palabras en medio de la nada
¡Por fin vacaciones!
Con qué ansiedad esperaba este día! No puedo creer que hoy se termine el trajín de estos cuatro años agobiantes.
Hoy nace una esperanza: la de que por un tiempo no escriba más sobre política. Se vota, ganará quien gane, perderá quien pierda, saldrá segundo quien lo haga, y yo me tiro panza arriba a roncar como un lagarto tropical harto ya de todo esto. Que la Patria, que el Modelo, que la Crisis, que la Corrupción, que el Narco, que El Contrato Moral, que la Inclusión, que la Ley de Medios, todos estamos borrachos de palabras y gesticulaciones en medio de la nada. La política es una trampa. La inventó Mefistófeles. Se le ocurrió al mismo diablo que no hay pepita de oro más reluciente que hacerles creer a los hombres que con la política están cerca del Poder antes de posar para la gloria. “Estamos haciendo historia”…, dicen las medusas, segregando la baba picante. Quizás podamos recuperar en el futuro algo de lo que la actriz María Inés Aldaburu definió una vez como “pudor cívico”. Sólo así, la escena pública podrá airearse de personajes ansiosos por buscar cámara con consignas igualitarias y patrioteras. Aunque de tal impudicia debemos cuidarnos todos. Por fin termina este viaje de ida. El problema de escribir sobre política es que el género tiene demasiados nombres y apellidos. No se habla de otra cosa que de personas, de lo que dicen, de lo que se contradicen, de cómo se visten, a veces de cómo se desvisten, de con quienes almuerzan, de quienes les pagan o cuánto gastan, es una farándula pecaminosa juzgada por una tribuna de arcontes. Ideas, para qué, si lo que importa es el relato o chamuyo. Lo imprescindible es que el tono dramático no decaiga. Dice la propaganda oficial que la Argentina tiene fuerza. Por lo menos, grito tiene; la fuerza, por lo general, es más silenciosa. Lo que sí tiene fuerza es nuestra tierra, lo sabemos desde que somos nación. Es una tierra bendecida por la diversidad de sus paisajes y de su clima. Por algo el otro día en el programa de cable conducido por el periodista argentino residente en Miami Andrés Oppenheimer, nos sorprendió el invitado especial de la noche: Joseph Stiglitz. Como el tema era la crisis y los modos en que podía incidir en Latinoamérica, el Premio Nobel de economía hizo su diagnóstico para la región. Después de pasar lista por México, país al que vio con buenas perspectivas en tanto creía que los costos chinos subirían por la necesaria reevaluación del yuan y las consiguientes ventajas de la producción manufacturera mexicana ya asociada por el Nafta a los EE.UU., agregó que veía muy bien a Brasil.
Elogió su política, cuya coherencia data de años, y el hecho de que a pesar de sus exportaciones de materias primas, su estrategia no se reducía a las commodities sino que producía bienes necesarios para el mundo desarrollado. Se refería –entre otras cosas– a la industria aeronáutica, a la tecnología aplicada a la exploración de petróleo en plataformas submarinas, etc. Siguió con Chile, al que consideró un país pequeño, pero con una oferta de una gran variedad de productos que se podían apreciar hace ya un tiempo en los supermercados norteamericanos. Frutas y vinos, por ejemplo. Y por fin llegó a la Argentina, país del que se dijo muchas veces que era un asesor consultado con frecuencia, y dijo que el nuestro era un país bellísimo, que los turistas aprecian mucho ¡por sus hermosas montañas!
Esto último me dejó algo desconcertado porque si bien las montañas las tenemos, no es lo habitual de destacar en este país de pampas. Es cierto que también podía haber mencionado a las cataratas sin que nadie quedara sorprendido, pero las montañas que tanto gustan a los que visitan “Brasiloche” parece que tiene sus visitantes sajones, vaya uno a saber. Pero no destacó nada más. Nada dijo de algo made in Argentina, porque las montañas son argentinas pero no son “made” en el sentido artesanal de la palabra, nada de carnes, de vinos, de caramelos, de Messi, eso sí que es raro, no dijo nada de Messi, ni siquiera de Ginobili.
Hoy a la noche, sabremos los resultados. De acuerdo con los encuestadores, gana Binn… no lo puedo decir, hay veda. Lo importante es mantener la mente fría y analizar las cosas con imparcialidad. Los filósofos son objetivos. Jamás toman partido por nada ni nadie porque, de hacerlo, pierden perspectiva ecuménica. Quien se dedica a la opinología ilustrada debe estar por encima de las luchas partidarias. Si no fuera así, de inmediato, gente de importancia nos recordaría que dejamos de ser creíbles y nos convertimos en apóstoles de un candidato. Apóstoles, como Pedro y Pablo. Pero sabemos que el apóstol Tomás es el que puso el dedo en la llaga. Su incredulidad lo definía. En mi columna de la semana anterior hablé de mi apellido, Abraham, padre de tres religiones, Tomás, es mi nombre, el del incrédulo. Puse el dedo en la llaga como mi tocayo bíblico y vi que era cierto, el Señor había resucitado. Pude creer. Por eso voto a Binn…perdón, se me escapó otra vez, no puedo seguir, hay veda. Me pregunto sobre qué escribir la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, una vez terminado este nuevo y –espero– último escrutinio. Tintoretto es un lindo tema, pero sobre el pintor veneciano ya escribió mi colega Sartre. Podría hacer una nota sobre la producción de rosas de metal en la obra de Roberto Arlt, o sobre la fabricación de medias de seda en Los siete locos, o mejor, sobre una máquina de relatos ideada por Macedonio Fernández. Pero me suena que alguien ya lo hizo. La pesca a la mosca es un tema apasionante como también lo es la heráldica eslava.
Se me ocurrió otra idea. Volveré a mi antigua afición por la mitología griega. Los héroes helénicos son más que interesantes. Por ejemplo el caso de Hermes, hijo de Zeus y Maia. Nació en una caverna del monte Cileno, al sur de la Arcadia. Fue tan precoz que se deshizo de los vendajes que cubrían su cuerpo de recién nacido para dirigirse hasta la morada de su hermano Apolo, en Tesalia. Como Apolo era muy negligente con el cuidado de su ganado, se lo robó. De regreso e instalado nuevamente en su cueva, Hermes despelleja una tortuga y con el caparazón vaciado fabrica un instrumento de cuerdas con intestinos de vaca. Es la primera lira. Apolo está fascinado por el instrumento y se lo pide a su hermano a cambio de la cesión, esta vez voluntaria, del ganado robado.
La inventiva de Hermes es grande. Le gusta la música y logra armar la primera flauta que nuevamente encanta a Apolo, que se la pide a cambio del arte de la adivinación.
Se lo conoce a Hermes como un agente de los dioses. Puede volverse invisible una vez que coloca sobre su cabeza el casco de Hades. Mata al gigante Hipólito y libera a Ares del cautiverio, al que lo sometían los gigantes. Lucha contra el dragón Tifón y recupera los tendones del dios Zeus atrapados en las fauces de la bestia. Salva a Ulises de los encantamientos de Circe por el suministro de la planta mágica “moly”. Acompaña a las tres diosas Atenea, Hera y Afrodita en conflicto por un certamen de belleza. Las conduce hasta Paris, que debe decidir la ganadora de este concurso divino. Es el inicio de la guerra de Troya.
La mitología es una fuente de sabiduría y fantasía. Por eso, es bienvenida esta nueva afición nacional por los mitos. Juan, Eva, Néstor y Cristina, son los preferidos por los aficionados a la mitología revisionista. Pero debemos abrirnos a las enseñanzas de civilizaciones antiguas y generosas. Las recorridas del dios Hermes bien pueden agregarse a un panteón que no debe ser excluyente en momentos en que las urnas recogen los deseos del pueblo en este hermoso 23 de octubre, felices por el deber cumplido, y con un nuevo presidente cuyo nombre no se puede decir porque hay veda.
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