito obliga a “avanzar” (sí, con comillas de contradictorio) por la autopista Illia a 20 km/h. El que espera en pleno centro es José Froilán González, el primer piloto que ganó una carrera de Fórmula 1 para Ferrari. Y es inevitable preguntarse qué pensará la ‘tromba de Arrecifes’ cada vez que le pasa una cosa así.
La respuesta es una gran carcajada. A sus 89 años, Pepe cuenta que maneja todo el día y que si no lo hace, se enferma. Aunque a veces tiene que recurrir a su nieto. “Me pusieron un marcapasos nuevo, me había quedado sin batería pero ahora la máquina anda bien, estamos en carrera”, explica entre risas. El tema es que en la calle se pelea con todo el mundo, “porque la gente maneja tan mal”.
Para darse el gusto, prueba todos los autos nuevos en el autódromo. “No ando ligero, suave, pero nada que ver con los autos de antes. Ahora se maneja con teclas y es un problema. A mí me gustan con cambios, a las teclas les tengo bronca”, simplifica. Se están cumpliendo 60 años de aquel histórico triunfo en el circuito de Silverstone (fue el 14 de julio de 1951) y para José son todos homenajes, como el Ferrari Track Day, un tributo que se hará este sábado en el Autódromo con todos los propietarios de cavallinos rampantes. “Ese triunfo fue muy importante porque teníamos una gran lucha con los de Alfa Romeo”, recuerda. Y después son puras anécdotas.
Porque sucede que a los 10 años Pepe ya era un gran chofer. “Empecé con autos particulares. Teníamos la agencia de Chevrolet y siempre me gustó”, cuenta. Había pasado sus primeros años en La Colonia, un paraje fundado por su padre. Y con tanto campo a disposición pronto comenzó a explorar distintas posibilidades para desplazarse a toda velocidad. Primero fue un carrito que terminó enganchado a Sangre, el perro de la familia (y colgado de un alambrado cuando Sangre salió disparado detrás de una liebre). Después una petisa que le regalaron. Y finalmente los autos, claro, una habilidad que era muy valorada en el colegio salesiano en el que estuvo pupilo, donde hacía las veces de chofer del cura. “Hasta el día que me disparé porque no me llevaron a jugar fútbol a Bernal y me fui a la casa de mi tutora, eso fue en el año ‘39”, apunta.
El episodio sirvió para que su padre asumiera que lo suyo no iba a ser el colegio, sino los fierros. Y lo llevó a trabajar al taller con su tío Julio Pérez, que también corría. “No va que se mata en un accidente en 1940. Iba ganando las Mil Millas, pero en esa época no había la misma seguridad que ahora”, sigue Pepe.
Con el antecedente, hablar de salir a la pista en su casa era imposible. “Empecé a correr con seudónimo. Primero Canuto, que era el payaso del circo. Y después Montemar, porque así se llamaba el caballo de un amigo que ganaba siempre”, repasa. Aunque sus hermanos lo cubrían, su papá no tardó mucho en darse cuenta.
Su primer auto de carrera fue un Chevrolet 4 que descubrió durante un viaje en moto a Mendoza. “Ahí empecé a domar los potros estos”, cuenta. Lo arregló a escondidas y se largó. En 1950 su amigo Juan Manuel Fangio le pidió que lo acompañara a Italia y empezó el recorrido que terminaría con la victoria que cambiaría la historia de la escudería fundada por Enzo Ferrari, y lo consagraría como uno de los grandes del automovilismo argentino.
Aunque participó de muchos de los circuitos que se realizaban en las calles de la Ciudad (Retiro, Palermo, Costanera), frunce el ceño cuando se le pregunta por la posibilidad de que se vuelvan a organizar. “Una cosa es Rosario o Santa Fe, y otra Buenos Aires. Se junta demasiada gente y puede ser peligroso”, concluye.
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